sábado, 30 de septiembre de 2017

Las "Doroteas": la de Cervantes, la de María Zayas y tantas que van por el mundo. ¡Y la de Rioseras!

Rioseras (Marceliano Santa María)

Comentario nostálgico en recuerdo de aquella inolvidable lectura del Quijote que vivimos en La Acequia, dirigida por Pedro Ojeda. 

Pequeña introducción a la novela corta "Aventurarse perdiendo" que forma parte de las Novelas amorosas y ejemplares de María de Zayas Sotomayor.

Para la lectura colectiva de La Acequia, dirigida por Pedro Ojeda.

Un tarde de agosto, había quedado con mi amiga Austri, en el Arco de Santa María. Había leído mi entrada sobre la exposición "Marceliano Santa María. Un paseo por la provincia" y, picada de la curiosidad, me pidió que la acompañase. Subimos las antipáticas escaleras y nos detuvimos delante del cuadro "Rioseras". Nos miraba una muchachita descalza, con delantal y pañuelo muy blanco, junto al puente de un río espejeante y patoso. Posiblemente no era la mejor obra, pero fue la que guió caprichosamente el albur de nuestros pensamientos: 

-Mira, Austri. ¡Una Dorotea en Rioseras! 

-¿Cómo sabes el nombre de la chica del cuadro?


-No lo sé, en Rioseras, un pueblecito del Alfoz de Burgos, la conocen. Era de una familia de allí  y murió hace años. 

-¿La bella Dorotea? ¿La de Cervantes? ¿Qué tiene que ver con esa jovencita que pintó Marceliano Santa María? Aquí no hay intrincadas y lejanas sierras para huir, solo un río a un paso de su casa. 

-Ya sabes que, en verano, vuelvo a  a leer parte del Quijote, al mismo tiempo que repaso, en La Acequia, las explicaciones de Pedro Ojeda en cada capítulo y algunos comentarios de los lectores y blogueros. El paso del tiempo enriquece la lectura colectiva, le da distinta perspectiva. 

-Y, como sueles decir, siempre encontramos algo nuevo en el Quijote. 



-Siempre encontramos algo nuevo y ya no somos los mismos."El Quijote no se termina nunca", lo decía mi abuela y me lo acaba de recordar mi madre. 

-El año pasado ibas por ahí leyéndolo con el móvil, dejándote la vista, chocando con los árboles o las farolas  y algunos pensaban que ibas a la caza de "pokemons", como una cría.

-La lectura callejera  ha sido ahora mucho más cómoda, he entrado en la nueva era lectora con mi libro electrónico. 

-Pero tú dices siempre que eres de papel.

-Y sigo siéndolo; pero aprecio las ventajas del invento, para el Quijote, especialmente. Siempre es un tomo grueso y pesado, incómodo para llevar por ahí. Esto, ves, no pesa, abulta poco más que un móvil y se pasa página con un toquecito del dedo. Puedes poner la letra del tamaño que quieras e incluso leer con la luz apagada. ¡Pero sigo siendo de papel! 


-
Chocolate sin azúcar y libro sin papel

Vamos con Dorotea. Mira, aquí, en el capítulo 2.28  "que trata de la nueva y agradable aventura que al cura y al barbero sucedió en la misma sierra". 

-¿Era esa la sierra donde don Quijote se retiró a hacer penitencia? 

-Sí. Allí estaba don Quijote y Sancho con el cura, el barbero y el loco Cardenio que penaba por su Luscinda. Oyeron una voz "con tristes acentos" que decía:

"¡Ay Dios! ¿Si será posible que he ya hallado lugar que pueda servir de escondida sepultura a la carga pesada deste cuerpo, que tan contra mi voluntad sostengo? Sí será, si la soledad que prometen estas sierras no me miente. ¡Ay, desdichada, y cuán más agradable compañía harán estos riscos y malezas a mi intención, pues me darán lugar para que con quejas comunique mi desgracia al cielo, que no la de ningún hombre humano, pues no hay ninguno en la tierra de quien se pueda esperar consejo en las dudas, alivio en las quejas, ni remedio en los males!"

-¡Era la bella Dorotea, con sus cuitas y "vestidita de varón"!

-Espera: "detrás de un peñasco vieron, sentado al pie de un fresno, a un mozo vestido como labrador, al cual, por tener inclinado el rostro, a causa de que se lavaba los pies en el arroyo que por allí corría, no se le pudieron ver por entonces."



-¡Ahora entiendo lo de la Dorotea de Rioseras! Mira aquí pintó el Arlanzón y esas manchas de color en la orilla eran lavanderas, una imagen habitual en aquellos años, sin agua corriente en las casas. 



