miércoles, 25 de febrero de 2015

"Entre visillos". Pablo Klein: "¿usted a dónde va?...¿Yo?...Pues al Instituto."


 
Comentario parcial a la novela "Entre visillos", de Carmen Martín Gaite (la llegada de Pablo Klein). Para la lectura colectiva de "La acequia", dirigida por Pedro Ojeda.

La semana pasada, al comentar "Entre visillos", me centraba en el personaje de Natalia, la muchacha de dieciséis años que escribe en su diario, al comienzo de la novela. Una niña mujer que focaliza buena parte de la obra con su extrañeza e incomunicación ante el mundo adulto. Gertru le cuenta muchas cosas, pero ella "no sabía qué contar". Y Natalia nos va a contar mucho de la vida que se oculta tras los visillos, la que no figura en los programas de la ciudad, tan ordenada, tan aburrida.


A la ciudad anónima y provinciana llega Pablo Klein, para ocuparse de la clase de alemán del Instituto, en realidad para reencontrarse con los años de su niñez, pasados allí. Es un hombre de otro mundo, educado en el extranjero, un personaje extraño y extrañado. Nos ofrece su relato en primera persona, como Natalia en su diario. Es el otro foco de la obra. El relato de su llegada es también una pieza clave, mientras leemos nos esforzamos en ver con sus ojos y escuchar con sus oídos. Empatizamos con él, como lo hicimos con Natalia.



Pablo Klein llega en tren después de un "viaje interminable". No sabemos de dónde viene y habrá que pasar  páginas para conocer su nombre. A pocos kilómetros de la estación, una avería, la segunda,  deja varado el tren en medio de unos rastrojos, ante la mirada atónita de un pastor. Allá lejos divisamos "un pueblo chico" con sus álamos. A Pablo no le pasa desapercibido el paisaje y la luz del atardecer.  Entre borregos  y sombras grotescas, los viajeros aburridos se bajan de la vía y se forma "desde la máquina a los vagones de primera una especie de paseo provinciano".


Rastrojos
 
Agudizamos el oído. Una chica de rebeca rosa, qué gentío en San Sebastián, "una cocacola diez pesetas", el balneario más tranquilo, sí.


 "Goyita, este señor es don Luis, el del almacén de curtidos", "encantada", " ahora a  hacer estragos en las fiestas del Casino, "¿o ya tienes novio?", "a ésta con novio la mataba", "juventud divino tesoro", "a ti te tengo que presentar yo a mi hijo mayor, el que estudia Derecho. Menudo elemento...", "a lo mejor lo conoces", "No sé, a lo mejor".


Todos o casi todos se conocen, sí. Y se forma un ambiente festivo en torno a las rajas de sandía que les vende un hombre con burro y traje de pana. El zumo gotea por las barbillas. Mirad, la de rosa  está ahora con una de rayas,  "con escote muy grande". Dice que es de Madrid, que viene a pasar las fiestas a casa de un cuñado. Ahora hablan en tono de cuchicheo, la de rosa le presentará amigas, irán a los bailes de noche...La madrileña va en sandalias de tiras y lleva las uñas de los pies pintadas, la provincianita de rosa cubre sus piernas con unas asfixiantes medias.


Pablo observa y escucha, le entra sueño, le despierta el topetazo de la máquina, "ahora va de veras".

Entre el retraso y las fiestas, piensa que nadie irá a esperarle. Alguien dice en el pasillo que ya se ve la Catedral. Pablo sale, ve algunas torres; pero se distrae en atrapar los colores de las nubes oscuras del atardecer, el calor de los tejados, los brillos de los cristales,  las bombillas "poco destacadas en la tarde blanca". Junto al equipaje trae sus recuerdos, busca el río y no lo ve. El tren pita fuerte, efectivamente, nadie le espera.

Baja del tren y la gente al salir "le tropieza". Es así porque Pablo sigue empapándose de las conversaciones: "Adiós mona, te llamaré", "¿Quién es esa chica?", Yo qué sé mamá, de Madrid", "Pues va hecha una exagerada".

 
Estorba, ha de quitarse de en medio. Un "hombrecillo muy feo" le ofrece montar en un pequeño autobús, "a domicilio" . Todos los asientos están ocupados, al parecer, y sentimos con él las miradas hostiles.  Son trece y tiene que haber un sitio, al final retiran un bolso y Pablo se puede sentar. Le preguntan a dónde va y duda. "Pues...al Instituto". En el autobús nadie parece saber dónde está eso. Después de muchas dudas, alguien interviene: "cerca del Rollo...Al final de la cuesta de la cárcel".


Rollo y cárcel, palabras sugerentes. Y, al final del todo, está el Instituto de Enseñanza Media. El autobús ha de llevar primero a los del centro. A los gritos de ¡Cuidado que cierro! y ¡tira Manolo!, empieza a sonar fuerte el motor, el coche arranca al segundo intento. La esquina del maletín de Pablo golpea a una señora gorda que le mira con resoplido. "Dispense".

