miércoles, 30 de octubre de 2013

"Intemperie": "las llamas iluminaron el interior de la torre"




Ya sé que no es una torre, es el ábside de San Pelayo (San Pedro Samuel)
 
Comentario a las páginas 94- 126 de la novela "Intemperie", de Jesús Carrasco. Para la lectura colectiva de "La acequia", dirigida por Pedro Ojeda.

Habla "Chico", el niño de Intemperie:

Yo me iba. Un respiro ante lo incierto del camino que iba a tomar. Y no lo tomé porque la brisa me trajo un ruido de motor. Me vuelvo y descubro
una nube de polvo. Es el alguacil en su moto y dos hombres a caballo. El cabrero me dice "escóndete" y yo, desesperadamente, me arrastro como una culebra. Los guijarros se me clavan y me rompen las mangas de la camisa. Recorro entero el muro, tengo que pasar al otro lado. El perro me sigue, el muy tonto, no me delates, amigo.


Cesa el ruido de la moto, las cabras balan y menean sus cencerros, pero el silencio me eriza el pelo de aquí atrás. La voz del alguacil corta como un cuchillo. Noto un calor húmedo, el orín empapa mis botas. "Buenas tardes, viejo. Señor. ¿Ahora me llamas señor? Mucho calor. Ya lo creo. ¿Un trago? Te lo agradezco, viejo".

Oigo los esfuerzos del viejo que no puede con la garrafa. Se preguntarán quién se la ha llenado. Oigo el descorche y el ruido del agua que cae por su garganta. Y el agua que chorrea. Uno que llaman "Colorao" no quiere beber agua y dice algo del vino que tendrá el cabrero. Y de alguien que no bebe agua desde los doce años. Silencio.

El alguacil dice lo que yo temía: "Andamos buscando a un niño desaparecido". El viejo asegura que lleva semanas sin ver a un cristiano. Que debe sentirse muy solo, las cabras me hacen compañía, contesta. Y una tercera voz que si el viejo se entretiene mucho con ellas. Y suelta una carcajada.




El alguacil que si has venido muy lejos , el viejo que soy pastor y busco pastos. Uno de los de a caballo avanza hacia donde estoy yo. Voy a ver por dónde escapo. Mi perseguidor desmonta, espero que no vea mi pis. Va a entrar al torreón. Hay cacas de aves por todas partes y bichos muertos. La escalera de caracol está muy mala para subir, no se ve nada. Oigo:

Escalera interior de la puerta de San Martín (Burgos)
-"Sal de donde estés bastardo".

Esa voz me bate los sesos. Tiemblo, encaramado a una piedra saliente. Casi pierdo pie y me caigo.

-"Sal si estás ahí, renegado".

Ahora oigo a los tres, ahí abajo. Uno de los de a caballo dice que o estoy muerto o estoy aquí. Oigo claramente: "Si está ahí, saldrá".

Mi oído es fino. Siento como revuelve el suelo con la bota y revuelve los restos de la fogata donde asamos el conejo. Es él, ahí abajo, fuma, me llegan hebras de humo blanquecino. Juega a abrir y cerrar su mechero de gasolina plateado, clic clac, clic clac. Van a asarme como a un conejo. Huele a paja quemada.


Las llamas van a llegar hasta mí pero no tengo tiempo de asustarme. Aprieto la espalda contra la pared, tal vez tenga que "saltar sobre el humo y las llamas". No, no me dejaré caer sobre el fuego, antes dejaré que el fuego me muerda hasta matarme.


Las llamas no alcanzan mis pies pero iluminan  la torre y ahora distingo una estrecha sombra vertical justo enfrente de mí, puede ser mi salvación. "Podría ser una ventana o la hornacina de un santo a media escalera". Me giro y palpo la pared, busco donde agarrarme. Consigo avanzar, alcanzo la sombra, es una saetera cegada que se abre paso al exterior, me acuclillo e introduzco mis manos entre las piedras que la taponan. El humo está llegando a mí. Consigo sacar dos rocas que caen al fuego, encajo la cara en la abertura y, por fin, respiro hondo. No han oído la caída, esperan un cuerpo, no una piedra.


