miércoles, 28 de mayo de 2014

"El sí de las niñas": "Si me dejase llevar de mi pasión, y de lo que esos ojos me inspiran, una temeridad..."


Niñas del siglo XXI, no tendrán nunca que dar un sí como el de Paquita.

Comentario en torno a "El sí de las niñas" de Leandro Fernández de Moratín, para la lectura colectiva de "La acequia", dirigida por Pedro Ojeda.

Podemos ser espectadores de la obra entera aquí, a través de You Tube. Aunque es una versión televisiva y viejilla, la actuación de Pablo Sanz, como don Diego, merece la pena. Para leer la obra tenemos este enlace de la Biblioteca Virtual Cervantes.

Mi querida doña Paquita:

Te abandoné, en mi última entrada, en el momento en que Rita te chista porque don Carlos, tú don Félix, ha venido. Y, ni corta ni perezosa, le ha dado "un abrazo con licencia de usted". No hay tiempo para melindres de amor, ella vigilará. Sirvienta, amiga, depositaria de secretos; os abrazáis, os besáis, a pesar de la rígida separación de clases sociales que reinaba en 1806. 


Pero voy a concederte la palabra, quiero que seas tú la que nos lo cuente. 

Mi señora que escribe:

 Con sumo gusto haré lo que usted me pide. Y os hablaré como amiga y en el lenguaje que es habitual en su tiempo. Paso a tutearos.

Sé que muchos de los espectadores y lectores juzgarán nuestro encuentro como frío o falto de pasión, les aseguro que existe fuego entre nosotros. Nos contenemos, don Leandro lo quiso así. 

Mi don Carlos, al que yo llamo don Félix, sale por la puerta y se dirige a mí:

"¡Paquita!... ¡Vida mía! Ya estoy aquí... ¿Cómo va, hermosa, cómo va?"


Al "vida mía" le contesto con un "Bien venido". No es frialdad, es que no puedo disimular mi tristeza, acaban de sucederme cosas que me tienen fuera de mí, me llevan a Madrid, van a casarme con un señor mayor. Voy a ser como el tordo enjaulado que tanto mima mi madre, mi jaula brillará "como un ascua de oro", eso sí. Y yo repetiré, en lugar de la oración del Santo Sudario, un "qué feliz soy señor don Diego". No, no quiero ser el tordo. Amor mío, ayúdame.


 Le pregunto qué piensa hacer y responde:

"Si me dejase llevar de mi pasión, y de lo que esos ojos me inspiran, una temeridad... Pero tiempo hay... Él también será hombre de honor, y no es justo insultarle porque quiere bien a una mujer tan digna de ser querida..."

No, mi enamorado no es un galán tradicional, opone su pasión al freno de las conveniencias sociales. Nada de temeridades. ¿Un hombre de honor el rival? Sé que algunos espectadores poco ilustrados patearon al escuchar algo así.


Le cuento, es mucho el empeño que tiene mi madre en que me case con el viejo caballero, en cuanto lleguemos a Madrid. No me habla de otra cosa, me amenaza, me ha llenado de temor. Don Diego me insta, me ofrece tantas cosas. Al llegar a este punto de los ofrecimientos se pone celoso, pero muy poquito. En tono algo irónico repone:

"Y usted, ¿qué esperanza le da?... ¿Ha prometido quererle mucho?"

Y yo, en lugar de una sarta de injurias trágicas sólo exclamo "¡Ingrato! !... ¿Pues no sabe usted que...? ¡Ingrato!"

No ignora que ha sido mi primer amor, el último añado yo. Ahora se desborda, por fin:

"Y antes perderé la vida que renunciar al lugar que tengo en ese corazón... Todo él es mío... ¿Digo bien? "

Dice bien, todo es suyo, de quién ha de ser. Sigue:

"¡Hermosa! ¡Qué dulce esperanza me anima!... Una sola palabra de esa boca me asegura... Para todo me da valor... "

Le llamo para que me defienda, me libre, si mañana voy a Madrid, él me promete que irá detrás. Mi madre doña Irene ha de saber de él. Allí contará con el favor de un tío anciano, amigo y muy rico. No tiene otro heredero, los dones de la fortuna pueden contribuir a nuestra felicidad. ¿Qué me importan a mí las riquezas? Sólo apetezco querer y ser querida, pero mi amor me aconseja:

"Pero debe usted serenarse, y esperar que la suerte mude nuestra aflicción presente en durables dichas"


¿Serenarme? No, mi enamorado no se batiría en duelo con su rival. Ni yo tampoco cuadraría como dama de esas comedias que disgustan al señor Moratín:

"¿Y qué se ha de hacer para que a mi pobre madre no le cueste una pesadumbre?... ¡Me quiere tanto!... Si acabo de decirla que no la disgustaré, ni me apartaré de su lado jamás; que siempre seré obediente y buena..."