Pero a esta chica, la pinta con todo detalle. Se nos muestra descalza, sentada junto a un arroyo, más sorprendida que desdichada. Vamos a fantasear un poco. ¿Qué hace la del pañolón blanco? 

-Se apoya sobre un codo y se gira para mirar al espectador. No hay ropa ni tabla de lavar, el sol le da en la cara y acaricia sus pies descalzos. ¿Los metió en el agua? ¿Huía del trajín de la cocina o de la era? No había tenido tiempo de quitarse el delantal; mas la blusa rosa de puños blancos era la de los domingos. ¿Esperaba encontrarse con alguien bien conocido? 

-Don Marceliano iría cargado con su maletín y su caballete. Buscaría un paisaje castellano: un trigal o un cebadal, un cuadro de alfalfa, un barbecho pardo, una hoz al aire, seres humanos encorvados. 



Como no llevaba suficiente amarillo, cambió el esquema: cerros en la lejanía, Rioseras, los chopos, el arroyo, agua y luz bajo el puente,  unos patos...¡Y una hermosa adolescente de pies rosados! 

-Estás fantaseando con un viejecito Marceliano Santa María suspenso ante la belleza de unos jóvenes pies. Como el cura, el barbero y el loco Cardenio, en la sierra penitencial de don Quijote: 

"Y ellos llegaron con tanto silencio que dél no fueron sentidos, ni él estaba a otra cosa atento que a lavarse los pies, que eran tales, que no parecían sino dos pedazos de blanco cristal que entre las otras piedras del arroyo se habían nacido. Suspendióles la blancura y belleza de los pies, pareciéndoles que no estaban hechos a pisar terrones, ni a andar tras el arado y los bueyes, como mostraba el hábito de su dueño..."

Y, ya puestos, ahora imagina a la chavalita rubia de Rioseras desprendiéndose del recatado y blanquísimo pañuelo de cabeza, como Dorotea con la varonil montera:

"... y, sacudiendo la cabeza a una y a otra parte, se comenzaron a descoger y desparcir unos cabellos, que pudieran los del sol tenerles envidia...Los luengos y rubios cabellos no sólo le cubrieron las espaldas, mas toda en torno la escondieron debajo de ellos; que si no eran los pies, ninguna otra cosa de su cuerpo se parecía: tales y tantos eran."

-¡Tan largos que la cubrían por completo! No sino unas apretadas trenzas o un práctico moño que me parecen más propios de una chica de pueblo de los años cincuenta del siglo XX. ¡Y ese arrebato tipo Gilda! ¡No, mujer! Eran tiempos muy recatados, era la posguerra. La de Rioseras no era la Venus de Botticelli, ni la que inspiró a Garcilaso, cuyo cabello "el viento mueve, esparce y desordena".



¡Ni la modelo de un anuncio de champú! Bueno, quédate con lo de los pies descalzos, fuera del agua ¿eh? Como dice Pedro Ojeda: "el simbolismo sexual de sus pies en el arroyo"En cuanto a lo de la larga melena, y centrándonos en el personaje cervantino, mira lo que nos dejó escrito nuestro amigo bloguero, el periodista Fernando Portillo Hombre, en los comentarios de La Acequia, a próposito del capítulo 2.28 del Quijote:

"Cervantes vuelve una vez más a abrirnos las mentes y en este caso los gustos de los hombres de su época en materia de féminas para darnos cuenta de que son universales y propios de todos los tiempos. Así, mientras las mujeres, siglo tras siglo, se afanan en cortarse, rizarse, moldearse, cardarse, freírse y teñirse el pelo; en maquillarse y pintarse las uñas de los dedos de los pies y en seguir modas en las ropas interiores y exteriores tan extravagantes y cambiantes que no pocas veces se dan la mano con la ortopedia, los caballeros del siglo XVI ya se veían seducidos como Humbert-Humbert en el XX por una melena rubia que se desploma sobre los hombros de una muchacha..."

-Los afanes femeninos y la seducción...genial Fernando Portillo. Recuerdo su participación en la lectura del Quijote, con sus cultos y jugosos comentarios, y  su autorretrato quijotesco. 


-No dejes de leer el comentario completo, el que comienza por: "Más que requetesobada, como queda la atribulada Dorotea por el pícaro Fernando, es la morcilla o “historia dentro de la historia” que nos mete Cervantes en el capítulo XXVIII. Trátase de una historia de marcado corte erótico para inspiración de caballeros en la más estricta intimidad..."