Saetera en la ermita visigótica de Quintanilla de las Viñas (Burgos)
El humo comienza a escapar por el mismo agujero, entra en mi boca abierta y en mis ojos. Me retiro para toser dentro de la torre, que no se den cuenta los de fuera. Poco a poco, la humareda va disminuyendo y puedo despegar la cara de la saetera.

Más tarde supe que ardieron los serones de esparto y el relleno de paja de la albarda. El fuego se apaga y se van.´Pasa mucho tiempo y yo sigo en mi escondrijo. Me duelen las piernas pero no quiero encontrarme al alguacil al pie de la torre, esperándome. Estoy todo ennegrecido pero vivo. Me pregunto si han quemado la torre siguiendo el dedo del cabrero o es que consideraban al torreón el único escondite posible.


Desde la saetera veo caer la tarde, la piel me tira, me suenan las tripas y mis rodillas ya no se quejan, para qué. La voz del cabrero no llega y me quedo dormido. Me despierta un grito ahogado, en medio de la noche, al pie de la torre.

"La voz que le llamaba se hizo más fuerte, aunque no más clara.

-"¿Estás ahí, chico?"

En la oscuridad, me llegan las toses del cabrero y, a continuación, el ruido de algo que se cae. Tardo mucho en bajar, destrepo tanteando los huecos con mis botas, las piedras me parecen de manteca. Cuando llego al suelo, encuentro tendido al viejo, le tiro de las mangas y le muevo la cara para que espabile. Pongo la oreja en su pecho para saber si late su corazón, lleva demasiada ropa. Palpo su cuerpo, noto una humedad pegajosa sobre su pecho.

Quiero sacarlo fuera, tiro de sus piernas. Consigo llegar a la puerta, acerco mi cara a su boca, respira, no sé lo que le pasa. Paso la noche acurrucado junto  a él, esperando la luz de la mañana. Le arde la frente y gime en sueños su dolor. Me siento culpable de no haber confiado en un hombre bueno.


Amanece y descubro lo sucedido. Le quitaron la chaqueta y le arrearon con una vara,  la camisa puesta. "Tenía la cara llena de sangre reseca...labos astrosos...ojos inflamados como higos maduros". Todo amoratado y lleno de marcas. Tiro de su brazo para levantarlo, le abofeteo, por fin da señales de vida. Me pide que deje de pegarle, que ya ha tenido bastante.

Mis manos lijan mi cara; tan duras, tan ásperas, tan negras. Quiero llorar, gritar o hacerme daño. El cabrero  me pide agua. Salgo fuera y descubro seis cabras degolladas, las moscas taponan sus heridas. Quedan tres cabras y el burro. Ni rastro del macho cabrío ni del perro.

Alcuza
Todo esparcido. La alcuza derramada, la sartén, trapos, la vara de gancho y las tijeras de esquilar. El serijo de las pasas y la tabaquera, sin pasas ni tabaco. Y lo peor, "las garrafas tumbadas y con los corchos quitados". Ni gota. Una condena a muerte.
Serijo
El viejo bufa de desesperación, no se mata porque está demasiado débil, pienso. Me pide que ordeñe una cabra. Con la lata de beber en la mano, me acerco a una cabra que, en cuanto ve mis intenciones, sale corriendo. Se me escapa la otra y la otra. Tomo la vara de gancho como si fuera el don Quijote con lanza que hay en mi escuela.


No podía imaginar lo que pesaba el gancho, casi me caigo. Me acerco por detrás, meto la vara entre sus patas, la cabra no es tonta, se percata y huye. Ya me canso, consigo derribar a una, suelto la vara y me abalanzo sobre ella. La agarro de una pata y la arrastro hasta el muro, como a un saco pesado.

Y ahora a ordeñarla, el pobre viejo tiene que beber algo. Me hubiera gustado demostrarle  que he aprovechado los días junto a él. Coloco la lata bajo las ubres y me arrodillo detrás. Recibo tales coces que hinchan mis mejillas; coloreadas y brillantes, como "manzanas de feria bañadas en caramelo", Por qué me acordaré ahora de manzanas y de caramelo, tan cubierto de hollín y con un olor a humo rancio que no se me quitará nunca. Será el hambre.