Tan preocupada de ser una buena hija obediente...Hay quien no le gusta mi personaje, dócil como un corderito.


¿Confianza? Si no la tuviera me hubieran matado las melancolías. Mi enamorado "ha sabido proceder como caballero y amante, y acaba de darme con su venida la prueba de lo mucho que me quiere".

No puedo más y rompo a llorar. Él exclama: Cómo persuade!" ¿De qué he de persuadirle? ¡Qué cosas tan extrañas nos hace decir don Leandro! 

Me asegura que él solo basta para defenderme de mis opresores. Por fin sus palabras me alivian, ahora sí se parece un poco a los héroes de las novelas de amores que Rita y yo leíamos en el convento, a escondidas:


"Amor ha unido nuestras almas en estrechos nudos y sólo la muerte bastará a dividirlas"

Carlos Larrañaga, don Carlos. Isabel María Pérez, doña Paquita,

Rita entra y me dice que he de recogerme. Mamá pregunta por mí. Mañana don Félix verá al "dichoso competidor". Nada ni una injuria, solo "dichoso competidor". Rita le anticipa un retrato:

"Un caballero muy honrado, muy rico, muy prudente; con su chupa larga, su camisola limpia y sus sesenta años debajo del peluquín". 

Pablo Sanz, don Diego televisivo.

Hasta mañana, amor. ¿Descansar con celos? ¿Dormir con amor? Se despide de mí con un "adiós vida mía".

Yo no lo vi, pero me contaron que mientras don Félix se paseaba inquieto, dando vueltas a que yo le fuera arrebatada, a que mi madre se obstinara en verificar un matrimonio que me repugnaba, a la edad y la riqueza del viejo caballero, al maldito dinero...

...Calamocha bromeaba con la mención del cabrito asado que tienen para cenar. Inoportunas bromas en torno a los cuernos, requiebros a Rita que estaba encantada de la vida...Hay que dar a cierto público cierta ración de sal gorda.


El tono jocoso se cortó con la llegada de Simón, el criado de don Diego...me contaron.

Poco después, don Carlos desapareció... Cuando me dijeron que el oficial y el criado se habían  ido para Zaragoza, los que ocupaban la habitación 3... temblaba, no comprendía, me preguntaba en qué le había podido ofender. Se hará la luz, sin duda. Acudiré presto a contarle, señora mía. 


Luces para Paquita y don Carlos y para un país, España, que esperaba también que le salvaran de la tiranía. Una tiranía peor que la de doña Irene.

Un abrazo de María Ángeles Merino para los que pasáis por aquí.


Mi entrada desapareció, se la tragó la tierra, he tenido que rehacerla confiando en mi memoria. Cosas que pasan.

miércoles, 21 de mayo de 2014

"El sí de las niñas": "El cariño que a usted la tengo no la debe hacer infeliz"




Comentario en torno a "El sí de las niñas" de Leandro Fernández de Moratín, para la lectura colectiva de "La acequia", dirigida por Pedro Ojeda.

Podemos ser espectadores de la obra entera aquí, a través de You Tube. Aunque es una versión televisiva y viejilla, la actuación de Pablo Sanz, como don Diego, merece la pena. Para leer la obra tenemos este enlace de la Biblioteca Virtual Cervantes.

"-¿Qué es eso? ¿Ha llorado usted?
-¿Pues no he de llorar? Si vieras mi madre...Empeñada está en he de querer mucho a ese hombre...Si ella supiera lo que sabes tú, no me mandaría cosas imposibles...
-Señorita, por Dios, no se aflija usted. "

No te aflijas, Paquita; mira que tu fiel Rita es portadora de buenas noticias. Don Félix está aquí, en la posada. Acaba de encontrarse con Calamocha que llega en compañía de maletas y agujetas. En una breve escena, ha tenido tiempo de ponerla al día en cuanto a noticias, amén de requiebros e insinuaciones.