Calles y más calles. El hombrecillo feo viaja fuera, sujeto a la ventanilla abierta. Salta el autobús sobre los adoquines, suena la bocina. Huele a churros fritos y empezamos a oír más ruido y a ver más gente. La feria debe estar por aquí.

 
Las calles son estrechas, renquea el coche y se arrima a la acera. Bocinazos, risas, qué bonito lo han puesto este año. Pablo mira: "unos arcos de bombillas encendidas formando dibujos rojos y verdes". Paradas, carga y descarga de bultos, conversaciones, miradas a ambos lados y miradas hacia arriba, alguien anda sobre la baca y revuelve maletas: "¡Esa no es!"

En una de las paradas, Pablo  ve de nuevo a la chica de Madrid con otra mujer, se regocija en criticar a la amiga madrileña  que se echó en el tren: "¿Te fijaste en la rebeca rosa que traía de manga corta? y el pelo largo así, con muchas horquillas y como mal rizado...No es que fuera fea del todo...la manera de hablar...cursi, pero simpática". Al leer esto, recordamos lo de "va hecha una exagerada" y tratamos de visualizar una rebeca de manga corta y un pelo mal rizado y sujeto con muchas horquillas.

 
Arrancan otra vez y Pablo se duerme. Cuando despierta, ya se han bajado todos los viajeros. Ahora se oyen cánticos y campanas.

"Era una procesión. Pasaban mujeres en fila con velas encendidas...Entraban a cantar cada una un poco más tarde...voces confusas e incomprensibles. Algo era del Redentor..."
El hombre del autobús le pregunta si viene a las ferias. Pablo le contesta que sí con la cabeza y el hombre le informa en tono confidencial  que "mañana no torea el monstruo". ¿Qué dice este buen hombre? Compartimos con Pablo la incomprensión, no sabe de qué monstruo le habla. Se refiere a un torero famoso que ha sufrido una cornada. Pablo hace un vago gesto de condolencia y escapa con los ojos a otra parte.


Suben una cuesta. El del autobús le pregunta si es extranjero, no se aguanta si no lo pregunta. No sabía si decir sí o no, al final dice que no. El coche va dando tumbos. Por fin ahí está: "Debe ser el primer edificio que hay detrás de la tapia".


"La tapia era...un paredón altísimo". En la fachada..."chocaba la torpeza y desproporción de aquella fachada que parecía dibujada por un niño". No hay nadie y graznan unos pájaros negros.

 La puerta está entreabierta, pasa y en la escalera hay una señora fregando arrodillada. Sube pisando unos periódicos, la mujer le llama. Alza la cabeza sin incorporar su cuerpo, como si la postura "fuera en ella normal e inevitable". Y le dice que arriba no hay nadie, que el bedel se ha ido.
 

 
Pablo Klein pregunta si no es allí la residencia del Instituto, dónde viven los profesores,  pensaba que estaría en el mismo edificio. La mujer le contesta que no sabe qué decirle, que ella cree que los profesores viven en sus casas. Pablo Klein no sabe que en España no hay residencias de esas, como en otros países. Nos da pena este hombre tan perdido.

Sale por la puerta pero se vuelve. Pregunta si sabe a qué hora suele venir el Director por las mañanas. La mujer infla solemnemente la voz para decir: "El Director se ha muerto".

"¿Cómo? ¿Don Rafael Domínguez?"

Esto sí que no se lo esperaba. Sale, se detiene junto a los muros del puente del ferrocarril. En un gesto de desaliento, apoya la barbilla en el borde. Ve las casas humildes que dan a la vía, por las ventanas salen voces agudas de mujer , estarán preparando la cena. ¿Añora Pablo Klein un hogar?

 
Nos dice: "fui siguiendo las vías rectas y solas hasta que se me perdían de vista, juntándose allá en el campo". Campo desdibujado, nubes oscuras, oye acercarse un tren, aparece debajo de él y le escupe "a la cara una bocanada de humo espeso y rojo". Cierra los ojos, los abre, el tren ya va muy lejos "con su luz encarnada".


Una pareja de novios miran alejarse el tren "con las caras muy juntas, los brazos cruzados por detrás, exhaustos". Ni le han visto, les tiene envidia. Está muy fatigado, necesita encontrar una pensión.

Pablo Klein irá a la casa del director fallecido y allí, en un asfixiante ambiente de duelo provinciano, conocerá a Elvira. En el Instituto, tendrá a Natalia como alumna del último curso. ¿Encontrará el amor este hombre tan solitario? ¿Se quedará o saldrá huyendo?

Iremos con Elvira, la hija de don Rafael Domínguez.

Un abrazo de.

María Ángeles Merino




domingo, 22 de febrero de 2015

IV Centenario de la publicación de la segunda parte del Quijote. ¿Ballet y don Quijote? ¿Teatro y don Quijote?


Paloma Fernández Villa presenta a los profesores María López y Pedro Ojeda. 