El viejo gime, he de darle leche. Busco algo de paja y coloco al animal delante de mi cara, Mientras come, me coloco a un lado, agarro los pezones y tiro; se alargan como si fueran de goma pero no sale nada. Me escupo las manos y las froto con una mezcla de  sangre, hollin y saliva. Mis dedos resbalan, por fin brota algo de leche que cae a tierra, la lata es demasiado estrecha. Acerco la lata al pezón, consigo un par de dedos de líquido. Voy aprendiendo.



De aquí
Voy en busca del viejo, lo encuentro tendido al sol, sin protección, he tardado demasiado. Quiero llevarlo a la sombra, mi cansancio es muy grande, me bebo los dos dedos de leche y aprieto la lata contra mi cara. Camino sobre terrones, busco al burro, es muy dócil, tiro de la cuerda despeluchada, lo llevo junto al viejo. Necesito una soga larga para moverlo de sitio.

No encuentro nada que sirva, solo dos colillas marrones del tabaco del alguacil, fumando tan tranquilo mientras me asa en el torréon. Aprieto los dientes.

Ato el cabo del ronzal, tan corto, a los tobillos del pastor. Empujo al burro, las lajas se le clavan en la espalda, gime, todavía respira. Le hago daño, no puedo dejarlo al sol, se moriría. Tal vez el ropón del burro debajo de su cuerpo...imposible. Seguimos.

"Los pies en alto tensionados por la cuerda, la esplada desgarrándose contra el suelo y los brazos como timones sin gobierno al final de todo. Romería de difuntos."


Consigo acomodarlo junto a la puerta cegada del castillo. Le elevo la cabeza metiendo una piedra plana bajo la tela, quiero escucharle. Lo he conseguido, ahora a por leche, ya sé ordeñar.

Vuelvo con la lata medio llena de leche, abro la boca del viejo metiéndole los dedos y vierto chorritos por el agujero. Se le mueven la nuez y los pelos de su barba. Vive. Bebo lo que queda de un trago.

Orino...muy poco, muy espeso, muy amarillo. Le limpio las heridas con un jirón de mi ropa empapado en orina,  El roce de la tela le hace sufrir y se le caen algunas lágrimas,  me agarra del brazo pidiéndome un respiro,  detengo la cura. Al completarla, intento levantarme pero la mano del cabrero sigue cogida a mi codo. Nos dormimos así, ya no temo el contacto con su cuerpo, al contrario...

Despierto cuando el sol ya no recorta la sombra de pared sobre la tierra. El viejo también está despierto y me pregunta. "Cuántas cabras han quedado, tres, el macho no cuenta, no está, ¿también lo han matado?, no lo sé, aquí sólo hay cabras muertas, mira bien, seis cabras muertas, el perro y el macho han desaparecido, debes ir a por agua lo antes posible, si tiene sed, puede ordeñar una cabra, ya sé, son ellas las que tienen que beber."




Cojo el cubo de ordeñar, me marcho a por agua, al pozo. Hay cuervos volando en torno al brocal. Temo lo peor. Esos malnacidos decapitaron al macho cabrío y arrojaron su cadáver al pozo. Todas las moscas de los alrededores acuden al festín. Entran y salen, como invitados a una fiesta. El brocal cubierto de puntos negros, nos moriremos de sed.

Pozo abandonado

Es casi de noche cuando vuelvo a la pared, se lo cuento al viejo, resopla, nunca nunca había visto en él una desesperación así. Intento animarle. " No se preocupe. Seguro que encontraremos más agua por aquí cerca. No, no hay. ¿Cómo lo sabe? Lo sé. Pues iremos a otro lugar. Yo no puedo ir a ninguna parte".

Tengo miedo, si el viejo no puede tendré que ir yo a buscar agua. Si estoy vivo es gracias a él. Me lo pide, le digo que no sé donde hay, él me lo dirá, "tengo miedo, eres un muchacho valiente, no lo soy, has llegado hasta aquí, porque estaba usted",

Cuando el viejo asegura que he llegado hasta aquí porque tengo voluntad, no sé qué contestar. Y me pregunta si he visto la corona del Cristo de ahí arriba. Le contesto que sí, que tiene tres puntas. Y me explica que son las tres potencias. memoria, entendimiento y voluntad. Miro hacia lo alto, se pone el sol, ahí está, lleva túnica, manos y corona. Y me gusta mucho oír esto de boca del pastor, nada que ver con aquellas retahílas de catecismo que me enseña el maestro, el que me meó. Voluntad, tengo voluntad, lo dice el cabrero, lo dice Dios.