Sí, recibió tu carta y se puso de inmediato de camino. "Enamorado más que nunca", no va a consentir que nadie le dispute a "su Currita idolatrada". ¿Que te imponen el matrimonio con un señor rico y mayor?  De ninguna manera. No se limitó a un "pobre Paquita". Desde Zaragoza, se puso de inmediato de camino, en Guadalajara ya no te halló y sí paró en Alcalá es porque "los caballitos no podían más"



Hay que traer luces, las que trae Rita y las de la Razón, las que iluminaron el siglo llamado de las Luces, así con mayúscula. 



¿Recuerdas aquel día de asueto en la casa del intendente? Nunca lo olvidarás, el joven militar con  la cruz verde de Alcántara, al que volviste a ver tantas noches. Nadie sospechó nada en el convento,  pues él no atravesó puerta alguna  y mediaba una maldecida distancia. Tres palmadas entre once y doce de la noche y una guitarra sonora "punteada con tanta delicadeza y expresión". A nadie disteis escándalo, tan prudentes, tan comedidos, tan castos...ni siquiera una reja. Eso sí, no faltó la música.



Rita vigilará abajo y la contraseña será una tosecilla. Cuidado, que "pudiera haber una de Satanás entre la madre, la hija, el novio y el amante". Y si no ensayáis bien "esta contradanza" os habéis de perder en ella.



Don Félix te dijo la verdad, salvo el nombre. Te vas a cuarto de tu madre, acaba el acto I, el del planteamiento, comienza el segundo, el del nudo. Vamos a ver como atamos lo que hay que atar.
Sales, te acercas a la puerta del foro y vuelves, estás impaciente. Hablas para ti y para el público:

"Y dice mi madre que soy una simple, que sólo pienso en jugar y en reír, y que no sé lo que es amor...Sí, diecisiete años y no cumplidos; pero ya sé lo que es querer bien, y la inquietud y las lágrimas que cuesta."

Faltan luces. Sale tu madre quejándose, a ver si Rita trae las velas. Y vuelve a la carga. Don Diego está sentido, niña, y con razón. No te riñe, no por Dios, sólo te aconseja porque...tú no tienes conocimiento para considerar el bien que os ha entrado, mira tu pobre madre, atrasada en sus cuantiosos pagos al boticario, veinte y treinta reales por cada papelillo esdrújulo de coloquíntida y asafétida. Mira que algo así pocas lo consiguen, gracias a los rezos, y a los sermones de tus tías, no a tus méritos...que tú...



No dices nada y tu madre se irrita. Los parches de alcanfor no le hicieron efecto, mejor con las obleas. Qué jaqueca, el tordo que no la dejó dormir; toda la noche se  pasó el animalito "rezando el Gloria Patri y la oración del Santo Sudario", muy edificante. Tan "gazmoño" el pájaro como la dueña, el público se ríe...A la censura eclesiástica no le gustó el piadoso rezo del ave canora y lo cambió por "cantando el Malbruc y la jota", quitándole la gracia.



Tordos habladores pero no rezadores

Rita se va a prepararos unas sopas "para el abrigo del estómago" y te quedas de nuevo con tu madre, impaciente porque don Diego no ha llegado todavía, no se le vaya a perder por ahí la joya de yerno. Tan mirado, tan atento, tan buen cristiano...y tan, tan de posibles. Qué casa como un ascua de oro, qué batería de cocina, qué ropa blanca, qué despensa llena de cuanto Dios crió, qué minuciosa inspección doméstica la de tu madre que va...a lo que va. Y se desespera porque no proclamas tu entusiasmo.

 Y se enfada y trata de sacar de mentira verdad. Ahora se le ocurre que como has vivido entre monjas, tal vez quieras serlo tú. Por si acaso, te recuerda que el complacer a tu madre es tu primera obligación.

Se lo aseguras: "La Paquita nunca se apartará de su madre, ni la dará disgustos". Tus palabras más parecen salir de un mecanismo automático que de un ser humano. Solo deseas que te deje en paz. Vaya, menos mal, por ahí viene don Diego, harto de ser agasajado con chocolate y bollos por sus amistades eclesiásticas.



