miércoles, 26 de noviembre de 2014

"El resultado parecía ser aquella inesperada tristeza."


Comentario a la novela "Nada", de Carmen Laforet, para la lectura colectiva de "La acequia", dirigida por Pedro Ojeda. 

El domingo pasado salí a pasear, bajo la lluvia.  El agua no molestaba demasiado, no hacía frío y el otoño había desenrollado, a mi paso, su acostumbrada alfombra marrón, verde y amarilla. Saqué la novela "Nada" del bolso, muy a pesar del paraguas abierto, y la abrí por una página al azar:

"El tiempo era húmedo y aquella mañana tenía olor a nubes y a neumáticos mojados. Las hojas lacias y amarillentas caían en una lenta lluvia desde los árboles. Una mañana de otoño en la ciudad, como yo había soñado durante años que sería en la ciudad el otoño: bello, con la naturaleza enredada en las azoteas de las casas y en los troles de los tranvías; y sin embargo me envolvía la tristeza. Tenía ganas de apoyarme contra una pared con la cabeza entre los brazos, volver la espalda a todo y cerrar los ojos".

Cerré el libro. Allí estaba la protagonista, cumpliendo su sueño de vivir un otoño en la ciudad. Con la cámara del móvil quise atrapar a la de la portada del libro, en medio de una mañana con "olor a nubes". Una Andrea algo desdibujada, parecía huir hacia su refugio de " hojas lacias y amarillentas". Encajaba con mi lectura, guardé la imagen y aquí la tenéis, en la cabecera de esta entrada. 

¿Por qué tanta tristeza, Andrea? ¿Qué hay más allá de la decepción ante unos familiares y una casa que imaginabas de otra manera?

 ¿Qué tiene de raro "la chica rara"?  La escritora Carmen Martín Gaite te llamó así y ella misma creó chicas raras y no tan raras, para su novela "Entre visillos". Sois la antítesis de las heroínas de las novelas rosas, no buscáis al príncipe azul, pedís más a la vida.



¿Qué sabemos de tus padres y de las causas de tu orfandad? ¿Por qué es "rara" la familia de tu padre? ¿Qué viviste en aquel pueblo pequeño? ¿Y en el colegio de monjas donde pasaste la guerra? 

¿Y tus estudios de ahora, en la Universidad de Barcelona? Nos cuentas muy poco, salvo la dificultad de disponer de un diccionario de griego. Y no nos permites pasar más allá de las rejas universitarias, donde te refugias absurdamente de la lluvia, menudo resfriado pescas. No mencionas a profesor alguno ni asignatura alguna. ¿Es esto propio de una estudiante? ¿De una muchacha que tiene que vivir en una casa enloquecida para poder estudiar "Letras"?

Perdona que me atreva a forjar para mí mi propia Andrea. Es un defecto de los lectores, bien lo sabes tú, que has sido leída por un público diverso, desde los cuarenta del siglo pasado hasta ahora.

 Y, como a una buena amiga, vuelvo a invitarte a tomar el té, con algún dulce, sé que son tu debilidad. Te apunto el día y la hora como la otra vez,  no faltes. El lugar, ya sabes.

Me gustaría viajar contigo más allá del hermoso texto de Carmen Laforet. Sí, lo reconozco de nuevo, llevo camino de emular la locura de don Quijote. 



Acudo a la cita, con el ordenador portátil y mi ejemplar de "Nada". Hay mucha gente en la cafetería, espero que aparezca mi invitada,  con su ropa raída, a la moda de los años cuarenta. Pido dos tés con leche y una ración de plum cake, creo que le gustará. 

Me siento, tomo mi té, se va a quedar frío, y me sumerjo en la lectura. Andrea sigue sin aparecer. Me saluda una vieja profesora de Literatura, la misma que se escandalizó por dedicarle atención al Quijote apócrifo. No puedo impedir que me dedique una larga disertación sobre "Nada" y la novela de posguerra, un relato sin grandes novedades técnicas que supuso un aldabonazo en el panorama narrativo de...Mientras ella habla, yo pienso en el indefinido encanto de "Nada", en sus contornos imprecisos, en su niebla. 



Cuando me quedo sola, el ordenador está encendido, no queda rastro de té, ni de leche, ni del bizcocho. Bueno, sí, unas migas. ¿Qué ha pasado? ¿Otra vez ha estado aquí Andrea sin que yo pueda verla? ¿Me lo he tomado todo yo sin darme cuenta?