Me dice que Cristo también sufrió, yo que no quiero sufrir más, él me da el remedio: nos quedamos aquí, nos morimos de sed y pronto dejamos de sufrir. No, eso no. Me cuenta que hay una aldea con pozo hacia el norte. Me dice que debo partir cuanto antes con el burro, pero que antes tengo trabajo en el castillo, haré lo que el viejo quiera, es la persona más importante de mi vida.


.
Me pide que le traiga hasta el muro el cadáver de la cabra parda. Y que le quite los cencerros a los demás animales muertos y los lleve lo más lejos del castillo que pueda. Así lo hago y quedo reventado. Estaba a punto de quedarme dormido cuando noto la mano del cabrero en el codo.

Ahora toca quitar las vísceras y descuartizar a la cabra. Afila el cuchillo, pone al animal patas arriba y raja el vientre. Estoy acostumbrado a ver a mi madre degollar liebres y conejos, pero esto es distinto. Es un animal grande, sus entresijos no caben en la mano, el hedor me traspasa como un cuchillo. Los ojos del cabrero me empujan, mis manos son ahora sus manos. "Azules irisados, telas blanquecinas y formas globulosas" se retuercen hacia todos los lados. El viejo espera que lo haga yo, remangado y con el cuchillo en la mano me pongo a la tarea. Me pide que meta las manos debajo del mondongo , busque el cuello y corte. Me está enseñando el oficio.

 
Sigo sus instrucciones durante horas, despiezo, hago tiras con la carne, echo sal y cometo el error de limpiarme el sudor con las manos. Se cuela la sal en las heridas abiertas de mi cara, no grito, lloro, giro sobre mí mismo, me hubiera arrojado a una ciénaga...Me arrodillo, la cara me arde; viejo mantiene el brazo estirado hacia mí, lo deja caer, ya no puede más.

A la luz de la luna, con los ojos rojos y la cara ardiendo, preparo unas estacas para colgar las tiras de carne. Reúno a las cabras vivas y las agrupo con una cadena de collares, los de los cencerros de las muertas. Ato la recua en una piedra cerca del pastor, así el viejo las tendrá a mano.


En la madrugada, damos por acabados los preparativos del viaje. Comemos migas de pan, unas pocas pasas y algo de vino. Sólo le queda una lección, ha de enseñarme a ordeñar correctamente. Le digo que es tarde, que puede enseñarme a la vuelta.

Pasan varios pájaros negros en dirección al pozo. Se me llenan los ojos de lágrimas. Imagino el paraíso del que hablaba el cura. Un tapiz verde con muchos árboles de muchas clases, agua brotando entre rocas húmedas, fresco musgo, charcas, torrentes, la luz dibujando espirales con los colores del arco iris. Tal vez el viejo no tenga tiempo.


Decidido, agarro  a una de las cabras y la pongo delante del viejo, este me pide que agarre las ubres. Rodeo los pezones con los puños huecos y aprieto. Entonces el pastor me coge los pulgares y me los coloca de manera que las uñas empujen los pezones contra el interior de lso otros dedos. Envuelve sus manos con las mías. Ordeñamos. Me acaba de transmitir "el rudimento del oficio", la llave de su sabiduría. No es poca cosa sacar leche de una cabra, no se sonrían.

De aquí
Más tarde, montado ya sobre el burro, miro al pastor que me aconseja:

"Guárdate de la gente del pueblo"

Vuelvo la cabeza hacia el norte, no sé lo que me voy a encontrar. Le clavo los talones al asno y le arranco un trote que me aleja del castillo, entre eructos agrios.

Te seguiremos, chico.