Como señalaría el profesor Pedro Ojeda: "Es un lujo comenzar nuestro año quijotesco con María”. Así es, disfrutamos del más vivido y experto comentario para una obra singular que relaciona el ballet con don Quijote.

María López, profesora de Danza Clásica del Conservatorio Superior de Madrid "María de Ávila" y Pedro Ojeda, profesor de Literatura de la facultad de Humanidades de la UBU.
Escuchamos a la profesora de Danza Clásica del Conservatorio Superior de Madrid "María de Ávila", María López:

El ballet “Don Quijote” es una obra de Petipa, la coreografía y el libreto, con música de Minkus, compuesta para la compañía imperial de los teatros rusos. Consta de cuatro actos, con ocho escenas, más un prólogo y fue estrenada en Moscú, en 1869. Dos años más tarde será repuesta en San Petersburgo, con algunas variaciones, para un público considerado más selecto que el moscovita, siendo Moscú una especie de prueba.

 
Nos pinta una España pintoresca de gitanos y toreros, con rasgos de romanticismo, aunque pertenezca a la época de la danza denominada "clasicismo".

El capítulo elegido es el de las bodas de Camacho, con una Quiteria que pasa a ser Kitri, su enamorado Basilio el barbero, su padre Lorenzo el mesonero que se opone a la boda de Kitri con Basilio y su pretendiente rico Camacho. 



Don Quijote y Sancho son testigos de este amor, triunfa el amor. Se refuerzan los aspectos cómicos y se refleja la lucha de clases: Basilio pobre contra Camacho rico. Se incluye como valor negativo el interés de Lorenzo y como simbología la de la guitarra, símbolo de la humildad asociada a Basilio. 


Don Quijote y Sancho son aquí personajes pantomímicos, hay que tener en cuenta que, en un ballet, las mujeres son las protagonistas. Es de destacar la dificultad de sus variaciones, el virtuosismo. Kitri es alegre, valiente, rebelde. La Quiteria de Cervantes es más silenciosa y sumisa. El ballet tiene su lenguaje, cuando Kitri está hacia fuera muestra alegría, cuando está hacia dentro muestra independencia.

Hay diferentes versiones de este ballet que se retroalimentan entre sí, concluye la profesora María López.

Nosotros vamos a contemplar la del "American Ballet Theatre". Pero antes, escuchamos a Pedro Ojeda que nos habla de la condición escénica del Quijote:


No se suele relacionar Quijote y ballet. ¿Por qué llegamos a un ballet con Don Quijote? ¿Por qué alguien se fija en don Quijote? ¿Por qué un ballet con Don Quijote? ¿Por qué alguien se lo plantea?

El Quijote está pensado desde el teatro. Cervantes es un hombre de teatro, siempre pensó en el teatro, lo dejó por Lope de Vega. 



En el Quijote aparece “El carro de la muerte”, una compañía de cómicos de la legua que viajan disfrazados para la función. Tenemos también una obra de títeres: "El retablo de Maese Pedro". Abundan también las microrrepresentaciones escénicas. La obra de Cervantes se ha llevado a escena fragmentariamente, está llena de sugerencias escénicas. Se ha intentado, incluso, llevar todo el Quijote a escena. En el siglo XIX, una obra hizo coincidir a Cervantes con Shakespeare. La obra "En un lugar del Quijote" juntó en escena a don Quijote y a Cervantes...


¿Por qué las bodas de Camacho? ¿Por qué se lleva al ballet? Es el fragmento más llevado al mundo escénico, en zarzuelas y comedias. Basilio consigue quitar la novia al rico. ¿Por qué se lleva ese capítulo precisamente? El primero fue Antonio Valladares y Sotomayor, en 1777, con "Las bodas de Camacho". Esta obra tuvo gran divulgación, pasó a Francia y de ahí a Rusia, se distribuyó por toda Europa. Meléndez Valdés introdujo como novedad en "Las bodas de Camacho el rico", la doble pareja, con una mujer para Camacho. Se suceden las zarzuelas, las versiones sobre este pasaje.  En el ballet, el ambiente es urbano, sucede en Barcelona. En la novela, el Quijote, el ambiente es rural, siguiendo la revalorización rural propia de la "menosprecio de corte y alabanza de aldea".



Quiteria y Basilio se conocen de niños. Quiteria, en la novela, es un personaje pasivo. El padre promete a su hija al rico del lugar, le interesa, consigue que se prometan. Todos saben que Basilio sigue enamorado de Quiteria. Basilio dice que no se pueden casar, que es su mujer. Hay que tener en cuenta que el Concilio había prohibido las bodas secretas. En la obra de Cervantes, está además la sospecha de que Camacho es un converso, un cristiano nuevo.

