miércoles, 1 de julio de 2015

"Crónicas periodísticas de la Guerra de África (1859-1860)": " en medio de las mayores penalidades, la honra y el prestigio de nuestra querida patria."



Muley Abbas, hermano del Sultán y jefe militar de los marroquíes.

Comentario a dos de las "Crónicas periodísticas de la Guerra de África (1859-1860), correspondientes al 8 y al 13 de diciembre de 1859, de Gaspar Núñez de Arce. Para la lectura colectiva de "La acequia", dirigida por Pedro Ojeda.


Recordáis, de las dos entradas anteriores, a un matrimonio burgués y español, pongamos que madrileño: don Carlos y doña María. Ambos comentaban las primeras crónicas de la guerra de África de Gaspar Núñez de Arce, publicadas en el periódico "La Iberia", en 1859. También conocimos a su hijo Leopoldo, aficionado a jugar con soldados de plomo y de papel. Y a Blasa, su cocinera, muy triste porque han mandado a su hijo a la guerra.

Doña María tiene la costumbre de dar una vuelta a la casa antes de irse a dormir. Entra en el pequeño gabinete donde acostumbra a leer o coser, durante las largas tardes invernales. Allí encuentra a Blasa que  mira unos ejemplares del periódico "La Iberia". No se atreve a tocarlos, como si quemaran. Llora y se limpia con la punta del delantal.




-Buenas noches Blasa.

-¡Ay! ¡Disculpe la señora mi atrevimiento! El aya me dijo...cal señor le mandan papeles que cuentan lo de la guerra donde los moros...sabe usté, mi Blasito, pallá loan mandao. ¡Tontunas de una madre!

-Nada de tontunas, que yo también soy madre y bien entiendo tus sentimientos. ¡Puedes cogerlos!

-Pero señora...yo no sé leer, pa mi no dicen na.

-¡Eso tiene fácil arreglo! Yo te leo lo que quieras. Siéntate aquí, a mi lado. ¿Por dónde empezamos?

-Por...donde usté quiera. Dios la bendiga.

-Te leo lo más interesante:

"El valor de nuestros enemigos raya en temerario, si bien el de nuestros sufridos soldados no le va en zaga..."

-¡Ay señora que así  no me entero de na! Mejol usté  me lo cuenta, ques mu lista y lo tie todo leído.

-De acuerdo. Escucha. Aquí dice que los enemigos son muy valientes pero nuestros soldados más. Y les pueden.  Había mucho viento y mucho humo, no veían nada, pero atacaban con todo el empuje. Los moros se escondían entre los árboles y los matorrales que allí son muy espesos. Se arrastraban como culebras, era difícil distinguirlos con sus alquiceles, sus capas de color tierra que un día fueron blancas. Pero no te preocupes, Blasa, porque el arma blanca de los nuestros les da mucho miedo y huyen despavoridos en cuanto ven una bayoneta. Así que tranquila.



-A mi Blasillo mu rápido no es y lo pillan los de la capa gorrina, seguro. Quel no sabe qué cosa es la bayoneta, entiende nomás que de paletas y ladrillos.

-Ya le enseñarán, mujer, que para eso está la instrucción. "Entraron en acción...los cazadores de Simancas, Navas, Mérida, Barbastro, Arapiles y Alba de Tormes y los regimientos del Rey...Hubo rasgos de un valor heroicos. Algunos soldados heridos se resistieron a retirarse del campo de batalla y yo vi a uno...referir en tono chancero...de qué medio se había valido para atravesar de parte a parte a su contrario..."

-¡Papo! ¡Cuántos pueblos! ¡El Rey y to! ¡Digo yo que también la Reina, ques la prencipal. Yo le diría que se retire en cuanto se lo ordenen y que na de chanzas, que donde las dan las toman. Lea, lea usté.

-"Nuestra pérdida fue menos considerable que en combates anteriores...La de los moros fue mayor, si bien no puede calcularse fácilmente, porque...hacen toda clase de esfuerzos y sacrificios por retirar sus cadáveres...que no caigan en poder de los cristianos."

-¿Y por qué ese empeño señora? Pa enterrarlos a lo moro será.

-Por eso y porque creen que no pueden ir al Paraiso, al cielo para que lo entiendas, con la cabeza cortada. 



-¿Y quién se la ha de cortar si no es mala pregunta?

-Los soldados, Blasa, quiénes si no.