Un abrazo de:

María Ángeles Merino

Nota: que siga acompañando al chico y al cabrero no es obstáculo para que comience con el análisis de las cartas de "La estafeta romántica" de Benito Pérez Galdós.

miércoles, 23 de octubre de 2013

"Intemperie": "el rumor de un motor que la brisa traía...una nube de polvo sobre el camino de sirga"


 
Comentario a las páginas 74 -94  de la novela "Intemperie", de Jesús Carrasco. Para la lectura colectiva de "La acequia", dirigida por Pedro Ojeda.

Habla "Chico", el niño de Intemperie:

Hay luna creciente. El viejo me despierta en medio de la noche, nos dirigimos al norte, cruzamos la llanura bajo la luna. Me siento más descansado, y más tranquilo, y me abandono a mis recuerdos, mecido por el balanceo del burro. Veo, aunque no lo vea, mi pueblo, "levantado sobre el fondo de una rambla chata por la que en algún momento corrió el agua”, con sus casitas arracimadas en torno a  la iglesia y al palacio de cuando los moros y las  huertas que ahora no pueden darnos de comer.
 
Pequeña huerta en la primavera de Campo Real (Madrid) 15-5-2007

“Hubo un tiempo en que el llano era un mar de cereales”. Ahora arcilla rota y polvo.

Trigal en Palacios de Benaver (Burgos) verano 2013

 La vía férrea, la estación, un embarcadero de ganado, un silo de grano, la casa del guardagujas que era la mía; la única de piedra, con sus gallinas y sus lechones. Mi padre asistía al jefe de estación, atendía la barrera, arriba y abajo; los mercancías llegaban vacíos y se marchaban cargados de avena, trigo y cebada. Llegó la sequía, dejó de crecer el grano, cerraron la estación, muchos se fueron; mi familia no tenía pozo ni fortuna, pero se quedó.

Vía de tren abandonada en Oña (Burgos) 10-7-2007
Me parece que ahora el cabrero sí sabe adónde vamos. Con las primeras luces, vemos aparecer en el horizonte el castillo donde tan mal lo voy a pasar. Un muro de piedra y una torre redonda con una figura de Jesús. De pequeño, me contaban que había un castillo en el norte, con un hombre que cazaba chiquillos y les hacía cosas muy malas. Y que de su cabeza brotaban rayos. Todos los niños del pueblo lo sabíamos, ni asomar por allí.
 
 
Bajamos por la vereda que conduce al castillo. Llegamos hasta un punto en que la pared, de caerse, no nos aplastaría. Precaución o miedo, vete a saber. Contemplamos el muro, nunca había visto algo así. La imagen es como la del Sagrado Corazón de Jesús de la iglesia de mi pueblo. El viejo se queda de pie mucho tiempo, con la mirada clavada en las piedras, llego a pensar que se ha dormido. Creo que se enfada porque llamo su atención con un "señor".


Muro en las ruinas de San Pedro de Arlanza (Burgos), junio 2013.
Llegamos y se deja caer contra la pared mientras yo descargo el burro. Lo veo más cansado, me parece que está enfermo. Dice que pararemos dos días porque cerca hay un pozo. No sé yo, aquí las cabras tienen muy poco de comer. El cabrero no puede con sus huesos, está agotado de tanto camino, menea las garrafas y calcula el agua que nos queda.
Desde su cama de piedra con albarda, el pastor me explica cómo ir al pozo y lo que voy a encontrar. Cargo en el burro las garrafas y el cubo de ordeñar. No está muy lejos pero sudo a goterones. Y la que me espera...porque hay unos palos atravesados dentro y no hay hueco para meter el cubo.  Me cuesta mucho levantarlos y sacarlos fuera. Y, una vez abierta una ventanita, dos horas subiendo agua.
Pozo abandonado
Lleno las garrafas pero tengo que tirar la mitad porque no puedo con el peso. Mi corazón se va detrás del agua derramada.


Llego reventado al castillo. Descargo el agua, doy de beber a las cabras. Me siento junto al viejo, la luz del sol cambia de estatura, las palomas van a dormir, cenamos almendras y pasas a la luz de la luna, despejo de piedras un trozo de tierra a dos metros de donde duerme el viejo, encuentro un craneo de liebre, "un trofeo de caza enano", enrollo el ropón, almohada improvisada, huele a burro, no me importa porque estoy muy, muy cansado.