Pregunta a doña Irene cómo va. Añade ¿y doña Paquita? Tu madre contesta por ti: "Doña Paquita siempre acordándose de sus monjas". Y añade que a tu edad no se sabe lo que se quiere ni lo que se aborrece. En eso no está de acuerdo don Diego, muy razonable:

"Precisamente en esa edad son las pasiones algo más enérgicas y decisivas que en la nuestra, y por cuanto la razón se halla todavía imperfecta y débil, los ímpetus del corazón son mucho más violentos"

Te coge de la mano y te hace sentar junto a él. Te pregunta si te volverías al convento, de verdad. Doña Irene no quiere que respondas y tú pones la voz de autómata para decir: "Bien sabe usted lo que acabo de decirla...No permita Dios que yo la dé que sentir". Don Diego capta el tono de tu voz y el miedo que sientes a oponerte a tu madre. En todo lo que te mande, ella, la obedecerás. ¿Mandar? No, Moratín, a través de su personaje, expresa su desacuerdo:

"En estas materias tan delicadas los padres que tienen juicio no mandan, insinúan, proponen, aconsejan; eso sí, todo eso sí; ¡pero mandar!...¿Y quién ha de evitar después las  resultas funestas de lo que mandaron?...matrimonios infelices, uniones monstruosas, verificadas solamente porque un padre tonto se metió a mandar lo que no debiera."


Don Diego sabía que ni su figura ni su edad eran para enamorar a nadie, pero no le parecía imposible que una muchacha de juicio llegase a quererle con "aquel amor tranquilo y constante que tanto se parece a la amistad y  es el único que puede hacer  los matrimonios felices". Ha buscado una niña que no hubiera estado prevenida en favor de otro amante más apetecible, por eso te eligió a ti, recluida en el convento de Guadalajara. 

Ahora, dice hacerse cargo de lo que han podido influir en ti las santas costumbres que has visto practicar "en aquel inocente asilo de la devoción y la virtud". Estas palabras suenan un poco irónicas...o bastante. 

Tu maduro prometido, más bien piensa en la posibilidad de que se haya cruzado "un sujeto más digno". Te pide sinceridad, el cariño que te tiene no ha de hacerte infeliz. 

Doña Irene pide la palabra, está que no se aguanta. Don Diego no quiere intérpretes ni apuntadores, habla de una vez, Paquita. Y tu madre: "Cuando yo se lo mande". Y don Diego: "pues ya puede usted mandárselo porque a ella le toca responder. Con ella he de casarme, con usted no"



"Ni con ella ni conmigo. ¿En qué concepto nos tiene usted?". Tu progenitora finge estar ofendida y busca artillería. Y saca a relucir la carta de tu padrino, el de Burgo de Osma, el "del ramo del viento", que no te ha visto desde la pila  pero  te quiere muchísimo. Y en su misiva, casi toda en latín, buenos consejos daba, tan acertados "que no es posible sino que adivinase lo que nos está sucediendo". 

Nos quedamos sin saber de qué iba la carta del padrino. Don Diego  asegura que no hay motivo de disgusto. Doña Irene saca la fiera que lleva dentro:

"¿Pues no quiere usted que me disguste oyéndole hablar de mi hija en términos que...¡Ella otros amores...!...la mataba a golpes, mire usted...Cuéntale los novios que dejaste en Madrid cuando tenías doce años...y los que has adquirido en el convento..."

Comprendo, Paquita, que cada vez estés más aterrada. Don Diego dice que sólo quiere que estés contenta. Veamos tus sumisas palabras:

"Sí, señor, que lo estoy"
"Gracias, señor don Diego...¡A una huérfana, pobre, desvalida como yo!"

A continuación, abrazos y caricias. ¿Ves lo que te quiere tu madre? ¿Y cuánto procura tu bien, que sólo desea verte colocada antes de que ella falte? Y tú: "Bien lo conozco".

Doña Irene cree que ha conseguido su objetivo, está que revienta por todas las costuras de su cuerpo:

-"¡Hija de mi vida! ¿Has de ser buena?
-Sí señora.
-¡Ay, que no sabes tú lo que te quiere tu madre!
-¿Pues qué? ¿No la  quiero yo a usted?

Los tres lloráis. Cada uno por un motivo diferente. Os vais. Pero Rita sale por la puerta del foro y te detiene:

Señorita...¡Eh! chit...señorita.

Vas a encontrarte al fin con tu don Félix, digo...don Carlos. Seremos testigos, en la escena VII, segundo acto.

Un abrazo para todos los que pasáis por aquí de:

María Ángeles Merino

miércoles, 14 de mayo de 2014

"El sí de las niñas": "Y enamorado más que nunca, celoso, amenazando vidas..."


En mi anterior entrada, escribía una pequeña introducción a la lectura colectiva de "El sí de las niñas"de Leandro Fernández de Moratín, la "obra culmen de la comedia española de buenas costumbres" que eternamente habitas, qué te voy a contar a ti si llevas dos siglos en la sala de paso de una posada de Alcalá de Henares. 