Don Quijote y Sancho defienden al rico, es lo que marca la sociedad. El discurso de don Quijote defiende la voluntad de los padres, al igual que Sancho. Basilio recurre a un truco  ingenioso para que Quiteria se case con él. Don Quijote y Sancho se convierten en defensores del amor y cambian su discurso, ahora dicen lo contrario a lo que decían antes. Basilio se lo merece por su lucha y por su esfuerzo, algo subversivo en el siglo XVII, algo nuevo.

¿Por qué es tan interesante este pasaje? Porque es absolutamente teatral.


¿Y danza? ¿Dónde hay danza? En medio del pasaje hay una danza, Cervantes describe una danza cortesana del siglo XVII. Ya tienen danza:

"Tras ésta entró otra danza de artificio y de las que llaman habladas. Era de ocho ninfas, repartidas en dos hileras..."

"Las bodas de Camacho" se han llevado a escena del siglo XVII al XXI. Pedro Ojeda anima a leer, al menos, estos tres capítulos del Quijote: 2.19, 2.20 y 2.21. Los que comienzan así:

APENAS la blanca aurora había dado lugar a que el luciente Febo, con el ardor de sus calientes rayos, las líquidas perlas de sus cabellos de oro enjugase, cuando don Quijote, sacudiendo la pereza de sus miembros, se puso en pie y llamó a su escudero Sancho, que aún todavía roncaba...

CUANDO estaban don Quijote y Sancho en las razones referidas en el capítulo antecedente, se oyeron grandes voces y gran ruido, y dábanlas y causábanle los de las yeguas, que con larga carrera y grita iban a recebir a los novios...

Pedro Ojeda concluye: Basilio lo consigue por amor, el amor consigue superar diferencias sociales.

Se apagan las luces y contemplamos en la pantalla el ballet. La increíble belleza del movimiento combinado con la música. Bellos cuerpos de hombre y de mujer burlando a Newton. El escenario: una España tópica con mujeres vestidas con volantes, toreros enfundados en seda, gitanos y un cura tocado con una enorme teja que va de un lado para otro. Don Quijote y sus ensueños, y sus molinos. Sancho Panza que come y bebe. La magia del ballet y la magia de Cervantes.

Allí estuvo María Ángeles Merino, la que esto escribe, siguiendo las notas tomadas en un cuadernillo.

Gracias a todos los que hicieron posible este acto. Cervantes estaría satisfecho.

miércoles, 18 de febrero de 2015

"Entre visillos": Natalia, "ya ha cumplido dieciséis. Ella que se descuide y verá".

"Entre visillos" entre visillos.

Comentario inicial a la novela "Entre visillos", de Carmen Martín Gaite. Para la lectura colectiva de "La acequia", dirigida por Pedro Ojeda.

Pasé el mes de enero bailando mi singular contradanza con los “Usos amorosos del dieciocho en España”, de Carmen Martín Gaite. Me ayudó Rosita, mi ente de ficción dieciochesca.


Ahora viajo a la mitad del XX, mil novecientos cincuenta y tantos, y comienzo una nueva lectura colectiva con "Entre visillos", de la misma autora, premio Nadal 1957. Y me encuentro, de nuevo, ante el tema de la libertad de la mujer. Otra época, otro género literario, pero la conexión es evidente. Incluso podíamos pensar que la escritora pensaba en los del XX cuando estudiaba los usos del XVIII. Los que a ella misma le fueron impuestos en su Salamanca natal, o lo intentaron, menuda era doña Carmen. Podéis ver su visión irónica en "Usos amorosos de la postguerra española".



Salimos al encuentro de unos personajes femeninos que ven pasar la vida entre visillos, los reales y los metafóricos. Es una anónima capital castellana de provincias, con catedral dorada y chopos en la carretera, pinceladas de Salamanca, tal vez...pero sin universidad. Una lugar donde todo el mundo sabe de todo el mundo y hay que estar muy atento a las apariencias. Un modo de vivir que puede darse en cualquier parte.


Allí viven Mercedes, Julia y Natalia las tres hermanas que viven en la casa del mirador, "un coche parado". Sí, y también Geltru y Elvira, y una colmena de itas y de ucas, Goyita, Toñuca y muchas más. A través de su charla banal, sabemos de la doncellez recatada y encerrada de unas muchachas españolas burguesas, como damitas del dieciocho, como hidalgas en un estrado del XVII, a la espera de un novio conveniente que llega o no llega. Bueno, éstas tienen el cine para soñar...

Es el ambiente opresivo de la posguerra, bajo el imperio de la moral nacional católica. Sabemos de su aburrimiento, su tristeza y su desilusión, en una novela con voz de mujer. Una mujer que habla como hablan las mujeres con "su más amiga", menudo oído el de doña Carmen. Y no sólo el lenguaje sino también los gestos y actitudes femeninos: comprobar si se ha roto una media, si se lleva arrugada la falda, hablar de las criadas, ocultar su edad...o protegerse del frío y de las miradas con la "rebeca", prenda provinciana y recatada por excelencia.
 


Es el mes de septiembre y están en ferias. Afuera bailan las gigantillas y estallan los petardos. Nos recibe Natalia que, ajena a la fiesta, escribe su diario, en la cama: "Ayer vino Geltru".