Me voy a casa y echo fuera mis fantasías. Pero cuál sería mi sorpresa cuando abro el ordenador y encuentro esta carta de Andrea, en una entrada borrador, a medio cocer.

-Mi apreciada lectora:

Disculpe que no me dirigiera a usted en la cafetería, ya sabe que no nos está permitido a los personajes tomarnos estas libertades con los lectores. Mas usted insiste, de todas maneras le agradezco su invitación. El dulce estaba delicioso.


Me he tomado la libertad de escribir aquí, donde usted se pregunta por mi tristeza, qué hay más allá de ella. Siento simpatía por los lectores como usted que se construyen su propia novela, aparte de lo que el autor haya dejado escrito. No se disculpe, Carmen Laforet estaría encantada. Y sigo la senda que ella trazó, le digo que:


"¡Cuántos días sin importancia!" Los días me pesaban, arrastraba los pies al volver de la Universidad. Sentía "una cuadrada piedra gris en el cerebro".


Un cerebro humano en el MEH

El día siguiente a mi llegada, desperté con el tintineo de los primeros tranvías, como en el verano de mis siete años, mi última visita a los abuelos. Tuve "una percepción nebulosa" pero "vivida y fresca como una fruta recién cogida".




 Era la "Barcelona en mi recuerdo", una ciudad de "aceras anchas húmedas de riego y mucha gente bebiendo refrescos en un café". 



El ruido de los tranvías con tía Angustias que cerraba las persianas para que no me molestara la luz. Y, por las noches, con el calor, el traqueteo otra vez, con la brisa que traía el olor de las ramas de los plátanos.

Estaba en Barcelona. "Había amontonado demasiados sueños...para no parecerme un milagro aquel primer rumor de la ciudad...". Tan real como "el roce áspero de la manta". "Me parecía haber soñado cosas malas, pero ahora descansaba en esta alegría".

Abrí los ojos y allí estaba mi abuela, no la viejecita de la noche anterior, sino una mujer vestida de seda azul, a la moda del siglo pasado. "Sonreía muy suavemente" y junto a ella, ahí estaba mi abuelo con su barba castaña. Nunca los conocí así, era cuando llegaron a Barcelona hace cincuenta años.



Había habido una historia de amores difíciles, pero ellos se querían mucho. Estrenaron la casa de la calle Aribau, en las afueras. Imaginaba a mi abuela, con el mismo traje azul, entrando en un piso vacío que olía aún a pintura. Y se fue llenando: cortinas, encajes, terciopelos, lazos, baúles, rincones, paredes, relojes, un piano y "muchos niños como en los cuentos". La calle fue creciendo, vino el primer tranvía, la casa fue envejeciendo y ellos seguían allí.



Y en ella pasé algunos veranos de mi infancia, como única nieta, mimada por tíos y abuelos, traviesa, en medio de un bullicio que me parecía excitante. La casa se había quedado encerrada en el corazón de la ciudad: "el oleaje entero de la vida rompía contra aquellos balcones con cortinas de terciopelo".



Ahora todo había cambiado y me sentía insegura, tenía que enfrentarme con los personajes de la noche anterior. La habitación había perdido su horror pero no su desarreglo, su abandono. "Un rayo de sol polvoriento" subía sobre los cuadros torcidos y sin marco.

Los abuelos habían muerto, mejor para ellos. La joven de seda azul no tenía nada que ver con la momia que me abrió la puerta. Vivía, sí, "entre la cargazón de trastos inútiles".


Así terminan los trastos inútiles

La familia se había quedado con la mitad del piso. Se amontonaron los muebles y trastos sobrantes, la casa quedó en un eterno desorden provisional.

Tenía que enfrentarme a ellos, vi un gato "con un singular aire de familia con los demás personajes de la casa".  "Despeluzado", "ruinoso", me miraba, enarcó el lomo. "Excéntrico", "espiritualizado", "como consumido por ayunos largos, por la falta de luz y quizá por las cavilaciones". Demasiado para un gato, aún así le sonreí. 



Me vestí, abrí la puerta: el recibidor de anoche, un hueso pelado por el perro, el comedor y un loro que chillaba como loco. Tenía hambre y "no había nada comestible que no estuviera pintado".´

El comedor comunicaba con el cuarto de la tía Angustias. Me quedé asombrada porque estaba limpio y en orden, como si fuera un mundo aparte, y lo era. La tía se preparaba para dedicarme un sermón.