La sala de paso de la posada

Recordaba la primera vez que te vi y te leí. Y describía el escenario rústico en que los siete actores tejéis la contradanza en torno a un "sí" que se  presenta como impuesto y "sacrílego", aunque tú no te rebeles. Un único escenario, un solo argumento y unas pocas horas para resolver tu conflicto: si te casas por amor o por imposición. Me despedí de ti tras aquella “cortesía a la francesa” que llenó de satisfacción a doña Irene y a don Diego que alababa tu “donaire natural”. Seguimos.

Sin “artificios ni embelecos”, contenta de tu inmediata colocación, todo es maravilla  a los ojos del que tanto desea favorecerte. En otros ojos piensas tú.


Pablo Sanz es don Diego

Mas  don Diego insiste; desearía que te explicases libremente acerca de la proyectada unión.  Ante la insistencia, doña Irene ataja, no, a una niña no le es lícito decir “yo le quiero a usted”; el futuro esposo replica, no, a cualquiera no, pero a un hombre con quien ha de casarse dentro de pocos días…

Doña Irene cambia de táctica y pone en tu boca palabras que jamás pronunciaría una niña de dieciséis años:

“...y qué bien piensa acerca de lo preferible que es para una criatura de sus años un marido de cierta edad, experimentado, maduro y de conducta..."




Don Diego no da crédito: "¡Calle! ¿Eso decía?". Y doña Irene: "no, esto se lo decía yo...". Y añade que tú escuchabas como una mujer de cuarenta años. ¡Qué cara más dura se gasta tu progenitora! Proclama que le da lástima ver como casan a una de diecisiete con uno de veintidós. Porque, para ella, todo es problema de autoridad: quién ordena, quién manda, quién corrige... a los hijos "porque sucede también que estos atolondrados de chicos suelen plagarse de criaturas..."

Diecinueve tenía ella cuando se casó en primeras nupcias con el difunto don Epifanio, de cincuenta y seis. Respetuoso, caballeroso y muy sano, mucho, si no fuera por sus "alferecías" crónicas, ataques epilépticos más recios y frecuentes después de la boda, tampoco es de extrañar. A los siete meses, viuda y encinta de un niño "como una plata" que murió de "alfombrilla"; terrible mortalidad infantil, angelitos para un cielo soñado.



Mientras tanto, don Diego considera en la posibilidad de ser padre él también, si pudo don Epifanio...Se le va el santo al cielo y no escucha a tu madre que luce matrimonios y partos como si fueran medallas honoríficas:

 "¡Hijos de mi vida! Veintidós he tenido en los tres matrimonios que he tenido hasta ahora, de los cuales sólo esta niña me ha venido a quedar...". 



Don Diego sueña despierto, más como un abuelo que como un padre...de los de entonces:

"Ya se ve que será una delicia y un embeleso el verlos juguetear y reír, y acariciarlos, y merecer sus fiestecillas inocentes". 


Don Diego se va a pasear por el campo. Doña Irene, de repente, se acuerda del tordo, su mascota enjaulada, tal vez le hayan dejado morir, no, que ha comido "más que un avestruz"; así lo asegura Rita. A tu muy "gazmoña y zalamera" madre le urge escribir una carta urgentísima a la tíita de Guadalajara, "que estará con mucho cuidado la pobre Circuncisión". El público se reirá del tordo, del avestruz y del nombrecito de la religiosa. Y Rita rematará: "No ha dos horas, como quien dice, que salimos de allá, y ya empiezan a ir y venir correos". 

La sala de paso se queda vacía, entra Calamocha, el "gracioso", criado de don Carlos, tu don Félix. Más risas porque Calamocha, cargado y quejoso de sus agujetas, compara la habitación 3 donde va a hospedarse, vieja conocida, con la colección de bichos del Gabinete de Historia Natural y las plagas del Faraón. "Y gracias a que los caballitos dijeron: No podemos más". El público empatiza y sonríe. Se oye cantar a Rita y Calamocha olvida momentáneamente su pereza:

Don Carlos (Carlos Larrañaga) con su criado Calamocha (el cómico Zori).

"¿Seguidillitas?...Y no canta mal...Vaya aventura tenemos"

Aventura a la vista y  ya tenemos el clima adecuado para el encuentro entre Rita y Calamocha. Ambos son criados y confidentes, conocen bien vuestro secreto, el que nació en Guadalajara, a pesar de las tapias del convento. Pero os portasteis comedidamente, que esta comedia es neoclásica.

"El baile a orillas del Manzanares, de Goya". Majos y majas bailando las seguidillas.