Geltru es una amiga a quien no veía desde antes del verano. Natalia escribe que fueron paseando por la chopera del río, para contarse cosas. Una niña de dieciséis años que parloteaba entusiasmada, inmersa en su paraíso de "novia formal", dando vueltas en un vals imaginario entre los chopos. Qué ilusión la polvera de oro de su futura suegra, qué ilusión su puesta de largo, la fiesta con sus adornos, los detalles de su traje de noche; tienes que ir, Natalia. Aquella Geltru con la que recogía bichos para la colección de Naturales ya no era la misma. No, Natalia no quería ir a esa fiesta, era una "chica rara", de las que no se ponen de largo.


Geltru inserta en su relato entusiasta una pequeña historia muy significativa:

"Dice que ella este curso por fin no se matricula, porque a Ángel no le gusta el ambiente del Instituto. Yo le pregunté que por qué, y es que ella, por lo visto le ha contado lo de Fonsi, aquella chica de quinto que tuvo un hijo el año pasado"

 Porque, como escribía Martín Gaite en "Usos amorosos del dieciocho en España": "La opinión de que la buena fama de la mujer casadera estribaba en su ocultación era unánime, y de ello derivaba el interés que ponían los padres en guardar a sus hijas... algo muy semejante a una frágil mercancía, y la atención...hacia ellas se resumía en la preocupación por su posible deterioro, hasta el ansiado momento de transferirle a otro dueño aquel agobio". Sí, como en el dieciocho. Ahora no son sólo los padres, también el futuro marido se encarga de que la mercancía no le llegue deteriorada o con mala fama.

Las mujeres de "Entre visillos" se muestran más o menos conformistas con el papel asignado. De Natalia, Talita, la protagonista, sabemos enseguida que no lo aceptará nunca, aunque la novela no cubra etapas posteriores de su vida. Es mi personaje favorito, desde que la conocí a través de la televisión, antes de leer el libro, que no tardé en hacerme con él.

http://www.rtve.es/alacarta/videos/entre-visillos/

En esta versión de RTVE de 1974, Gertru era una jovencísima e irreconocible Victoria Vera, Natalia era la tempranamente fallecida Inma de Santis.

Tal vez porque era casi de mi misma edad, quizás me atrajo su rebeldía ante el conformismo del mundo que la rodeaba. Yo vivía mi propia adolescencia en los setenta, un momento de cambio, un tiempo de juzgar el pasado, el pasado que no había pasado del todo.

Me gustaba. Porque Natalia no comprendía a Geltru, tan feliz de ser "novia formal". Luego nos iremos enterando de la catadura moral de ese novio tan formal...Lo que deseaba Tali era estudiar una carrera relacionada con las Ciencias Naturales y no encontraba el momento para planteárselo a su padre: ir a estudiar fuera, a Madrid, tal vez.

¿Ir a Madrid? Porque Natalia sufría el drama de su hermana Julia, enamorada, pero incapaz de dar el paso de marcharse a Madrid, junto a su novio Miguel, venciendo la oposición paterna.

Y hay un momento en que Talita saca "una voz solemne" y, ella la pequeñita, dice a su hermana que no para de llorar:

-"Si te vas a casar con Miguel, haz lo que él te pida. A él es a quien tienes que dar gusto. Espera a que se pasen las ferias, y si no viene a verte, ya lo arreglaremos para convencer a papá. O podemos escribir a los primos.

-Es que él quiere que esté bastante tiempo. Que vaya casi hasta que nos casemos-dijo Julia.

-¿Y tú también quieres?

-Yo también. No podemos estar así, separados, riñendo por las cartas...¿Verdad que no tiene nada de particular que vaya yo? Tengo veintisiete años, Tali. Me voy a casar con él. ¿Verdad que no es tan horrible como me lo quieren poner todos?
...
-"Me parece maravilloso que te quieras ir. Te tengo envidia. Ya verás cómo se arregla."

Porque mi heroína no quería ser como su hermana mayor, Mercedes, que ya tenía pasados los treinta y era una solterona amargada que amenazaba, ante su negativa a ponerse de largo: "ya ha cumplido dieciséis. Ella que se descuide y verá". Y que mostraba su hiel en comentarios clasistas: "no sé qué pasa este año en el Casino...la mezcla que hay...hasta la del Toronto se ha vestido de tul rosa. Y por las mañanas en el puesto. Así que claro, es un tufo a pescadilla..."

 Veremos como Natalia se enamora, más bien se va enamorando, pero no se da cuenta. Os gustará como a mí. Y la podemos considerar como protagonista, no sólo porque parte de la novela está narrada en primera persona,  a través de su diario; también porque focaliza la acción de la novela en más ocasiones que ningún otro personaje.


