miércoles, 8 de octubre de 2014

-¿No ves, Sancho, que todo era fingido, no más de por darte a entender mi grande esfuerzo en el combatir, destreza en el derribar y maña en el acometer?

-Aleikum Salama, mi señor sabio Alisolán. Hoy vamos al tercer capítulo, comencemos y eludamos, en la medida de lo posible, las interrupciones de su colega en el mundo de las crónicas, mi señor Cide Hamete.



-Maguer vos no disimuláis que os holgáis con las palabras de Benengeli, valoro vuestro interés por la tercera salida del Quijote, firmada por Alonso Fernández de Avellaneda, natural de Tordesillas. De la mesma manera, os agradezco que andéis a la busca de sus valores literarios, a pesar de vuestra probada devoción por los escritos del manco de Lepanto. 

En el día de hoy, siéntome asaz fatigado y he de permitir que seáis vos la comentarista. En cuanto a Cide Hamete, mi hermano en Alá, he pactado con él, de momento no aparecerá por aquí; lo cual no le impedirá expresar su opinión en otros ámbitos.




- Sea ansí. Estamos en que una hora antes de amanecer, los dos alcaldes y el cura llaman a la puerta de don Quijote. Les abre un somnoliento y malhumorado Sancho, por orden de su señor.

Vienen a despertar a don Álvaro y entran en su aposento; el sacerdote, qué confianzas, no duda en sentarse junto al lecho y preguntar cómo le ha ido con el huésped. El granadino le concede el gusto de contarle todo lo que con él y con Sancho había pasado aquella noche. Y advierte, divertido, que si no fuera el plazo de las justas tan corto, se quedaría allí unos días a gustar de la conversación de don Quijote. Lo haría más despacio a la vuelta, propone.


El cura, valiente cotilla, le da pelos y señales de lo que don Quijote era y lo que con él había acontecido el año pasado. Don Álvaro queda maravillado.




-"Lo que don Quijote era", dice. El que desee saber lo que don Quijote es en verdad, lea los textos de don Miguel de Cervantes y déjese de avellanas. Sí, soy Cide Hamete, permanezco oculto, mas añado en el presente texto, con tinta verde, lo que me plazca. Salam Aleikum, lectores míos.



Cuando Tarfe se queda a solas con el viejo hidalgo, le pide le haga la merced de guardarle en su casa, hasta la vuelta, unas armas milanesas y grabadas que trae en un baúl, tan sutiles “que sólo pueden servir para la vista”.


Las hace sacar: “peto, espaldar, gola, brazaletes, escarcelas y morrión”. A don Quijote se le alegra “la pajarilla infinitamente”, por su entendimiento se pasea impaciente lo que piensa hacer con ellas.


-¡Armas milanesas! ¡Armas que sólo sirven para la vista! Don Quijote no precisó de armas milanesas, le bastaba con las de sus antepasados:

"Y lo primer que hizo fue limpiar unas armas que habían sido de sus bisabuelos, que, tomadas de orín y llenas de moho, luengos siglos había que estaban puestas y olvidadas en un rincón. Limpiólas y aderezólas lo mejor que pudo, pero vio que tenían una gran falta, y era que no tenían celada de encaje, sino morrión simple; mas aesto suplió su industria, porque de cartones hizo un modo de media celada, que,encajada con el morrión, hacían una apariencia de celada entera".

¿Guardarle la armas en casa? `¡Cómo no! Faltaría más! Esto es lo menos en que piensa servirle, y vendrá tiempo en que se holgará de verlo a su lado. Y le pregunta por la divisa que piensa llevar en sus armas, libreas, letras y motes. Don Álvaro le contesta a todo y no entiende que al hidalgo se le está pasando por la imaginación el ir a Zaragoza.

Entra Sancho muy colorado y sudoroso, anunciando el almuerzo. Don Álvaro, que ya sabe de su glotona condición, le pregunta si tiene apetito de almorzar.

¿Apetito? No recuerda haberse visto nunca harto, sólo aquella vez que repartió el pan y queso de la cofradía y tuvo que aflojarse dos agujeros del cinto. Una respuesta a juego con el personaje que satisface al guasón del invitado que dice tenerle envidia.

-¿Cómo dice que nunca se vio harto Sancho? Dos y tres agujeros del cinto se aflojaría en las bodas de Camacho. Mas el Sancho Panza verdadero no sería capaz de zamparse el pan y queso de la cofradía, nunca hubiera dado cuenta de la comida de los pobres, por muy comilón que fuera. Está encantado de la vida cuando le invitan de buen grado los ricos, eso sí. ¿Recuerdan como miraba aquellas ollas? ¿Y ´como le invitó el cocinero?