Calamocha reconoce a Rita y le cuenta. Tu don Félix recibió tu carta, esa que escribiste contándole que tu madre iba a casarte con don Diego. Han venido desde Zaragoza "como dos centellas". Llegaron a Guadalajara y tú ya te habías ido. Paran a descansar en la posada porque los rocines están molidos y ellos a medio moler. Así que le tienes aquí, Paquita.

Y Calamocha nos lo pinta parodiando al galán tradicional de las comedias de capa y espada:

"Y enamorado más que nunca, celoso, amenazando vidas...Aventurado a quitar el hipo a cuantos le disputen la posesión de su Currita idolatrada"


Galán tradicional
A Rita le da gusto oírte, es una buena amiga: "Ahora sí se conoce que la tiene amor". 

Y Calamocha vuelve a la carga; convirtiendo a tu enamorado en un personaje de romance:

"¿Amor? ¡Friolera! El moro Gazul fue para con él un pelele, Medoro un zascandil y Gaiferos un chiquillo de la doctrina".




Calamocha pide información a Rita. Ya sabes, tu madre escribe cartas y más cartas, tiene concertado tu "casamiento en Madrid con un caballero rico, honrado, bien quisto, en suma, cabal y perfecto..." Y tú acosada, angustiada con los sermones de la maldita monja, te viste en la necesidad de responder que estabas "pronta" a todo lo que te mandasen. Rita te vio llorar y llorar, no querías comer ni dormir.

Sigue Calamocha en su parodia de criado de galán enamorado tradicional, un perdonavidas:

"¿Conque el novio está en la posada?
...
Pero...¿trae consigo criados, amigos o deudos que le quiten la primera zambullida que le amenaza?
...
Mira dile en caridad que se disponga, porque está en peligro.

...es necesario que mi teniente deje la visita y venga a cuidar de su hacienda, disponer el entierro de este hombre..."

Por último tontea un poco con Rita, que si este es nuestro cuarto, ¿nuestro?, no, mío y de la señorita. Después de un intercambio de cariñosos insultos, se va con los trastos. Ese botarate es un buen augurio para Calamocha.

En la próxima escena, Rita te dará una buena noticia para que seques tus lágrimas. Es más que una criada.

Un abrazo para los que pasáis por aquí de:

María Ángeles Merino

miércoles, 7 de mayo de 2014

"El sí de las niñas": "¿Quiere usted que le haga una cortesía a la francesa señor don Diego?"



Comentario en torno a "El sí de las niñas" de Leandro Fernández de Moratín, para la lectura colectiva de "La acequia", dirigida por Pedro Ojeda.

Podemos ser espectadores de la obra entera aquí, a través de You Tube. Aunque es una versión televisiva y viejilla, la actuación de Pablo Sanz, como don Diego, merece la pena. Para leer la obra tenemos este enlace de la Biblioteca Virtual Cervantes.



Mi señora doña Paquita:

Os saludo con “una cortesía a la francesa” y paso a tutearos como a una vieja amiga, de ficción eso sí, pero amiga.

¿Qué tal estás, Paquita? Qué bien te conservas, ahí sigues en tus eternos dieciséis años, casi diecisiete, vestida al estilo imperio, napoleónico se entiende, con el talle debajo del pecho.


Te conocí a través de una pantalla en blanco y negro; era uno de los míticos “Estudio 1”, en una televisión única y pública donde cabía el teatro. Allí aparecías y desaparecías, en un decorado muy simple, el que el autor dejó escrito: "una sala de paso con cuatro puertas de habitaciones para huéspedes, numeradas todas. Una más grande en el foro, con escalera que conduce al piso bajo de la casa. Ventana de antepecho a un lado. Una mesa en medio, con banco, sillas, etc". 

El decorador televisivo añadió vigas, ristras, cuerdas, cántaros, capazos, algún carro, pintura sombría, el blanco y negro ayudaba, y ya estábamos "en una posada de Alcalá de Henares". 



Es el  lugar elegido por Leandro Fernández de Moratín (1760-1828) para la contradanza de  siete actores: cuatro señores y tres criados. Tu madre doña Irene y tú con la pizpireta Rita. Don Diego y su Simón más don Carlos, al que llamas don Félix, con el "gracioso" Calamocha.  Entre todos tejeréis "El sí de las niñas" (1806) la " la obra culmen de la comedia española de buenas costumbres".