Sabía que había estado interna en un colegio de monjas, durante casi toda la guerra; para ella, eso era una garantía. Pero se preguntaba cómo habrían sido esos dos años que yo había pasado en un pueblo pequeño, con mi prima, la familia de mi padre tan rara...

Decía estar muy preocupada por la difícil tarea que se le presentaba, la de moldearme en la obediencia. ¿Conseguiría moldearme a su gusto? Porque la ciudad era un infierno y Barcelona más infierno todavía y "una joven en Barcelona debe ser como una fortaleza". Me preguntaba si entendía, le contesté que no y la tía ironizaba: "no eres muy inteligente nenita". Se esforzaba en explicarme que yo era su sobrina y, por lo tanto, "una niña de buena familia, decente, modosa y cristiana". 
...como una fortaleza

Pasó a mi intención de estudiar Letras. Mi pensión de doscientas pesetas  no alcanzaba, según la tía, para la mitad de mi manutención, Debía tener claro que  todo se lo debería a la caridad de mi familia materna y así debía considerarlo si lograba mis aspiraciones. 

Por último, me advertía de que sus hermanos habían sufrido en la guerra y estaban mal de los nervios. Tenía que ponerme en guardia. Mi tío Juan se había casado con una mujer nada conveniente...Me prevenía contra Gloria, le daría un disgusto si me hacía amiga de ella. Decidí disgustarla un poco. 

Escapé al comedor y allí estaba Gloria dando papilla a un niño. Conocí al tío Román, un hombre de "cara agradable e inteligente" que engrasaba una pistola. Me presentó a su perro Trueno y "me sentí alcanzada por una ola de agrado ante su exuberancia afectuosa". En honor mío, sacó al loro de la jaula y le hizo hacer algunas gracias. Hasta aquí bien, pero, de pronto, tuvo un cambio brusco que me desconcertó:

Gloria nos miraba embobada y Román dijo casi gritando. "Pero ¿has visto que estúpida esta mujer...cómo me mira?" 

Juan acude, amenaza a Román con los puños, te mato. Román que ahí tienes mi pistola. Gloria chilla. La rabia de Juan se desplaza ahora a su mujer, la insulta, ella grita y llora.

Luego, Román quiso tranquilizarme: "No te asustes, pequeña. Esto pasa aquí todos los días". Me acariciaba las mejillas y me sonreía. Se marchó y  la discusión entre Juan y Gloria se volvíó violentísima. Angustias se asomó para pedir silencio, el tazón de papilla del niño acabó estrellado contra la puerta, en dirección a la tía. El niño lloraba. La abuelita, que venía de misa en ese momento, suspiraba con resignación. La criada puso la mesa para el desayuno, con un gesto desafiante, como de triunfo. Disfrutaba. ¡Qué horror de casa! ¡Todos los días!

"¡Cuántos días inútiles! Días llenos de historias, demasiadas historias turbias...Historias demasiado oscuras para mí...Y, sin embargo, habían llegado a constituir el único interés de mi vida...se iba agigantando cada gesto de Gloria, cada palabra oculta, cada reticencia de Román. El resultado parecía ser aquella inesperada tristeza."

He llegado hasta mi "inesperada tristeza".¿Ya lo ve usted claro, apreciada lectora?

Nos tomaremos otro té, con algo dulce, por supuesto.



Un abrazo de Andrea

No, Andrea, ahora sí que lo veo turbio. ¿Por qué te preocupa tanto "cada reticencia de Román"? ¿Por qué analizas los gestos de Gloria? ¿Por qué estás tan atenta a lo que pasa en la escalera? 

Perdona que te haga tantas preguntas. Debería saber que "la novela consiste en sumergirse en un enigma para volverlo irresoluble, no para descifrarlo". Lo leí en "El País Semanal", el pasado domingo, en un artículo de Javier Cercas. Las novelas que nos gustan tienen un "punto ciego". Porque, como dice Cercas, "la novela no es el género de las respuestas sino de las preguntas".
 

Un abrazo para todos los que pasáis por aquí, ya seáis entes reales o de ficción:

María Ángeles Merino

Las palabras en naranja están tomadas directamente de "Nada", Carmen Laforet, Austral, Destino, octubre 2012. Incluye introducción de Rosa Navarro Durán.

miércoles, 19 de noviembre de 2014

"Aquellas gentes moviéndose mirándome en un ambiente que la aglomeración de cosas ensombrecía, parecían haberme cargado con todo el calor y el hollín del viaje..."

"Nada", película dirigida por Edgar Neville, basada en la novela "Nada" de Carmen Laforet.