-Doroteas, mujeres que huyen por amor. ¡Tantas que van por el mundo! Hemos comenzado con la niña de Rioseras que, posiblemente, no huía de nada grave. ¿O sí? 

-No podemos saberlo. Mira, acabo de empezar la lectura de las "Novelas ejemplares y amorosas" de María de Zayas. ¡Y me he encontrado con otra "Dorotea"! 

-¿En el libro que vais, vamos, a leer en septiembre? 



-Sí, en una novela  que se titula "Aventurarse perdiendo". La "Dorotea" se llama Jacinta y se refugia "por entre las ásperas peñas de Monserrate". Un "virtuoso mancebo", el discreto Fabio, oye las quejas de amor de un "hermoso zagal" que resulta ser, cómo no, una mujer enamorada.

-¿Enamorada de quién?

-Te leo un poco: 

"¿Quién vio, Fabio, amar una sombra, pues, aunque se cuenta de muchos que han amado cosas increíbles y monstruosas, por lo menos tenían forma a quien querer. Disculpa tiene conmigo Pigmaleón que adoró la imagen que después Júpiter le animó; y el mancebo de Atenas, y los que amaron el árbol y el delfín; mas yo que no amaba sino una sombra y fantasía ¿qué sentirá de mí el mundo? ¿quién duda que no creerá lo que digo, y si lo cree me llamará loca?"

-No sé si he entendido bien. ¿Amar a una sombra? 

-El hombre que conoció en un sueño, un amor "onírico". ¡ A Freud le hubiera gustado! ¡Erótico y onírico!

-Una "Dorotea" un tanto extraña, nos ponemos manos a la obra, digo a la lectura. Viajamos al áspero Monserrate. No sé si mañana es buen día: primero de octubre.

-Hasta la semana que viene, Austri. Seguiremos hablando de la mujer que se aventura perdiendo. 

Un abrazo para los que pasáis por aquí de:

María Ángeles Merino

¡Perdonadme la superentrada! ¡Un beso a todos!

miércoles, 6 de septiembre de 2017

"Nos sentimos en Burgos presa de una dulce emoción que no podemos definir...¿Será porque ya gravita sobre nosotros la Catedral antes de haber traspuesto sus umbrales?"


Catedral de Burgos al atardecer (foto de Agustín Merino)

San Lesmes, el río Arlanzón, el pintor burgalés Marceliano Santamaría, el Cid Campeador y ahora, cómo no en un libro titulado La cabeza de Castilla, vamos a ver qué escribe Azorín de la Catedral...de Burgos. Recuerdo que una amiga me comentó lo poco que el de Monóvar había pateado Burgos: llegó, quería visitar la Catedral y la encontró cerrada, pasó a  la Llana, se fijó en unos granos de trigo entre las piedras, vio un poquito la Catedral y se acabó. ¿Se merecía un homenaje por parte de los burgaleses? 

Cuando Pedro Ojeda nos leyó el capítulo XI del, para mí desconocido, libro La cabeza de Castilla, junto a las ruinas de San Francisco, me dije: "parece que sí lo merece":

"Nos sentimos en Burgos presa de una dulce emoción que no podemos definir...¿Será porque ya gravita sobre nosotros la Catedral antes de haber traspuesto sus umbrales?" (1946)



Al día siguiente, lo saqué de la biblioteca y tuve que llegar al "Epilogo en Burgos", en el capítulo XXV, para dar con lo de la Llana y los granos de trigo. Azorín realizó, al parecer, un viaje relámpago en automóvil que incluía paradas en Briviesca y en Burgos, con sensaciones de "déjà vu": 

 "Sí; iba corriendo el automóvil, y yo me regodeaba por adelantado con las sensaciones que iba a experimentar en Briviesca. La fuente que yo había imaginado no la vi. Todo lo demás estaba en la ciudad, tal como yo lo había intuido...

Treinta minutos después me hallaba en Burgos. A las dos y media fui a ver la Catedral. Estaba cerrada. No la abrían hasta las tres. Por una calle que corre al costado de la Catedral pasé a un vasto ámbito...Leí instintivamente la placa que rotula la plaza...Hay en Burgos una calle de la Llana de adentro y otra de la Llana de afuera...Indudablemente me encontraba yo, al estar en esa plaza, en la llana de adentro...Ahora veo que entre los guijos del empedrado se veían granos esparcidos...

Las sensaciones de mi viaje, de mis minutos en Briviesca, de mi hora en Burgos, ahora las percibo en toda su profundidad. El epílogo de Burgos llega a producirme angustia. No había yo estado nunca en aquella plaza y, sin embargo, la había visto con claridad antes..."(1935)

¡Unos minutos en Briviesca, una hora en Burgos y sensaciones anticipadas! ¡Y, en vez de admirar las "grises torres de aire y plata de la catedral" que nutrieron a García Lorca, todo su interés se concentra en la campesina placita de la Llana de Adentro, con su placa y sus granos de trigo! 