"Todo lo miraba Sancho Panza, y todo lo contemplaba, y de todo se aficionaba: primero le cautivaron y rindieron el deseo las ollas, de quién él tomara de bonísima gana un mediano puchero; luego le aficionaron la voluntad los zaques; y, últimamente, las frutas de sartén...y así, sin poderlo sufrir ni ser en su mano hacer otra cosa, se llegó a uno de los solícitos cocineros, y, con corteses y hambrientas razones, le rogó le dejase mojar un mendrugo de pan en una de aquellas ollas. A lo que el cocinero respondió:

Hermano, este día no es de aquellos sobre quien tiene juridición la hambre, merced al rico Camacho. Apeaos y mirad si hay por ahí un cucharón, y espumad una gallina o dos, y buen provecho os hagan."


 -Después de almorzar llegan los tres caballeros con su gente y el cura porque ya amanece.





-Don Álvaro sube a caballo y don Quijote saca del establo a Rocinante, con la intención de acompañarlos. El rocín es presentado “como uno de los mejores caballos que a duras penas se podrían hallar en todo el mundo: no hay Bucéfalo, Alfana, Seyano, Babieca ni Pegaso que se le iguale”.

-Je, je. "Fue luego a ver su rocín, y, aunque tenía más cuartos que un real y más tachas que el caballo de Gonela, que tantum pellis et ossa fuit, le pareció que ni el Bucéfalo de Alejandro ni Babieca el del Cid con él se igualaban". ¡Sépalo, don Tarfe!

Don Álvaro le mira, se sonríe y da su opinión: demasiado alto, sobrado de largo, muy delgado y con muchos años encima. Pero añade, irónico, que estará tan flaco por ser algo astrólogo o filósofo, o por su larga experiencia del mundo. Y remata por cortesía: de cualquier manera “digno de alabanza por discreto y pacífico”.


Salen todos a caballo, el cura y don Quijote les acompañan casi un cuarto de legua. El cura maravilla a don Álvaro con las locuras quijotescas.

Al llegar a casa, una vez apeado, envía presto al ama en busca de Sancho, con orden de traer el libro “Florisbián de Candaria”.

Volando viene el escudero, cierra el aposento por dentro y quedan solos los dos. Sancho saca el libro debajo del sayo y se lo da a su amo que lo toma eufórico y hiperbólico: “uno de los mejores y más verdaderos libros del mundo”.


Sancho no lo había podido entender por estar tan dormido; su señor se lo ha de repetir: que deseaba partir para Zaragoza a las justas, olvidando a la ingrata Dulcinea, buscando otra dama mejor y, de allí, iría a la corte del rey de España para dar a conocer sus fazañas.

- ¡Sacrilegio! ¿Otra dama mejor? ¿Ignora acaso que "Dulcinea del Toboso es la más hermosa mujer del mundo..."?

Don Quijote da rienda suelta a su fantasía: trabará amistad con los grandes de la corte, donde verá a alguna fermosa dama de la reina, tal vez le dé algún papelito furtivo como muestra de su amor, el rey le dará habitación en su palacio para ser envidiado por los caballeros del tusón que procurarán descomponerle con el rey…Y los desafiará y retará y matará y vista su valentía por su Majestad Católica le alabará “por uno de los mejores caballeros de Europa”. Todo una novela de un tirón, dicho con brío, con voz sonora, con la mano puesta sobre la guarnición de la espada.


-Nunca pensó mi don Quijote en visitar la corte del rey de España. ¿Europa? No, que su geografía era mucho más lejana y exótica. De Trapisonda para arriba. ¿Recuerdan el viaje al reino de Candaya, montados en Clavileño?

"Así que, Sancho, no hay para qué descubrirnos, que el que nos lleva a cargo, él dará cuenta de nosotros; y quizá vamos tomando puntas y subiendo en alto, para dejarnos caer de una sobre el reino de Candaya, como hace el sacre o neblí sobre la garza para cogerla por más que se remonte y aunque nos parece que no ha media hora que nos partimos del jardín, créeme quedebemos de haber hecho gran camino."

Don Quijote en la corte delos duques. Cuadro quijotesco de Ana Queral.

Abre el arca y cuando el escudero las ve, tan relucientes, piensa que son de plata; él las convertiría en reales, millones de reales. Toma el morrión y se lo coloca, con la imaginación, al rey o …al señor cura en procesión, con su capa. Pregunta si las hizo el sabio Esquife o nacieron así.

¡Qué necio el escudero! ¡Qué imaginación desmedida la de Don Quijote! Asegura que las armas fueron forjadas por el mismo Caronte, herrero de los infiernos. 

El caballero andante se pone las armas, con ayuda de Sancho. Y habló con voz entonada:

“-¿Qué te parece, Sancho? ¿Estánme bien? ¿No te admiras de mi gallardía y brava postura?”


Se pasea por el aposento, hace piernas, levanta la voz, la hace más gruesa y mete con presteza la mano a la espada, acercándose colérico a Sancho, diciendo:

“-¡Espera, dragón maldito, sierpe de Libia, basilisco infernal! ¡Verás, por esperiencia, el valor de don Quijote, segundo san Jorge en fortaleza! ¡Verás, digo, si de un golpe solo puedo partir, no solamente a ti, sino a los diez más fieros gigantes que la nación gigantea jamás produjo!”