Natalia estudiaba el último curso del Bachillerato en el Instituto público de la ciudad. Y allí conoció a Pablo Klein, un personaje masculino tan ajeno a la ciudad, como una mosca en leche. En medio del universo provinciano, Pablo llegó para ocupar una plaza de profesor de alemán , en realidad para reencontrarse con los años de su niñez pasados allí. Era un hombre de otro mundo, educado en el extranjero, sus costumbres habían de resultar extraños en un ambiente tan conservador. Pablo observa, analiza y nos habla en primera persona, igual que Natalia con su diario. El resto, lo completará una voz en tercera persona omnisciente pero neutra, nosotros juzgamos ante una pintura muy bien construida.

Los personajes centrales serán Natalia, Julia y Pablo. Y también Elvira, la hija del director del Instituto recién fallecido, pintora, de ambiente más intelectual pero que no sabe qué hacer con su vida, no está muy segura si su obligación es colgarse del brazo de Emilio, un opositor a Notarías. Escribirá una carta sorprendente...


Cada uno de los personajes principales es un eje en torno al cual giran otros de menor entidad. Pablo y Natalia atraerán a su órbita a gran cantidad de personajes secundarios: la animadora del casino, las amigas, las niñas del Instituto, los chicos del Casino o del Gran Hotel...Una novela algo colmenera que os gustará, nos gustará comentarla.

Seguiremos paseando por la capital de provincias. Chicas, no olvidéis la rebeca.

Un abrazo de:

María Ángeles Merino
 

miércoles, 11 de febrero de 2015

"Usos amorosos del dieciocho en España": el cortejo deja huella en la lengua...y en la vida de maridos, cortejos y cortejadas.

Comentario, en forma epistolar, al ensayo "Usos amorosos del dieciocho en España", de Carmen Martín Gaite. Para la lectura colectiva de "La acequia", dirigida por Pedro Ojeda.

Recordáis de mis tres entradas anteriores, las cartas de Rosita a su amiga Mariquilla, aquí tenéis la cuarta y última. 

La lectura del ensayo de Carmen Martín Gaite condujo mi loca imaginación hasta  una ficticia mujer del pueblo del XVIII que asiste, como espectadora muda, a una pequeña revolución femenina dentro de la aristocracia y alta burguesía de nuestro país: el cortejo. El cortejo fue una "tontería" pero abrió un mínimo agujerito que se iría agrandando: la libertad de la mujer para gobernar su vida. Y ya no habría vuelta atrás.

Rosita aprende a leer a escribir y tiene a su lado al dómine Juan que le regala un poco de la luz del conocimiento. Ya nada será igual para Rosita, es el poder de la educación, la clave de todo. Desgraciadamente, en la realidad, esa luz alumbrará muy poco a las mujeres del XVIII, y del XIX y del XX.

Madrid, a 23 de septiembre de 1795

Mi querida amiga Mariquilla:

Me dices que taces cruces de lo mucho que aprendo en ca la señora Baldomera, en este su palacete de Madrid, villa y corte de nuestro rey don Carlos IV, a quien Dios conceda larga vida. Y a la reina nuestra señora doña María Luisa de Parma y a nuestro bien amado Príncipe de la Paz. Sí, ya pienso que la que te lee mis cartas, doña María, mujer más buena y de toa la confianza, te habrá de desentrañar el sentido de mucho de lo que te escribo.

¡Cuantas palabras nuevas, amiga de mi alma! Don Juan me dice que lo del cortejo es moderno y lo del recato es tradicional. Creo que lo tradicional tes más familiar, que otra cosa no, pero a la iglesia sí acudes y seguro, seguro, que el cura de nuestro pueblo, don Roque, os cuenta de la vida recoleta, el retiro, el encierro, el recogimiento, la sujeción y la retentiva. To eso es el cuento que os habéis de aplicar las casadas, bueno a ti te lo aplica el boticario, cual cataplasma. Me lee mi maestro algunas cosillas de los escritores tradicionales, con los cuales no está de acuerdo, pero él dice que es preciso analizarlos y ver sus razones, fuera de toda razón.  Sí, ya sé ques un lío. Copio lo que escribe un tradicional pa que veas:
“A las mujeres se les debe eximir de empleos y ocupaciones incompatibles con la modestia y la retentiva del sexo”.  Así es, señor tradicional, retenemos  nuestros sentimientos y afectos, los ahogamos, no nos es lícito dejarlos que manen cual manantial.  No nos pongan en malas ocupaciones que dejemos de ser modestas y retentivas.
También me lee los escritos de los modernos pa los que to eso del recato es encogimiento, poquedad o pusilanimidad.  Sí, señores modernos, nos apocamos, nos encogemos, nos reducen al silencio, a la vergüenza, a fingir lo que no sentimos, no hay otra. De lo contario, la mala fama caería como una losa sobre nuestras cabezas. Y una vez que se despluma la gallina, no hay quien recoja todas las plumas. Mas ahora, dicen ustedes, que hemos de sacudirnos esos estorbos y ser despejadas. Despejo, desembarazo, desenfado, desenvoltura, soltura, soltar nuestra lengua, vivan las mujeres pizpiretas.  Libertad y a las mujeres, doble peligro...dirán algunos.
Mi señora, doña Baldomera, en su salón, sí habla de libertad, cómo no; aunque la regañe su confesor, mas con cuatro padrenuestros se lavan tos los pecaos. Le contaba a una amiga, la otra tarde, lo que desgranan los curas que ella conoce cuando se les habla de libertad pa las señoras: “libertinaje, licencia, liviandad, desvergüenza, descaro, insolencia y descoco”. Lo que mejor entendemos tú y yo es lo de la desvergüenza, que, de niñas, la palabra desvergonzada solía ir delante de alguna bofetá, o tirón de orejas.