En descargo de Azorín, fijémonos en la fecha. Es un artículo de 1935 y en 1946, en el capítulo XI que nos leyó Pedro Ojeda, leemos:

"La Catedral nos está esperando. ¿Y por qué puertas entraremos en la Catedral? Dudamos si entraremos por la puerta de la Coronería o por la del Sarmental; las dos nos son simpáticas; las dos tienen nuestras preferencias."

Por la de Coronería no, maestro Azorín, que está cerrada desde 1786 y cuentan que fue Napoleón, en 1808, el último en pasar por ella y bajar la Escalera Dorada. Sólo en alguna obra de ficción hubo quien pasó por ahí, buscando la puerta...del Purgatorio. La del Sarmental puede ser, también la de Santa María que es la principal. Jamás por la de Pellejería. ¿Se fijó usted en los tormentos de los condenados, tras la pesa de almas que hace el arcángel? ¿Y en los evangelistas en sus pupitres, como escolares aplicados, a las órdenes de Cristo en Majestad?


Puerta de la Coronería

Entremos, maestro Azorín.  En el capítulo VIII, titulado "Pasado y futuro", fechado en 1945, escribe usted:

"Pero no podemos detenernos: hemos traspuesto los umbrales de cualquiera de las puertas de esta Catedral y van sonando nuestros pasos en el vasto ámbito, es ésta una hora en que la Catedral está desierta."


Puerta del Sarmental

"Toda catedral es una enciclopedia; toda catedral es un compendio de historia de las artes. Y con las artes está el espíritu de España; artífices que han trabajado en las catedrales no eran españoles; hemos de confesarlo; pero el ambiente de España los captó. Su arte se convirtió en genuino arte español."

Alejandro descubre la Catedral

Ahora no es fácil el silencio. Las horas de visita suelen ir acompañadas de la algarabía de los turistas, atiborrados de la información que les ofrecen los guías y las audioguías. El Martinillo pone orden y todos a abrir la boca más que el Papamoscas. De niña, sí, yo oía mis pasos en la Catedral, tan accesible entonces. Entraba y salía como Pedro por su casa. Bueno...era la casa de enfrente, en la calle de la Paloma. La enciclopedia estaba siempre abierta. Ya, ya sabemos que es nuestra vieja gabacha, comprendo que en 1945 había que hablar de "genuino arte español". 

Aitana descubre la Catedral

"Los catedrales tienen su luz, que va variando con la progresión de día y con su decrecimiento; cuentan con sus ruidos especiales; el olfato, último sentido llegado al arte, tiene aquí también en qué satisfacerse: el pabilo y el incienso dejan su efluvio en las anchas naves y en las recónditas capillas. Llega un momento, en estas horas de soledad catedralicia, en que perdemos toda noción del tiempo. ¿Dónde está el concepto de camino, representativo camino, que habíamos imaginado? ¿Soñamos o estamos en vigilia? La Catedral nos ha hechizado dulcemente...de pronto, suena a lo lejos el chirrido de una verja; despertamos de nuestro ensueño..."(1946)

El mosaico de colorines que el rosetón pintaba en el suelo. La luz cenital que se filtraba sobre las esculturas del cimborrio. ¡Mirabilia! ¡Qué sencilla la losa del Cid, ahí abajo! Sonaba el llavero del sacristán. Olía a velas espabiladas y a incienso agitado. Una mujer de negro bisbiseaba rosarios y soledades. Un cura soñaba en el confesionario. Un peregrino andrajoso contaba que venía de muy lejos. De pronto, chirriaba la verja y los niños salíamos corriendo. No se juega al escondite, ni a pillar, en la catedral. Tan negra y churretosa, amenazaba ruina y, aún así, hechizaba. Tuvo que caer San Lorenzo...¡Qué sorpresa cuando nos la lavaron la cara! 


Cimborrio (Catedral de Burgos). Foto cortesía de Begoña Sánchez Manero.

Volvemos al capítulo XI, después de elegir la puerta:

"Y, al fin, por una u otra, penetramos en el vasto ámbito. Y en el vasto ámbito vamos recorriéndolo despacio. Llegamos a donde queríamos ir: a la capilla de la Purificación o del Condestable. Y de la capilla pasamos a la sacristía. En la sacristía nos detenemos extáticos, ante la Magdalena, maravillosa, de un pintor a lo Vinci. El cuadro es atribuido a Giovanni Pietro Ricci, llamado Giovanni Pedrini. Burckhardt dice que este pintor pintaba "medias figuras de expresión dolorosa". Esa expresión nos parece que tiene esta Magdalena: una expresión de apacibilidad inefablemente melancólica. Toledo está, estéticamente, bajo el influjo de El entierro greciano; Burgos lo está bajo la figura leonardesca de este cuadro."