Comentario a la novela "Nada", de Carmen Laforet, para la lectura colectiva de "La acequia", dirigida por Pedro Ojeda. 

Recordáis que Andrea aceptó mi invitación a tomar el té. Té con leche, literatura y pastas, me indicó en su escrito de la semana pasada. ¿Que cómo hice para que Andrea acudiera a su cita? Veréis...escribí en una entrada titulada "Andrea", guardada en el borrador de Blogger, el día, la hora y el lugar. 

Acudí a la cita con la novela "Nada" y el ordenador. Me senté junto al ventanal que da a la terraza, Pedí dos tes y un "muffin", no había pastas, para mi amiga de ficción. Confiaba en que viniera.

Me tomé mi té y me puse a leer y a leer, me zambullí en la novela y, de vez en cuando, tomaba notas en la entrada "Andrea", con un bolígrafo azul. De pronto, una voz conocida me sacó del piso de la calle Aribau. Era una antigua compañera, sentada en la mesa de al lado, me hablaba de jubilaciones en la docencia y otros temas de actualidad. 

Cuando quise volver al libro, no quedaba leche ni té, ni una miga del "muffin". El sobrecito de azúcar estaba abierto y vacío. El libro estaba en el suelo. 



Hablaba conmigo misma ¿Cómo va a venir a verte un personaje de ficción? Esto te pasa por leer tantos quijotes, terminarás creyendo en Andrea como el viejo hidalgo en el sabio Frestón. Como sigas así, vas a tener que pedir cita para uno de esos especialistas que empiezan por "psi".

Que no, que no, que yo leí lo que Andrea me dejó escrito la semana pasada. ¿Y quién se ha tomado esto? Anda, anda, piensa un poco. Aquello lo escribiste tú. Y el té y lo demás...te lo habrás comido sin darte cuenta, mientras leías. 

Me voy a casa y trato de olvidar mis fantasías. Pero cuál sería mi sorpresa cuando abro el Blogger y en la entrada titulada "Andrea" encuentro los siguiente:

-Mi apreciada lectora:

Disculpe que no me dirigiera a usted en la cafetería, mas comprenderá que no nos está permitido...Gracias por la invitación. 

Me he tomado la libertad de acompañar algunas de sus notas, las escritas en azul. Le comento, en negro, un poco como percibí la casa y los seres singulares que iban apareciendo nada más descorrerse el cerrojo del piso de la calle Aribau, en Barcelona. Ya sabe que "luego me pareció todo una pesadilla".



Recibidor,  bombilla, lámpara, telarañas, montones de muebles, mancha blanquinegra, viejecilla, dulce sonrisa, abuela, cuchicheo, confusión lastimosa, empujón a la maleta y adentro, cierra la puerta tras ella, ¡soy Andrea!

-Sí, tras la puerta, un recibidor, alumbrado por una débil bombilla, la única en una lámpara "magnífica y sucia de telarañas"



Los muebles amontonados como en las mudanzas y una "mancha blanquinegra". Era una viejecilla de sonrisa tan dulce que estaba segura, era mi abuela. En voz muy bajita me decía:"¿Eres tú Gloria?".  


Yo negaba con la cabeza, ella decía algo de una mujer llamada Angustias que no debía darse cuenta de mi llegada a estas horas. Decidida, arrastré la maleta y cerré la puerta tras de mí. "¡Soy Andrea!" La pobre vieja hacía esfuerzos por recordar. Yo insistía, "tu nieta...no pude llegar esta mañana". Me parecía lastimoso.

-Le echaste valor, Andrea, tú misma te encerraste. Te metías en la boca del lobo.

-Así es, pero no tenía otra salida. 

Pijama, hombre descarnado y alto, cara, concavidades, calavera, tío Juan, sobrina, ahora entiende, abrazo, lágrimas, pobrecita.

-Hasta que "salió en pijama un tipo descarnado y alto". Una cara llena de concavidades, "como una calavera a la luz de la única bombilla". Lo conocí, era mi tío Juan. En cuanto él me llamó sobrina, la abuelita entendió. Un abrazo, los ojos llenos de lágrimas y me decía: pobrecita, pobrecita.

- ¿Qué pasó con sus padres? ¿La guerra tal vez?¿Era su padre de diferente ideología que su madre?

-Construya usted la historia de mis padres, Carmen Laforet lo quiso así.


"Nada", película de Edgar Neville. Foto tomada de aquí.

