miércoles, 18 de junio de 2014

"El río que nos lleva": "La mujer, inmóvil, se recortó en el aire, más pura y fantasmal que nunca"



Comentario al prólogo de la novela "El río que nos lleva" de José Luis Sampedro. Para la lectura colectiva de "La acequia", dirigida por Pedro Ojeda.


"La puerta en la roca"

"Todo estaba dispuesto en la sierra fría". Shannon  dio los pasos precisos en el lugar preciso, ni uno más ni uno menos. . La corriente de la vida le reunió "a la callada" con el hombre herido, "el cebo", la mujer "envuelta en sombra" y el animal, un burro, "encargado de extraviarlos hacia su destino". El día acababa de extinguirse, la luna "esperaba su momento para asomarse a tender puentes de plata sobre los abismos de la noche".



Shannon avanzaba hacia Zaorejas "sobre la recta interminable de la carretera", rodeado de una tierra y un cielo enérgicos, como gigantes amenazadores:



"ímpetu geológico", "tierra levantándose entera, como la tensa piel de un tambor exasperado", "ansia de altitud", "nubarrones cenicientos, agitados por extrañas fuerzas", "el ceñudo cielo del invierno", "como entre las placas de un condensador cósmico".



 Porque "el caminante avanzaba inquieto". Venía de una guerra mundial, y caminaba "sin enterarse" sobre las cicatrices de una guerra civil. El suelo que pisaba fue "sin duda  aprovechado para aterrizajes". 



Pero Shannon, excombatiente, traía su propia guerra puesta,  Porque acabados los combates "había visto a su verdadera luz aquel mundo del que le habían hecho cómplice: niños mutilados, mujeres deshabitadas, palabras hueras y asesinos de uniforme orgullosos de sus bombas". Y huía de sí mismo, desde hace unos meses, "tras la borrachera del armisticio". Una  huida desesperada desde Italia hasta las tierras del Alto Tajo.



Un pie tras otro, sin enterarse de nada; pero, de repente, unas figuras humanas, allí en su camino, cobraron vida. Vio un hombre tendido, con el pie liado en un trapo sanguinolento, y una mujer sentada. Preguntó, no estaba seguro de atreverse a intentar aliviar el dolor humano. No le contestaron, la mujer se escondía tras una manta. Por fin, el herido se quejó: "El palo...¡Roío palo!

Shannon reaccionó, se sentó junto al hombre. Y la mujer torció el cuerpo como para esquivarle mejor. Le arremangó el pantalón, descubrió la herida, el palo había golpeado de lado. "El herido apartó enseguida la vista de la hinchada masa, deforme y amoratada".

Shannon se llamaba Roy y lo de "roío" le suena a palabra conocida. Trató de animarle: "he visto casos peores". Estuvo a punto de soltar aquello de "has tenido suerte", como se decía a los soldados que "a cambio de un pie salvaban la vida". Roy se situó de nuevo en un campo de batalla. 

Sólo podía limpiar y mejorar el vendaje. Cuando terminó, ya se había puesto el sol. Calló el viento, aumentó la desolación, reinaba el silencio; sólo se oía la masticación impasible del asno, quijada contra quijada, hierbecilla tras hierbecilla. Chas, chas. Y el resuello fatigoso del herido. Había que llegarse a un hospital o a un médico, les dijo; ni una respuesta, ni un gesto.

El accidente ocurrió al atravesar el río por el camino de maderos, querían llegar a Zaorejas. Shannon se ofreció a acompañarlos, no estaba muy lejos. El herido se negó: "montao me cuelga la pierna...me se pone peor". Perderá el pie si se queda, le advirtió, no importa, contestó casi ufano, lo pagará el seguro. "Si se le gangrena, lo que tiene seguro es el cementerio" replicó excitado Shannon.

Pidió a la mujer que le ayudara a colocar a su marido en el burro. Ella protestó:"no es na mío. Es un ganchero". "...le mandaron acompañarme" añadió el herido. El caminante iba entendiendo la situación, aunque no sabe qué cosa es un ganchero. 



Iba a acercarle al asno cuando vieron un carro. Hablaron con el carretero, llevaría al herido hasta Villanueva de Alcorón, adonde se dirigía. Shannon acompañaría a la mujer hasta Zaorejas. 

Y se quedó a solas con ella y percibía un distanciamiento hostil, de tal manera que deseaba dejarla en el pueblo cuanto antes. La mujer montó en el burro y se volvió con esfuerzo para decir  gracias y adiós. Y él: "¿Como adiós? Yo también voy a Zaorejas"

"Ella se encogió de hombros y taloneó al burro". Él detrás, andando, sintiéndose obligado  a acompañarla, dolido por la indiferencia. La mujer se detuvo pensativa, antes de tomar un sendero hacia los pinares, obviando las luces amarillas del pueblo. ¿Adónde se dirigía? ¿No iba a Zaorejas con su familia? Ni lo uno ni lo otro. 

"Vuelvo a la maderada. Éste ha de ser mi camino."

Roy no entendía nada. ¿Maderada? ¿Ahora que cae la noche? ¿Sola? ¿Estaba loca?

La mujer era ahora "un negro bulto fugitivo". Y de él le llegó el grito. "Más fuerte que el rumor del agua, más metálico que el choque de las herraduras, más agudo que el viento:
-¡Sí, estoy loca!"