Las palabras de Simón, el criado de don Diego, amplían el escenario y le añaden ruido de fondo: "...cansa la mugre del cuarto, las sillas desvencijadas, las estampas del hijo pródigo, el ruido de campanillas y cascabeles, y la conversación ronca de carromateros y patanes, que no permiten un instante de quietud". Y  las de Calamocha, el sirviente de vuestro don Félix,  llegan al diminuto mundo de pulgas y chinches: "Ya, ya conozco el tal número tres. Colección de bichos más abundante no la tiene el Gabinete de Historia Natural...Miedo me da entrar". Comparación muy "ilustrada" pero que incita, tal vez,  a rascarse...


Salas del Museo de América en las que se ha recreado, basándose en planos y dibujos originales, el aspecto del Real Gabinete de Historia Natural.

Os moveréis dentro de un único escenario, observando la unidad de lugar. Así que los personajes viviréis eternamente entre esas rústicas paredes, sólo la imaginación del lector te concederá vivir el resto de tus días feliz con el hombre que amáis. Es una dicha que gustosamente te concedemos, Paquita, cómo no.


"La acción empieza a las siete de la tarde y acaba a las cinco de la mañana siguiente". Moratín, tu creador, os concede diez horas para resolver vuestro conflicto amoroso, os podría haber dado veinticuatro, el máximo que la clásica y neoclásica unidad de tiempo permite a un argumento teatral. Y este ha de ser un solo, con muy pocos subargumentos o ninguno; y al no existir aquí otro ditinto al que gira en torno a vuestro "sí", podemos afirmar que otra unidad, la de acción, también se cumple a rajatabla. El viejo Aristóteles aprobaría "El sí de las niñas"... dejémonos de viejos filósofos griegos y de preceptivas literarias y  hablemos de ti, Paquita, la niña que ha de dar el sí que será "sacrílego" o nacido del amor. Tenemos claro al "sí" vencedor, pero no adelantemos acontecimientos.



Pocos años después de conocerte en la pantalla, accedí a la obra escrita a través de  una edición de "Clásicos Castalia" que aún conservo. La ocasión fue un "trabajo" de estudiante que me transmitió  la querencia de volver una y otra vez, por gusto, a tu eterna posada de Alcalá de Henares. Recuerdo que, en aquel curso, también hube de leer y comentar "La perfecta casada" de Fray Luis de León, ya ves qué tema, a ese no he vuelto, sigue en mi estantería. 



La obra comienza "in media res", no puede ser de otra manera si se ha de resolver en menos de veinticuatro horas. Los hechos claves ya han tenido lugar, hay que ir hacia atrás para comprender lo que está pasando en el escenario. 

Porque, a  pesar de las tapias y rejas del convento, conociste al que llamas don Félix, te enamoraste como solo puede hacerlo una niña de dieciséis años y, sin embargo, estás dispuesta al sacrificio de casarte con don Diego, un hombre mayor y de buena posición. Todo por imposición de tu madre, doña Irene, que ve solucionada así vuestra estabilidad económica, la tuya y la suya. Déspota, derrochona, calculadora, "gazmoña" y manipuladora...perdona. Y llena de alifafes, consumidora compulsiva de "asafétida","poliquíntida"y demás brebajes esdrújulos. Esto último no es un defecto, pero me encanta escribirlo. Un latazo de señora.




 Comienza la obra y, a través de la conversación de don Diego con su criado Simón, sabemos que tu futuro marido tiene un sobrino llamado don Carlos. Simón deduce de las palabras de su señor que si han ido a buscarte al colegio de monjas de Guadalajara es porque eres la elegida esposa del sobrinito. Algo que don Diego desmiente acaloradamente como si fuera un disparate.

"-¿Para quién juzgaste que la destinaba yo?

-Para don Carlos, su sobrino de usted, mozo de talento, instruido, excelente soldado, amabilísimo por todas sus circunstancias...
...
-"¡Mire usted qué idea! ¡Con el otro la había de ir a casar! No señor...que estudie sus matemáticas. 

-Ya las estudia; o por mejor decir, ya las enseña."

Simón nos ofrece una pintura heroica de don Carlos, un militar aguerrido del que su tío habla como si fuera un colegial. Teniente coronel y con la cruz de Alcántara, nada menos. Y, a continuación, don Diego comenta los informes favorables que ha recibido respecto a ti, jovencita educada y aislada del mundo en un convento de Guadalajara, junto a una "arrugada" tía monja nombrada con el imposible nombre de "Sor Circuncisión" que nos provoca una sonrisa. No es extraño que Moratín tuviera problemas con la Inquisición,  a pesar de haber sido ordenado de "primera tonsura" en Burgos y de ser beneficiario de pequeñas rentas eclesiásticas.