-Angustia, calor, aire cargado, mujeres fantasmales, ropas negras, piel erizada, horrible, desastrada, sonrisa verdosa, perro negro que bostezaba.

-Me vi rodeada de "varias mujeres fantasmales". Me costaba respirar aquel "aire estancado y podrido", el calor era sofocante. "Casi sentí erizarse mi piel al vislumbrar a una de ellas", era la horrible y desastrada criada, de negro, seguida de un perro más negro aún que bostezaba ruidosamente. La impresión más desagradable de mi vida.

-Fantasmas en camisón. Percibe enseguida algo siniestro en la criada. Se me ponen los pelos de punta, a mí también. ¡Y qué mal huele!



Mujer flaca y joven, pelirroja, pálida, lánguida.

-Detrás de Juan, apareció Gloria, flaca, joven , de cabellos revueltos y rojizos, con "una languidez de sábana colgada". 

-Gloria es tan extraña como Andrea, blanca en el negro aquelarre. 

-Una voz seca, cortante, ya está bien mamá, las manos de tía Angustias como garras, tan alta, reproches, llegar de madrugada, una criatura sola, bruja amenazante.

-Había otra mujer a mi espalda que decía a la abuelita "ya está bien mamá", con "voz seca y resentida". Sentí una mano sobre mi hombro y otra en la barbilla, era mi tía Angustias, me obligaba a mirarla hacia arriba, era más alta que yo. Me reprochaba el "plantón", fue a buscarme por la mañana y no podía imaginar que llegaría de madrugada. Sentía la amenaza de su camisón blanco y su bata azul. Se lamentaba: "una criatura así, sola".

Oí a Juan gruñir: "la bruja de Angustias estropeándolo todo". 

-La autoritaria tía Angustias da mucho miedo. Cómo le disgusta que Andrea haya andado sola por ahí...Sí, es de las que todo lo estropean.



Cansancio, calor, hollín, angustia, sed de aire.

-Estaba cansada y me sentía sucia, aquellas gentes "parecían haberme cargado con todo el calor y el hollín del viaje". Mis deseos de aire puro eran angustiosos. 

-En la casa Aribau hay más hollín que en el tren. El aire se puede cortar con cuchillo.



-Todos miran la maleta.

-La criada miraba mi maleta y "mi compañera de viaje me pareció un poco conmovedora en su desamparo de pueblerina. pardusca, amarrada con cuerdas, siendo, a mi lado, el centro de aquella extraña reunión".


-La maleta es una compañera, un personaje más, desamparada, pueblerina, se siente el blanco de las miradas.


Presentación de Gloria. ¿Miedo? Casi miedo. Muecas de Juan. Esfuerzos por sonreír.

-Juan me presentó a Gloria, su mujer. Al darnos el abrazo me susurró: "¿Tienes miedo?". "Y entonces casi lo sentí", vi las muecas nerviosas de Juan, tratando de sonreír.

-Basta que nos pregunten si tenemos miedo, para sentirlo. ¿Casi lo sintió o llegó a sentirlo? Las muecas calavéricas de Juan no dan confianza. Gloria sí tiene miedo.

¿Lavarse antes de dormir? Ojos de asombro. Agua fría.

-Quería lavarme antes de dormir. Lo dije y "los ojos se abrían asombrados sobre mí". No había agua caliente, no me importaba, me daría una ducha fría. 



"¡Qué alivio el agua helada sobre mi cuerpo!...estar fuera de las miradas de aquellos seres originales!"

-Cuarto de baño que no se usa. Telas de araña. Agua brillante. Roñosa bañera. Huella de manos que piden socorro. Desconchados. Bodegón incongruente. Grifos torcidos. ¿Visiones?



- Era un cuarto de baño que no debía utilizarse nunca. Veía mi cuerpo reflejado en el manchado espejo, entre las telas de arañas y "los hilos brillantes del agua". De puntillas, evitaba el roce de "la roñosa bañera". "Parecía una casa de brujas". "Las paredes tiznadas conservaban la huella de manos ganchudas, de gritos de desesperanza".



 Por todas partes, desconchados, bocas abiertas y desdentadas. Y unos besugos con cebollas, un bodegón macabro sobre el espejo. Grifos torcidos, locura. Empezaba  a ver cosas extrañas. Bruscamente cerré la ducha, "el cristalino y protector hechizo". Me quedé sola entre la suciedad.


-Un baño como una casa de brujas. Andrea se refugia en los hilos brillantes, de la suciedad y de la locura. ¿Bocas que se abren? ¿Grifos que se retuercen? ¿Un besugo en un cuarto de baño? 