Pero ahora la libertad es cosa buenísima y este mundo ya no ha de ser un valle de lágrimas. Hay que gozar y relacionarse, gritar a los cuatro vientos que viva la alegría y viva la sociedad, el buen gusto, el amor y la amistad. Creo que son ideas de los franceses. Don Frasquito lo leía en un libro, mientras yo le servía el chocolate de la jícara. ¡Qué pico se gasta el cortejo de mi señora! Ya nos gustaría a los pobres, que la vida fuera siempre una pradera de San Isidro, el día del santo, al aire y al sol, con mucho amor y buena merienda.

Alabado sea Dios, tal vez algún día nos llegue a los humildes la libertad esta que proclaman algunos ricos can leído. Me dice mi maestro que es bueno quellos empiecen, que llegará un día...aunque ya estemos en compañía de malvas y jaramagos. O en el cielo, vete a saber.
La libertad para las mujeres, pobres o ricas, tardará más. Las de arriba han empezao con el cortejo, un agujero por donde han conseguido salir del estrado, que antes, me lo cuentan las criadas viejas, to el día encerrás, apoltranás en los almohadones, esperando al señor esposo.
Lo del buen gusto, te cuento. To ha de ser más delicado y ligero. Los hombres han de afinarse, ni barbas de jabalí ni atavios del baúl del agüelo. Han de tener gracia pa cortejar, vestir, acicalarse y andar. Fuera to lo grueso y ordinario, to lo que termina en on o en azo: hombrón, hombrazo, chicarrón, chicazo...Ahora to ha de ser finura y fineza, lo macizo es disgustante, deguntant dicen los gabachos. Fuera lo rancio, lo grosero, lo rústico, lo añejo...que un currutaco fino precisa ser social, civil, civilizado...


Todo tie que acabar en ito, le verás alargar el chocolate a su madamita y ponerle un bizcochito en el plato pa quella  lo moje en la jícarita y se lo alargue a la boquita ¿Y los mariditos? Les sueltan indirectillas, si no quieren que les traten de ridículos, han de tragar con que su mujer pele la pava con cualquiera.

A mi majo Pepón podían ir con ese cuento. Y a tu boticario, mismamente, por mu viejo y chocho questé. Pelar la pava con otro, antes muerto. Es mucho hombre mi majo.

Hombres y mujeres se aplican en la ciencia del buen gusto y ya nada se llama con su nombre verdadero. Dicen de una marquesa que tie una granja y la llama "seminario del buen gusto acerca de los conocimientos y ensayos agrónomos". Los cerdos de esa granja olerán a agua de colonia y las vacas a jabón de olor. No te me rías.

Los del bando contrario, tienen también sus palabrillas. Que de vez en cuando, acude a la casa el director espiritual, ya sabes, el canónigo que confiesa a madama Baldomera. Ya sabes que donde hay´curas no pué faltar el chocolate. ¡Y los picatostes! Que la cocinera no da abasto. A lo que iba, el buen sacerdote acude una vez al mes a confesar a la señora. Y ahí va Rosita con la jícara y la fuente del pan frito. Y la señora se siente confortada con la confesión y las regañinas que vienen después. Que el padre Jacinto le afea su conducta en los salones, pero muy poquito, muy finamente. Que a los pater les importa una higa las tonterías de las madamas, siempre que lo hagan sin dar escándalo afuera. Los picatostes se han de servir sin escurrir, bien cargaditos de aceite y con mucho azúcar. Como le gustan al padre, dice...Así con la pesadez de la merienda, no hay lugar para muchos sermones. No sabe nada la madama.


Apunto en la cabeza las palabras del sermón: extravagancias, novelerías, esa alhaja perdida del recato que adornaba antes a toda mujer honrada, bla, bla, bla. Le da la absolución y hasta el mes que viene. ¿Qué cómo sé yo estas cosas? Yo no quiero oírlas, que es cosa sagrada la confesión, más el padre habla muy alto y yo tengo un oído de tísica. Y además he de estar al pie del cañón, digo de la chocolatera.