 
Doy al viejo las buenas noches, no contesta, como siempre, tumbado busco las estrellas conocidas, cierro los ojos y el fogonazo de la luna no se va.



El craneo de la liebre, un trofeo, la galería de trofeos en la casa del alguacil, mi padre y el alguacil, "es un niño hermoso", dice mi padre. Soy yo el trofeo. Y el recuerdo me raja los ojos, sangro, me muerdo los labios, sorbo los mocos, hago ruido, que no me oiga el viejo. Me oye. Su voz brota de la mismísima tierra:

"No temas. Aquí no te va a pasar nada"


Cráneo de liebre
Me despierto pegado al cuerpo del cabrero, no lo entiendo, el viejo no se ha alejado de mí. Siento su olor, tan apestoso como el mío, pero menos conocido. Me pide que le acerque una cabra. 

De aquí
Desayunamos, me pide que le monte un tenderete en la muralla, con la manta, para protegerse del sol de la mañana. Me siento junto a él, aunque fuera de la sombra, respeto su autoridad y espero órdenes. Me canso y me voy a la sombra, al otro lado del muro. Duermo. Comemos algo, nos queda muy poco. Hambre.


 

 El viejo pasa la tarde leyendo una Biblia muy gastada, señala las palabras con el dedo y las lee a pedacitos, como en la escuela. No imagino al cabrero como amigo de los curas.



Mientras él lee, yo recorro los alrededores del castillo y el perro va detrás. Me pregunto dónde habrán ido a parar las piedras, tan bonitas, las que faltan.Y encuentro lagartos secos y bolas de esas que escupen las aves carniceras, con huesecitos y pelos. E-ga-gró-pi-las decía el maestro, el que me meó en el agujero. Y plumas, y tiras de piel retorcidas, comer o ser comido, no hay otra salida.


Ruinas de la ermita de San Pelayo, junto a San Pedro de Arlanza (Burgos), junio 2013.
Al otro lado del muro, encuentro una pendiente con muchas madrigueras de conejos. Voy y le cuento al viejo que hay huellas y cagadas por todas partes. Y le hablo de mis cacerías, de hurones, liebres y perdigones. Me gusta contar lo que sé a este hombre tan sabio. Me dice que de nada serviría cazar un conejo porque el fuego atraería a los que me buscan. Me desinflo.

Me voy a la pendiente de las madrigueras mientras él sigue con la Biblia y el dedo. Vuelvo a su lado, con el sol ya puesto.


Traigo una estaca en una mano y un conejo en la otra. El viejo se ha hecho daño en los dedos partiendo almendras, pero se pone a desollar el conejo y lo deja listo para asar. Y  prepara el hogar mientras yo busco leña. Cenamos en silencio, no dejamos ni una hebra de carne. Hago desaparecer los restos de la fogata y de la comida; ahora recuerdo lo de los peligros de encender fuego. Revuelvo con la bota la tierra.


El cabrero orina de espaldas, con una mano en el muro. Se queda quieto y callado cuando yo le arrojo: "¿Cómo sabe que me buscan unos hombres?" Cuando se da la vuelta, hay humedad en sus pantalones y...lo que me hace salir corriendo: "de la bragueta, asomaba rosado su...". Su capullo. No sé llamarlo de otra manera. Recuerdo al alguacil cuando me obligaba a ...ya sabéis.





 
Tropiezo, paso delante del pastor dando patadas a las piedras. Huyo en dirección al pozo. Tumbado en medio de la noche, noto como se me va hinchando el pie. Me calmo un poco. "La imagen del viejo girándose torpemente..." hacia mí ocupa mi pensamiento.

Me hago un dibujo falso en mi cabeza. Esta parada no es otra cosa que un punto de encuentro, el viejo me va a entregar, aquí, al alguacil. Imagino al cabrero contemplando como mi enenigo me martiriza delante de la muralla. ¿Cómo pude imaginar una barbaridad así?

A la mañana siguiente, me despierta el perro, metiéndome el hocico por el cuello. Tiene colgada del cuello la lata que el cabrero me dio la primera vez. Quiere hacer las paces.Volvemos al castillo, el perro y yo.