-Cosas como las que ven los borrachos. Tal vez era mi estómago vacío.

-El dormitorio. Con un gran piano, cornucopias, un escritorio chino, cuadros, muebles y más muebles.


-No era "la guardilla de un palacio abandonado", era el salón de la casa, me dijeron.

-Túmulo funerario. Sillones destripados. Cama turca. Manta negra. Vela sobre el piano.

-"No se como pude llegar a a dormir aquella noche". El lecho "como un túmulo funerario rodeado por dolientes seres". Un fila de sillones destripados en torno a una cama turca, cubierta con una manta negra. Una vela sobre el piano porque la lámpara no tenía bombillas. Y yo era el muerto, la muerta, en el velatorio.



-Una rutinaria señal de la cruz en la frente. Un abrazo tierno de la abuela. Palpitar de un corazón. Misterioso susurro al oído.

-Vinieron a verme, antes de dormir. La tía Angustias hizo la señal de la cruz en mi frente. La abuela me dio un abrazo tan tierno que sentí palpitar su corazón sobre mi pecho. En un susurro, me dijo:

"Si te despiertas asustada, llámame, hija mía...Yo nunca duermo, hijita..."



-La sombra de los muebles hinchada por la luz de la vela.  Olor a porquería de gato. Ahogo. Cortinas y polvo. Una puerta.

-Me dejaron con el juego de sombras entre la luz de la vela y los muebles. Mi improvisado dormitorio se llenó "de palpitaciones y profunda vida". El hedor a gato "llegó en una ráfaga más fuerte". Me ahogaba y trepé sobre un sillón para abrir una puerta entre cortinas. 

-Y Andrea se  taparía con la manta negra para no ver las sombras agitadas. Necesitaba aire, qué habría detrás de esa puerta. 

Una galería abierta, tres estrellas, negrura, ganas de llorar, recuerdos.

-Era una galería abierta, de esas "que dan tanta luz a las casas barcelonesas".


Tres estrellas "temblaban en la suave negrura de arriba", tuve ganas de llorar, "como si viera amigos antiguos".

-¿Por qué llora Andrea?¿Quiénes eran los viejos amigos cuyo recuerdo acaba de recobrar con ayuda de las estrellas? ¿Había conocido Andrea el amor?

-Su pregunta queda fuera del libro, imagine, la invito a alargarle un brazo a la novela de Carmen Laforet. Cada lector puede hacerlo.


-Estrellas. Barcelona. Ilusión. Gentes y muebles endiablados. Miedo. Cama parecida a un ataud. Temblores. Apagar la vela.

-Volví a la ilusión que me inspiraba Barcelona, gracias al palpitar de las estrellas. La ilusión que traje de la estación de Francia y que desapareció al entrar "en este ambiente de gentes y de muebles endiablados". Me daba miedo meterme en la cama turca tan fúnebre. Temblaba "de indefinibles temores" cuando apagué la vela.

-El tintineo de los primeros tranvías despertarán a Andrea.

-Volveré al verano de mis siete años, mi última visita a los abuelos. Ya no están, bueno, sí, está la abuelita; pero ahora es otra.

No escribo más por hoy, otro día tomaremos el té, la magdalena estaba deliciosa. Adiós, lectora mía.

A la semana siguiente vuelvo a la misma cafetería con "Nada" bajo el brazo. El camarero me pregunta ¿no trae hoy a su amiga? ¿Amiga? Sí, una chica alta, muy pálida, vestida con ropa muy anticuada, llamaba la atención...

No quiero darle más vueltas, voy a terminar en el psi...

Un abrazo de:

María Ángeles Merino

Las palabras en naranja están tomadas directamente de "Nada", Carmen Laforet,  Austral, Destino, octubre 2012. Incluye introducción de Rosa Navarro Durán.

miércoles, 12 de noviembre de 2014

"...una aventura agradable y excitante aquella profunda libertad en la noche".“Luego me pareció todo una pesadilla”

"Nada" de Carmen Laforet, Primer premio Nadal.

Antes del comentario, podemos leer  lo que la misma Carmen Laforet nos cuenta de su vida y de su obra:

"Aunque es muy difícil escribir una autobiografía en pocas líneas –y, en realidad, también en muchas-, quiero daros aquí alguna idea de mi propia vida personal antes de que leáis las anotaciones hechas por mí delante de cada uno de mis libros explicando su cronología respecto a mi vida y aquello que me inspiró el deseo de hacerlos..." Leer más.