-O sea que mi Blasito va a andar cortando cabezas por ahí, como un carnicero de presonas.



-A mí no me parece de buenos cristianos, pero la guerra es así.

-Mi niño que no era capaz de matar al pollo que engordamos pa Nochebuena.

-Dejamos las cabezas y ten en cuenta que eso es una ventaja para los nuestros, cuando vuelven a recuperar a sus compañeros muertos...a por ellos. Piensa que los moros degüellan a todo cristiano que cae en sus manos. Aunque mira lo que escribe el señor Núñez de Arce al respecto:

"Afortunadamente no tengo noticias de que hasta ahora haya que lamentar en este sentido la pérdida de ninguno de nuestros hermanos" ¡Ninguna cabeza fuera de su sitio!

-Mi niño muerto y en dos trozos. ¡Ay Señor!

-Que no, que al tuyo no va a pasarle nada. Además, hace muy poco que partió, todavía tiene que recorrer muchos kilómetros hasta Cádiz. Y después embarcarse para Ceuta. La guerra habrá terminado para cuando tu chico llegue a ver el mar. Llegará a tiempo para el desfile de la victoria.


Prim y O´Donnell entran victoriosos en Tetuan

-¿Qué dice después de lo de las cabezas?

-Pues...dice que hubo viento y lluvia en el campamento pero "en medio de las penalidades y fatigas de la campaña, se muestran alegres y satisfechos, olvidándose de la lluvia a la media hora de haber pasado..." ¡Jóvenes al fin! Y no veas lo bonito que tiene que ser aquello, escucha lo que dice de lo que vio desde las alturas del Hacho, un monte de por allí.


"...divisábamos...por el mar los montes de Tarifa y Gibraltar, perdiéndose en el espacio como dos dudosas estrellas, y por tierra la ciudad a nuestros pies, y más allá las numerosas hogueras del campamento con su llama rojiza azotada por el aire cada vez más impetuoso."

-Vamos que por esas tierras el aire no se queda quieto. Y otro tanto hará el mar, que man dicho ques tan grande, tan grande que da respeto. Y que en ocasiones brama como un toro. También dicen que los árboles no tien hojas sino pinchos como puñales.



-Hay unos alcornocales muy robustos, que como son árboles tienen hoja. Los de los pinchos son las higueras chumbas, que hay muchas. Y palmitos y arbustos frondosos. Don Gaspar no sabe como se llaman, pero frondosos lo son mucho, al parecer. ¡Con muchas hojas!




-¿Higos con pinchos? Nunca comí higos así.

-Sí, Blasa, no tienen nada que ver con los de las higueras de por aquí. Me los trajo cierta vez una amiga que se casó con un noble andaluz, buena boda.


Aquí termina don Gaspar la crónica del 8 de diciembre de 1859. Concluye hablando de una catedral que hay en Ceuta y del santuario de la Virgen de África, lugar de mucha devoción, que no todos son mahometanos allí.


Virgencita cuida a mi chico! ¿Y en el otro cuaderno? ¿Sigue contando?


-Sí, pero no te preocupes, mira lo que dice:


"Hace muchos días que los moros escarmentados sin duda de los descalabros sufridos, no molestan ni atacan nuestras posiciones." Y se pone a contar algunos incidentes de esta campaña "donde en tal alto lugar colocan los soldados españoles, con su valor inquebrantable, su resignación heroica y su humor siempre alegre, en medio de las mayores penalidades, la honra y el prestigio de nuestra querida patria."


-Sí, muy altos, muy alegres, resignación...papo qué remedio. Y penalidades, lo dice el señor Núñez. Hambre, sed, un infierno para los probes muchachos, todo sea por la patria. ¡Ay!


-Mañana seguimos, yo quiero que estés tranquila.


-O intranquila, señora, pero quiero saber lo que escribe ese don Núñez que anda por allí. ¡Quién supiera leer! Buenas noches, Dios la bendiga.


-Buenas noches, Blasa. Rezaremos por tu hijo.


Doña María guarda los fascículos de "La Iberia" en un pequeño buró. Entra en su alcoba, donde su marido está todavía despierto. Pregunta:

-¿De verdad, María, que le leíste a Blasa todo lo que escribe el cronista el 8 de diciembre?