¡Loca! No parecía la misma voz, era "una desesperada catarata de voluntad" Shannon echó a correr, gritaba en vano para retenerla. ¿Por qué corría? ¿Por obstinación, por salvarla, por curiosidad? Cuando pudo reflexionar ya no podía desertar, seguía adelante, palpaba las sombras, escuchaba su respiración, la sangre le marcaba el ritmo de la marcha...Ella era una "sombra imantada" que le atraía con la fuerza del destino. 

Pero ella no se volvió ni una sola vez, el camino era cada vez más áspero y pedregoso, los pinos más achaparrados, mezclados con sabinas y enebros. Una luna gigante modelaba las sombras:

"Una luna gigante se asomó por el monte y empezó a recortar con su buril de plata las sombras quietas de las peñas, las sombras vivas de los caminantes."




Ahora la torrentera se tornaba en nava de fina hierba que hizo relinchar salvajemente al burro. ¡Agua! El río era "un ancho espejo de luz", "el animal se inclinó a beber y la plata líquida se llenó de temblores en aquella claridad, convirtiéndose en seda estremecida por el viento". Platero, digo el burro Canalejas, reanudó la marcha. 



"La mujer, inmóvil, se recortó en el aire, más pura y fantasmal que nunca". Shannon se acercó a la orilla, contempló conmovido un largo instante el milagro del agua entre los riscos, secreto de blandura en corazón de roca". 

Alzó la vista, la mujer había desaparecido. "¡Y enfrente no había salida! Al otro lado, sólo una pared de roca "metalizada por la luna". Rodeó la orilla y "la roca se fue abriendo como un Mar Rojo de piedra". Había sido víctima de un trampantojo lunar.

Entró por un breve desfiladero, a la salida el monte se bañó en "un inmenso mar de niebla, campo blanquísimo de luna bajo la pura serenidad nocturna, decantado en el cuenco de los montes por la leve densidad de los vapores". En aquel ambiente onírico aguardaba una mujer que bien podía ser la metamorfosis del mensajero de los dioses. ¡Su joven rostro bajo la lámpara de la luna! ¿Bécquer?



La pregunta era absurda: "¿Hemos llegado?". Ella murmuraba: "En lo hondo está el río...Pero no sé..."

En el desfiladero se debieron desprender la hostilidad y el recelo. Porque pedía ayuda. 

-Bajando lo hallaremos-tranquilizó Shannon. Andando hacia abajo se encuentran los ríos."



Avanzaban hacia la niebla que se deshacía en vedijas, "descubriendo y ocultando fantasmas de pinos como algas en el fondo de un lago. A veces se vislumbraba una luna ahogada en la bruma."

"Caminaban en silencio como niños perdidos, sin más guía que un continuo descenso...". 



Se fue suavizando la ladera, distinguieron un resplandor rojizo. Él "sintió un choque doloroso, era como si todo-pero ¡qué?-hubiera de terminar allí". Hizo ademán de marcharse, "deben ser los suyos...será mejor que la deje". Ella casi suplicó un "espere, espere"

¿Quién va? gritaron los de la hoguera. Ella gritó con júbilo: "¡El Americano!...¡Soy la Paula!"

Shannon la siguió, murmurando: Paula, Paula.

Paula puso al día al Americano: no se fue a Zaorejas con su gente, el hombre curó al Tejero y nos ayudó.

El hombre se presentó: "Me llamo Shannon, Roy Shannon. Pensé que no debía dejarla sola por el monte. Pero ya ha llegado".

El Americano le aconsejó que se quedara a la lumbre, que la noche no estaba para andar. Paula le advirtió que la humedad era muy recia y le ofreció una sonrisa, por primera vez. 

Paula durmió en el saco de dormir del irlandés, que era irlandés y no inglés ni americano. Al día siguiente conocería a los gancheros que dirigía el "Americano". Y sabría lo que era la "maderada" y los ganchos, y...


Paula, Paula...durmió con la manta de la muchacha, olorosa a pinocha y resina, con algún recuerdo caliente y peludo de la cabalgadura. Caminaba por un planeta confuso, a veces sombra y a veces luz. Hasta que, de repente, su sueño desembocó en una ensenada oro y azul, en una isla mediterránea, con pinos y un templo consagrado a los antiguos dioses, a aquellos hechos a imagen y semejanza del hombre.

Seguiremos por el río que nos lleva, tras el hechizo de este encuentro,

Un abrazo para todos los que pasáis por aquí de:

María Ángeles Merino

10 comentarios:

Pedro Ojeda Escudero dijo...

ESte encuentro de personajes que llevan su soledad encima para vivir en grupo es lo más apasionante de la historia.

Kety dijo...

Un placer caminar por ese río poético y humano, de tu mano.
Besos.

Kety dijo...
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Kety dijo...
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Kety dijo...
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Kety dijo...
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Bertha dijo...

Una maravilla guiando esta lectura.

Ya entramos en la novela.

Que pases un feliz día MªAngeles.

Un abrazo.

Gelu dijo...

Buenas tardes, Abejita de la Vega:

Qué bien reflejado el personaje de Paula. Hasta que no estuvo en el grupo, sabiéndose protegida por el Americano, no dirigió una sonrisa al desconocido irlandés.
Vamos a hacer una buena ruta con estos gancheros del Tajo.

Abrazos.

Coro dijo...

Paula tan misteriosa de principio a fin, tan mujer, tan ella. ¡Todo un acierto!

Paco Cuesta dijo...

Cabe preguntarse si Paula es fiel retrato de la mujer de la época.