Comentario al inicio de la novela "Nada", de Carmen Laforet, para la lectura colectiva de "La acequia", dirigida por Pedro Ojeda.

Como ya sabéis mi ordenador es mágico. Los que me seguís, ya sabéis de qué hablo. 

Ayer abrí una nueva entrada y colgué una fotografía que hice el verano pasado, en la mesa de una terraza, con un té  y la novela "Nada" por compañía, buena compañía. Di al  "guardar", como borrador,  y no añadí texto alguno.

Recuerdo que alguien me preguntó, cuando tomé la foto, hay gente muy curiosa, qué hacía. Y yo le contesté: acabo de invitar a la protagonista de este libro a tomar el té.  

La persona curiosa conocía la novela y añadió: pide también unas pastas, y leche, qué menudas hambres pasa la muchacha.

Nos reímos y así quedó la cosa. Pero cuál sería mi sorpresa cuando esta mañana me encuentro con un escrito, al lado de la foto que dice:

"Señora lectora:

Me presento. Me llamo Andrea y soy la protagonista de la famosa novela "Nada", de Carmen Laforet (1921-2004).  Solo soy un personaje de ficción, un ente de papel; pero puedo tener muchas cosas en común con los seres de carne y hueso y servirles de espejo. Lo comprobará.

Queda en pie  la invitación de aquel día, en la terraza. Acepto encantada, tomaremos té con leche y  literatura. Y pastas, como aconseja su amiga; que para hambres la de la posguerra, qué mezquino el racionamiento.



Me consta que usted leyó el verano pasado, placenteramente, la obra en que vivo desde 1944. También tengo noticias de su primera lectura, cuando su edad era cercana a la mía y  sé que ahora, dice, ve distinta mi pequeña historia. Me hace gracia cuando dice que, ahora,  su edad se aproxima más a la de la tía Angustias. 

No tema, tal vez sea así, el tiempo nos cambia, pero usted nunca coincidiría con la ideología de la tía.  Las que son como mi tía nunca leerían "Nada". No leerían nada, para qué si están seguras de saberlo todo.

Yo la invito a recrear, pincelada a pincelada, y en sentido inverso, mis sensaciones de aquella llegada risueña a Barcelona. El espíritu de Carmen Laforet nos perdone la travesura.

Ella me creó como mujer joven y huérfana que llegaba un día, de noche, en tren, a Barcelona, a comienzos de otoño, en mil novecientos cuarenta y algo, cuando el aliento pestilente de la guerra civil flotaba todavía en el aire. 



En la mano, una maleta atada con cuerdas, cargada de libros y de ilusiones. Me dirigía a una dirección en la calle de Aribau, el piso donde vivían mis parientes. Iba a estudiar Letras, en la Universidad. Venía de un pueblo y la idea de la gran ciudad me fascinaba. Imaginaba reencontrarme con Barcelona y con mi familia barcelonesa, la que conocí en mi niñez. 

Fui al Mercadillo a buscar la maleta de Andrea

Encantada de mi soledad y de mi libertad, feliz con la brisa marina agitando mi abrigo, como una nueva Victoria de Samotracia. Y, en el destartalado coche de caballos,  me sentía como una princesa de cuento de hadas. 


El abrigo de Andrea como el peplo de la Victoria de Samotracia. Wikipedia.

¿Qué esperaba? 


"...lo que confusamente esperaba: la vida en su plenitud, la alegría, el interés profundo, el amor."

Recuerdo aquel día. Bajé del tren  e iba desgranando un rosario de sensaciones. Dentro y fuera, una y otra, y otra, y otra. "Realidades fijas", el idioma de los sentidos, para alcanzar "la verdad no sospechada", como leí en aquel poema de Juan Ramón Jiménez, también titulado "Nada":

A veces un gusto amargo, 
Un olor malo, una rara
Luz, un tono desacorde.
Un contacto que desgana, 
Como realidades fijas
Nuestros sentidos alcanzan
Y nos parecen que son
La verdad no sospechada...
J.R.J.

Seguramente, usted, leyendo"Nada", vivió mis sensaciones, mis impresiones. Y me acompañó en unos escenarios muchas veces desdibujados, casi impresionistas; recomponiendo las pinceladas. En su lectura juvenil, tal vez se quejó de que mi novela dejaba vacíos sin llenar. Ahora la veo más acostumbrada a las lecturas abiertas.