-Bueno, todo todo no, no quería hacer sufrir a la pobre mujer. Núñez de Arce comienza soltando lo de los 7000 moros embistiendo, "en medio de una enorme gritería y de los roncos sonidos de sus instrumentos bélicos". Y se adelantan en distintos grupos, impetuosos, hasta cerca de los puntos fortificados, que a don Gaspar no le llegaría la camisa al cuerpo. Y suben por las cañadas "donde la traición acecha siempre". Me salté lo de los 12 o 15 muertos y lo de los 150 heridos. Suavicé también lo del vendaval en el campamento. 

-¿Quién habrá contado a los moros, uno por uno, hasta llegar a siete mil? ¿No será un poco exageradillo el periodista como aquel Marco Polo de los millones? Lo que no tiene vuelta de hoja es lo de los 12 o 15 muertos y los 150 heridos. ¡Qué espanto el de los hospitales de campaña! ¡Y la papeleta de notificar esas muertes a la familia! ¡En fin! ¡El conde de Lucena sabrá lo que se hace! ¡Todo sea por la Patria!



-Y los manejos de O´Donnell que quiere ganar la guerra con los periódicos más que con los cañones.

-María, tú sabes más de lo que te han enseñado...Ten cuidado con lo que le lees y le cuentas a Blasa.


-Ya lo tengo. No le contaré lo del capitán herido que, espada en mano, dirigió una carga a la bayoneta de su compañía, yendo doce pasos delante de sus soldados. Ni lo de los dos hermanos que cayeron abrazados, uno muerto y el otro herido. Ni del que se presentó a O´Donnell con la espingarda que con la vida arrancó a un moro. Ni del capitán que se extrajo él mismo una bala que le había penetrado en el hombro. Mejor me extiendo con lo de la Mezquita, el sepulcro del Santón, el Serrallo y la casa del Renegado, siempre en muda contemplación de la costa peninsular.


Y los rumores de que los moros habían pedido parlamento. Aunque después confirme que fueron "voces sin fundamento".

No sé si comentarle la visita que hizo O´Donnell a los hospitales. Que mandó mejorar las camas, aumentar el servicio y estuvo consolando a los heridos. ¡Y dispuso que se les diera un duro a cada uno! Al menos, los que están allí han salvado la vida y bueno es que tengan un hospital, aunque sea de campaña. Y que el general se preocupe porque tengan mejor lecho. Y el duro les animaría...pienso.




-"El tiempo sigue malísimo"

-Sí. Buenas noches, Carlos.

-Buenas noches, María.

-¿De verdad crees que los moros son tan bárbaros y los cristianos tan civilizados?


Don Carlos no contesta, se ha quedado dormido. 

Un abrazo de María Ángeles Merino

Doña María, don Carlos y Blasa. 

Palabras extraídas directamente del libro de Núñez de Arce.

5 comentarios:

Bertha dijo...

Una mujer con sensibilidad; ya bastante tiene la pobre Blasa con ser analfabeta.Como bien dice la señora ella es madre y se pone en su piel,por lo menos le suaviza las cosas y eso se agradece-Aunque una cosa es decir misa y otra replicar las campanas.

lA HONRA Y EL PRESTIGIO DE NUESTRA QUERIDA PATRIA...

Ya vamos cogiendo la esencia de esta novela, muchas gracias por guiarnos.

Un abrazo MªAngeles.




Pedro Ojeda Escudero dijo...

Me gusta que sumes aquí a Blasa: esta guerra unió en el espíritu patriótico a todos los sectores nacionales pero sobre todo quien sufrió la penalidad del combate fue la clase popular. De ahí que se instalara tan fuertemente en el imaginario colectivo.
Un abrazo de regreso de Marruecos.

Ele Bergón dijo...

¡Tristes guerras! donde siempre pagan el pato los más desfavorecidos, como esta Blasa, madre del soldado Blasito. Los mandamases como O'Donnell, utilizando al pueblo para sus propios fines.

Ya tengo el libro, pero aún no lo he metido el diente.

Besos

PENELOPE-GELU dijo...

Buenas noches, Abejita de la Vega:

Impresionante la historia del renegado.
A Blasillo, como a tantos otros, no le quedaba más remedio que alistarse y ser héroes a la fuerza, y quizás recibir una condecoración.
¡Qué bonito detalle la carta de la reina Doña Isabel!

Un abrazo.

Myriam dijo...

Tu personaje de Blasa esta genial!!!!
Te felicito, me parecía estar viéndolo.

Terrible esta guerra, como cualquier otra.

En fin, besos.