Sancho que lo venir, corre, se mete debajo de la cama, huyendo de su amo que acuchilla cortinas, mantas y almohadas. Le dice mil palabras injuriosas y le arroja una cuchilllada larga que si la cama no fuera tan ancha el pobre lo pasaría harto mal.






El escudero pide compasión por todos los santos que le vienen a la cabeza. Don Quijote se embravece más, ya no está hablando con su criado sino con un “soberbio” al que pide:

“ ¡Vuelve, vuelve las princesas y caballeros que, contra ley y razón, en este tu castillo tienes! ¡Vuelve los grandes tesoros que tienes usurpados, las doncellas que tienes encantadas y la maga encantadora, causadora de todos estos males!”


El pobre escudero ruega. Que no es ni princesa, ni caballero, ni maga; que es “el negro de Sancho Panza”, su vecino y escudero. El colérico caballero le pide que saque a la emperatriz que dice, sana y salva; que su persona quedará a su merced, como vencido.

-Sancho está a punto de ser acuchillado como aquellos cueros de vino tinto de la venta.

Sancho obedecerá, traerá a todas las princesas del mundo. Solo le pide que envaine la espada; a lo cual, por fin, accede el viejo hidalgo, molido y sudado de dar cuchilladas.

Panza se hinca de rodillas, descolorido, ronco y lleno de lágrimas de miedo. Se da por vencido, su merced le perdone. El señor caballero andante le responde con un latinajo que habla de la ira de los leones. ¿Dónde tengo el diccionario de latín?

(La ira del león nos enseñó a perdonar a los afligidos)

Y perdona al “soberbio jayán”, aunque su arrogancia no merezca clemencia, habrá de dejar las malas obras y se dedicará, es una orden, a deshacer tuertos y agravios. El atemorizado Sancho jura y promete, hará todo lo que dice. Solo osa preguntar, ingenuo, si en lo de deshacer tuertos, también entra el cura Pedro García que es tuerto de un ojo, porque no quisiera meterse en cosas de la Santa Madre Iglesia. 

Y va don Quijote y confiesa que todo era fingido, que era para darle a entender su gran esfuerzo y maña en combatir, derribar y acometer. Sancho jura, no es para menos. 




Esos ensayos quisiera él que su mercé los hubiera hecho “cuando aquellos pastores de marras, de aquellos dos ejércitos de ovejas, le tiraron con las hondas aquellas lágrimas de Moisén con que le derribaron la mitad de las muelas, y no conmigo”. Disculpa a su amo por ser la primera vez y adiós, que se va a comer.

Don Quijote le dice que no, que le desarme y se quede a comer con él, que después de la comida hay que preparar “nuestra partida”.

Después de comer le mandó que le trajese unas badanas para hacer un adarga, con papelones y engrudo. Vendió dos tierras y una viña, lo hizo todo dineros para la jornada que pensaba hacer. Hizo también un lanzón con un hierro ancho y compró un jumento para Sancho. Y con más de trescientos ducados, “hicieron su tercera y más famosa salida del Argamesilla por el fin de agosto del año que Dios sabe, sin que el cura ni el barbero ni otra persona alguna los echase en menos hasta el día siguiente de su salida”.




-¿Tercera salida? Ay, Alisolán, Alisolán, ya te diré yo cuál fue la tercera salida...seguiré con mis anotaciones verdes.

-Así es, mi señora, "hicieron su tercera y más famosa salida". Los seguiremos y comentaremos.

-Hasta la próxima semana, un saludo para vos, Alisolán, y para los que pasan por aquí. Recuerdos al señor Avellaneda, sea quien sea.

María Ángeles Merino

-  Y, al final, en la derrota, nos hizo saber que "Dulcinea del Toboso es la más hermosa mujer del mundo..." 
Alisolán habla en azul.
Cide Hamete habla en verde.
María Ángeles habla en negro.

4 comentarios:

Ele Bergón dijo...

Así me gusta Doña María Ángeles Merino Moya, la también llamada Abejita de la Vega,así me gusta que Cide Hamete, no deje de hablar y poner las palabras en su sitio. Como debe ser. ¡Que contento estoy de que no se olvide la verdadera historia de D. Quijote de la Mancha y con ello también la historia de mi padre y por supuesto de mi familia. Este Avellaneda lo va distorsionando, todo, todo, o casi .

Un choque de manos del Sanchico.

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Ya sabía yo que Cide Hamete no iba a poder contenerse... y eso que salimos ganando aunque no sé cómo vas a salir de este diálogo a tres voces... con cura incluido.

La seña Carmen dijo...

Es como leerlo todo, original incluido, otra vez.

María Pilar dijo...

Ingenio, gracia, una caja de grillos y solo son tres, se entienden perfectamente porque utilizan el mismo lenguaje aunque cada uno en su papel. Las aportaciones de Cide aportan el equilibrio, nos sitúan perfectamente.

Besos