Hoy quiero que me acompañe, antes de descorrer el cerrojo del abigarrado piso y me encuentre rodeada de seres fantasmales que en nada me recordaban  a los que antaño conocí. Mis sentimientos los distorsionaban; eran terribles, mas yo los sentía como fruto de una pesadilla de la que no terminaba de despertar.



Es muy poca lectura, apenas solo dos páginas y media, de colores muy diferentes  a los de "luego", porque "luego me pareció todo una pesadilla"

“Luego me pareció todo una pesadilla”. 

Un cerrojo se había corrido torpemente. 

Oía unos pies que se arrastraban y dos ¡ya va!

Oprimí de nuevo el timbre, mientras oía los latidos de mi corazón apretado.

Mi llamada había sido tímida, dudaba, me preguntaba si despertaría a unos desconocidos. 

No reconocía aquellos estrechos y desgastados escalones de mosaico. 

Sentía el peso de la maleta, subía las escaleras muy despacio.


Subir una escalera

El vigilante había cerrado el portal detrás de mí, con un gran temblor de hierro y cristales. 

Le di unas monedas, mi mano temblaba.

Me preguntaba en qué balcón me asomaría. 



“Filas de balcones se sucedían iguales con su hierro oscuro, guardando el secreto de las viviendas”

"De improviso sentí crujir y balancearse todo el armatoste. Luego quedó inmóvil"”.

El ruido de las ruedas del coche repercutía en mi cerebro.

"...silencio vivido de la respiración de mil almas detrás de los balcones apagados”.

"Enfilamos la calle de Aribau donde vivían mis parientes con sus plátanos llenos aquel octubre de espeso verdor”.


Plátanos en otoño

“...el bello edificio me conmovió como un grave saludo de bienvenida” ¡Era la Universidad!
Una vuelta a una plaza.


Me pareció un viaje corto y cargado de belleza, era como yo quería: la ciudad llena de luz, las anchas calles vacías.

Tras salir de la estación, había tomado sin titubear un coche de caballos, de esos que han vuelto después de la guerra. Vi a un señor desesperado que agitaba el sombrero y se lanzaba tras el vehículo.


Me había quedado sola en la gran acera, porque la gente corría hacia los taxis o  se arracimaba en el tranvía.

Defendía mi maleta, desconfiaba de los "camàlics" o mozos de estación.

Debía parecer muy extraña, tan risueña, con "mi viejo abrigo, que a impulsos de la brisa, me azotaba las piernas". 

¡Aquella brisa era marina y jugueteaba con mi abrigo! "Muy cerca, a mi espalda, enfrente de las callejuelas misteriosas que conducían al Borne, sobre mi corazón excitado, estaba el mar."



Oía"el cuchicheo de la madrugada" acompañado de "una respiración grande como dificultosa". 

"Un aire marino pesado y fresco entró en mis pulmones con la primera sensación confusa de la ciudad". 


La luna en el Mediterráneo

Yo era "una gota entre la corriente" y seguía a la masa humana cargada de maletas, rumbo a la salida. 

"una gota entre la corriente"

Cómo pesaba la maleta. Cómo pesaban los libros. Podía con ellos, "con toda la fuerza de mi juventud y de mi ansiosa expectación".

El olor, el rumor de la gente, las luces tristes; todo tenía para mí un gran encanto. Todas mis impresiones iban envueltas "en la maravilla de haber llegado por fin a una ciudad grande, adorada en mis sueños por desconocida".



"Con una sonrisa de asombro" miraba a la gente, la que llegaba, tras tres horas de retraso, y la que aguardaba. 

La sangre "me empezaba a circular en las piernas entumecidas". El viaje había sido largo y cansado.

"Era la primera vez que viajaba sola...me parecía una aventura agradable y excitante aquella profunda libertad en la noche".

"Llegué a Barcelona a medianoche, en un tren distinto del que había anunciado, y no me esperaba nadie".

Porque alguien colgó un letrero, no había billetes. Debía esperar al siguiente tren. Llegaría tarde al comienzo de la "pesadilla":





Hasta la próxima semana, tomaremos el té. Suya:

Andrea"

Un abrazo para los que me seguís de:

María Ángeles Merino

Podéis seguir aquí los espacios de Andrea en la Barcelona de la posguerra, en Google maps.

Las palabras en naranja están tomadas directamente de "Nada", Carmen Laforet, Austral, Destino, octubre 2012. Incluye introducción de Rosa Navarro Durán y el citado poema de Juan Ramón Jiménez.