Sería una herejía recorrer deprisa el "vasto ámbito", aunque la capilla del Condestable sea algo grandioso. Una pequeña catedral adosada a una gran catedral, no se conformaba con menos doña Mencía de Mendoza y Figueroa, esposa de don Pedro Fernández de Velasco, para su última morada. Él y ella, yacentes, en mármol de Carrara, magníficamente vestidos y enjoyados. Él con espada, ella con rosario y perrillo fiel , un libro hubiera estado bien en la hija del marqués de Santillana. A los niños que nos colábamos en la capilla, entre los turistas, nos hubiera gustado pasar el dedo por la piedra, solo un momentito.


Sepulcro de los Condestables (Catedral de Burgos). Foto cortesía de Begoña Sánchez Manero.

Mas, usted maestro Azorín, no dedica ni una palabra al imponente sepulcro, ni a los magníficos retablos, ni a la bóveda estrellada. Va derecho a la sacristía donde se guardaba antaño la Magdalena atribuida a Giampietrino, un pintor que pintaba "a lo Vinci", tal vez colaborador de Leonardo. ¡Y nos coloca a Burgos bajo la influencia estética de esa "figura leonardesca" con su "expresión de apacibilidad inefablemente melancólica"! No sé, con todos los respetos, señor Azorín, no creo que ese cuadro sea tan importante para Burgos, tanto como "El entierro del Conde de Orgaz" para Toledo. Me acuerdo bien, eso sí, cuando nos aseguraban que era tan de Leonardo como la mismísima Gioconda. 


Magdalena de Giampietrino (actualmente en la Capilla de los Condestables, Catedral de Burgos)

En el capítulo XVI, titulado "Variantes en Burgos", vuelve a la capilla del Condestable, para llamar nuestra atención sobre la enorme piedra de jaspe preparada para sepulcro del hijo de doña Mencía y don Pedro; pero Iñigo Fernández de Velasco, IV Condestable de Castilla, sería sepultado en Medina de Pomar.

"¿Qué concepto merece a los burgaleses la piedra de la capilla del Condestable, en la Catedral? Esa piedra es una de las curiosidades de Burgos. Por ser una curiosidad, nadie repara en ella. Pesa dos mil novecientas cincuenta y seis arrobas, y tiene de longitud once pies y cinco pulgadas; de latitud, cinco y cinco; de espesor, uno y cuatro y medio. Cuando se labró el sepulcro de los fundadores, se colocó-como está ahora-en el centro de la capilla, junto al sepulcro: el de algún descendiente de los condestables. No ha llegado todavía el caso; la piedra, como es piedra, puede esperar."


Sepulcro de los Condestables y piedra de jaspe rojo vacía a su lado (Catedral de Burgos). Foto cortesía de Begoña Sánchez Manero.

Supo de las arrobas y las pulgadas, pero no le contaron la historia del buey Garrudo. Verá.
Garrudo era el guía de la boyada encargada de transportar, sobre rodillos, la mole de jaspe, a través de una rampa preparada en el Sarmental. El peso venció a los demás bueyes, sólo Garrudo consiguió, clavando las rodillas en tierra, que la losa no se deslizase sobre la pendiente. El animal sangraba por el hocico, debido al enorme esfuerzo. El Condestable dio la orden : "desuncidle y desde hoy determino que no trabaje más y que paste a su albedrío sin ser molestado por naide". 

Con razón decimos en Burgos "termino como el buey de la Catedral". Ahora he sido yo la que le ha contado una "curiosidad de Burgos". Aquí lo dejamos y doy por finalizada esta serie de entradas, escritas para homenajearlo, en el quincuagésimo aniversario de su muerte. ¡Y para desmentir que estuvo muy poco, o casi nada, en Burgos! ¡Y que echó mano de alguna guía!

Un recuerdo para mi maestra, doña Felicidad Portillo, lectora de Azorín, que me hizo llorar su muerte. A mí y a mis cuarenta compañeras de clase, aquel lejano día de 1967.

Un abrazo para todos los que pasáis por aquí de María Ángeles Merino.

Textos en rojo tomados de: La cabeza de Castilla, Azorín, editorial Espasa Calpe, colección Austral, segunda edición, 1967.