Don Diego nunca te había visto pero, mediante la amistad con tu madre, ha tenido frecuentes noticias tuyas, ha leído tus cartas, ha visto algunas de tu tía monja con la que has vivido en Guadalajara , "una mujer de juicio". Ha tenido cuantos informes pudiera necesitar acerca de tus inclinaciones y conducta. La criada que te acompañó cuatro años en el convento le ha contado que jamás observó en ti "la más remota inclinación a ninguno de los pocos hombres que ha podido ver en aquel encierro"

No hay mención  alguna a ningún tipo de enseñanza, para qué ilustrar a una mujer...¿A qué te dedicabas? Pues a bordar, a leer libros piadosos, a oír misa...y a correr por la huerta detrás de las mariposas y echar agua a las hormiguitas. Una niña, al fin y al cabo.



Don Diego te ha logrado verte, ha procurado observarte en estos pocos días. Y le pareces "muy linda, muy graciosa, muy humilde". Y sobre todo le gusta "aquel candor, aquella inocencia". Y tu "mucho talento". Él no busca dinero, que dinero tiene, sabe que eres pobre. Y ya te ve como apañada ama de casa:

"¿Y sabes tú lo que es una mujer aprovechada, hacendosa, que sepa cuidar de la casa, economizar, estar en todo?...Siempre lidiando con amas, que si una es mala, otra es peor, regalonas, entremetidas, habladoras, llenas de histérico, viejas, feas como demonios...No señor, vida nueva. Tendré quien me asista con amor y fidelidad y viviremos como unos santos...Y deja que hablen y murmuren y..."

Don Diego imagina un hogar idílico y da por descontado que habrá murmuraciones. Ahora quiere ir ganando tu amistad, a ver si logra que te expreses "en absoluta libertad" porque tu madre no te deja hablar, te interrumpe, todo lo habla ella.

Por fin apareces en escena, al comenzar la escena II, con doña Irene y Rita. Venís de la visita a otra tía monja que tienes en Alcalá. Aprovechas cuando don Diego dice que no ha podido dormir para entablar conversación a propósito de los molestos mosquitos. Y le muestras, entusiasmada, lo que traes envuelto en el pañuelo, las "chucherías" piadosas que te han dado las monjitas: rosarios, cruces, estampitas, santos de alcorza...y "una campanilla de barro bendito para los truenos". Una escena de tono irónico por la que Moratín recibió críticas. Para colmo, se rompe la Santa Gertrudis de alcorza y Rita dice que no importa, que se la comerá.


Campanilla de barro bendito

Tu madre no para de hablar, lo contentas que están las tías monjas con lo que ella llama "nuestra elección". Don Diego asiente, es verdad pero  "sólo falta que la parte interesada tenga la misma satisfacción que manifiestan cuantos la quieren bien". Doña Irene tajante: "Es hija, obediente, y no se apartará jamás de lo que determine su madre". Que si eres de buena sangre, que si el honor, que si una niña bien educada...Te impacientas, te quieres ir, no me extraña, yo huiría.

Su cháchara es insoportable. Que si eres como tu abuela, la cual se hizo un retrato para enviárselo a su tío carnal "el padre fray Serapión de San Juan Crisóstomo, electo obispo de Michoacán". Y que murió en el mar el buen religioso. Y sentimos tanto su muerte, particularmente el primo Cucufate, menudo nombre. Y murió en olor de santidad, ya se le está escribiendo la vida, nueve tomos lleva ya el sobrino de su hermano político, canónigo de Castrojeriz; uno para cada año de vida del venerable que murió a los ochenta y dos años, tres meses y catorce días. ¡Socorro! Moratín carga aquí las tintas irónicas...y anticlericales, a pesar de tonsuras y rentas. Y dicen que conoció a una doña Irene en la vida real.


Primer obispo de Michoacán

Decides marcharte de una manera que agrade a tu madre:

"¿Quiere usted que le haga una cortesía a la francesa señor don Diego?"

Don Diego quiere, hacéis la cortesía y doña Irene está que revienta de satisfacción. 

Don Diego exultante: ¡Viva la Paquita! ¡Viva!

Una cortesía para don Diego y un beso para tu mamá. ¿Cuánto tiempo seguirás con el papel de niña ingenua? De momento, vas a migar un bizcocho para dar de comer a don Periquito. 

Un abrazo para todos de:

María Ángeles Merino