Y no sólo es el canónigo, que mi señor don Ciriaco conserva amigos viejos que no tragan con lo de los salones. Le visitan y se encierran durante horas en la salita más alejá de las habitaciones de la señora. Allí con los licores, se les suelta la lengua y...peleles, títeres, arlequines, muñecos, chuchumecos, saltimbanquis...to eso son los pisaverdes al estilo de don Frasquito. Proclaman que el hombre español ha perdío el sentido del honor, que estos arlequines han invadido las casas de importancia...pero don Ciriaco no ha de contener la invasión. Da la razón a sus amigos y aguanta en los salones, qué puede hacer si su mujer anda en la maroma del cortejo. Confiar en que no se caiga.


No, no le dice a sus amigotes la verdá. A don Ciriaco le parece de perlas que su señora tenga cortejo, como las duquesas, como la de Osuna talmente. Ahora me doy cuenta, que mi maestro me abre los ojos. Así, el cortejo Frasquito la tie entretenia, desde primera hora de la mañana. Y don Ciriaco va a donde le da la gana, a cazar, a sus negocios, a darle al naipe o a los saraos que sean de su gusto. Y como el currutaco paga perfumes, joyas, vestidos, tos los lujos...mi señor eso que se ahorra y lo invierte bien. Que con esto del cortejo, tos sacan tajada. Las manufacturas contentas, que hay que gastar para tener un salón. Muebles, alfombras, comida refinada, sedas, vajillas, to fino y de lo mejor.

¿Me preguntas qué saca un hombre que socupa en cortejar madamas? Te cuento. Don Frasquito es un hombre rico pero sin relaciones, no le conocía nadie, no es de familia de linaje. Ahora entra en las casas de importancia, trata con la gente principal y sus intereses van pa arriba. Este pisaverdes llega alto, ya te contaré. Le sale a cuenta acudir ca mañana a levantar a la señora y ayudarla a lavarse con agua de rosas. La cotilla abrochá y to el día con ella, que si paseos en carruaje, que si visitas, que si palique en el salón, que si música y tos a bailar.

Ligeros, traviesos, inquietos, vivarachos, tan fáciles de manejar, los cortejos son hombres tan distintos a los padres y maridos tradicionales. Son como uno de esos animalitos que se compran las damas pa entretenerse con sus grititos y muecas. Como un perrito faldero, un papagayo o un monito. Sí, como un mono con su inseparable espejo para ensayar sus gestitos una y otra vez, hacer monadas y monerías . O como una mona.



Y se han acostumbrao de tal manera a la palabra que ahora ya no se dice mona como burla sino como alabanza. "Es muy gitana y muy mona" dice doña Irene en "El sí de las niñas". "Mona mía" llama don Frasquito a la señora. Y le dice de su nuevo vestido que es una monería. ¡Con lo feos que son esos animalillos que yo he visto en el Botánico!

Ahora petimetres y petimetras son monos, pásmate, y también majos y majas, como palabra buena, que antes pa ellos majo era parecio a impertinente o chabacano, cosa mala.  ¡Pásmate! Estos señoritos se fijan en nosotros, los del pueblo, imagina.Y han sacao una nueva palabra que a mí todavía no me suena bien: guapa. Que antes guapo era rufián, chulo, bravucón...Ahora cantan: "¡Ay qué chula! ¡Ay qué bella! ¡Ay qué maja! es esta pulidita tonada". Se aburren y se visten de majos, ya ves tú. Porque un majo, con su aire de taco, tie salero, ques lo contrario del melindre, que es cosa dulzona y empalagosa.


 
Viven la vida como un continuo juego de salón. Hacen el grupo, hacen la rueda, juegan al pique...con el  amante, galán, pique o mueble, de todas esas maneras llaman las madamitas al señor cortejo. Ellas se muestran caprichosas y melindrosas. Siempre atentas a sus humores cambiantes, se sirven de las jaquecas o de los desmayos para ahorrarse respuestas o salirse siempre con la suya Una buena azotaina les daba yo, pues se portan como criaturas.

Seguiré contándote cosas, Mariquilla, que veo te gusta saber de lo que pasa por aquí. Cuéntame tú cosas del pueblo y de tu casa. Tu amiga que lo es y que no te olvida:

Rosita

Aquí termina la cuarta carta de Rosita. Espero que os haya gustado.

Ayer asistí a la lectura presencial que dirige Pedro Ojeda, en la UBU. Fue una reunión muy interesante y divertidísima. Mi lectura, y esta entrada, queda muy enriquecida con las palabras del profesor y las aportaciones de los lectores asistentes. Mayoría de mujeres. Hombres tres. Mujeres que no estamos dispuestas a perder los derechos que tan costosos han sido de alcanzar. Ni los derechos...ni la pensión. ¿Verdad Turri?

Y como dice Paloma Fernández Villa:

"Resulta increíble como de una tesis doctoral que a muchas de nosotras nos había parecido, larga, densa, repetitiva, incluso no pudimos terminar su lectura; tras los comentarios del grupo y las intervenciones de Pedro, resulta una obra interesantísima."

Un buen profesor consigue eso. Increíble pero cierto.

Un abrazo de:

María Ángeles Merino