 
Encontramos al viejo tumbado, sin humedad en la entrepierna, ya no le asoma nada. Me quedo de pie, me mira y...nunca le había oído tantas palabras seguidas. Creo que es nuestra primera conversación.

Siéntate no quiero, no te voy a hacer nada, sabe que me buscan, va a entregarme, no es esa mi intención, la intención es la de todos, te equivocas...

Dice que me ha traido hasta aquí para que no me vean, que cualquiera podría delatarme. Le ataco: "como va a hacer usted...para tener algo que cobrar, supongo".

Me muevo como si me hiciera pis. El viejo me arroja: "Yo no sé por qué huyes ni quiero saberlo...Lo único que sé es que el alguacil no tiene jurisdicción aquí".


No sé bien qué es jurisdicción, supongo que es mandar mucho, pero oír la palabra "alguacil" en su boca me abrasa por dentro. Me veo "desnudo frente al viejo y frente al mundo". Llego a pensar que precisamente, sin  la ju-ris-dic-ción del alguacil, pueden hacerme lo que les dé la gana. Sólo las piedras que son mudas.

Digo que me voy y me contesta que haga lo que quiera. Guardo la lata del agua, acaricio al perro, me aprieto la cuerda que sujeta mi pantalón. Me voy, no vuelvo la mirada al pastor ,camino hacia el norte. El perro me sigue, el pastor le silba, le digo cosas al oído para que vuelva con su amo.



 
Noto "una brisa caliente en la nuca". Respiro para darme ánimos y es entonces cuando escucho "el rumor de un motor que la brisa traía...una nube de polvo sobre el camino de sirga". Busco con la mirada al cabrero y lo encuentro "de rodillas, haciendo visera con la mano en dirección de la nube de polvo". El aire revuelve las hojas de su Biblia, en el suelo. Me hace señales con la mano para que me agache. No tengo escapatoria, vuelvo al muro a cuatro patas y el pastor me pide que me esconda.

 
Me arrastro junto al muro, lo recorro entero para pasar al otro lado. Los guijarros se me clavan. El alguacil en su moto y dos hombres a caballo. El perro me sigue, el muy tonto, no me delates, amigo.

¿Dónde me escondo? ¿Encontraré en el castillo algún rincón donde esconderme? ¿Es el cabrero mi salvador?

Os lo contaré.

Un abrazo de.

María Ángeles Merino

sábado, 19 de octubre de 2013

El síndrome 'Willy Fog'

Tras este último viaje, la mosca viajera de este blog ha cogido síndrome 'Willy Fog' (que ya sé que el original era Phileas, pero yo soy de la generación de Willy Fog, Rigodón y Tico). Porque veamos si no es para volverse medio loco: Salgo de Madrid, aterrizo en Suiza, cuando salgo del aeropuerto estoy en Francia; cojo un autobús, y cuando me bajo resulta que estoy en Alemania. Sí, les dejo que lo relean despacito. Bueno, pues más adelante verán que conocí un caso más grave.

El destino esta vez era la ciudad de Friburgo, en Alemania. Y no tiene aeropuerto. Por eso uno tiene que volar al de Basilea, en Suiza, que en realidad está compartido con San Luis (en Francia). De ahí que cuando un aterriza, lo hace en suelo suizo, pero al llegar a la terminal puede elegir entre quedarse en la Helvecia, o irse al país franco. Lugar desde el que sale un autobús que lleva a Friburgo, a 60 km de distancia, y ya en tierras germanas.

 
Una vez en Fribugo, todavía tuve que coger un tranvía para llegar al hotel, que se hallaba a las afueras. Porque no sé por qué, pero encontrar hotel el Friburgo fue toda una odisea. Iba para 4 noches, y no pude encontrar un solo hotel cercano al centro que me pudiera alojar la semana entera. No tuve más remedio que irme a las afueras, eso sí, a medio camino del lugar de trabajo de los días siguiente. Alguna ventaja debía de tener buscarse el hotel a 45 minutos a pie del centro.

Lo que en tranvía eran 10 minutillos escasos, a pie se convirtió en tres cuartos de hora. Me lo hice sabiendo que Google ya indicaba un tiempo similar, pero pensaba que eso era para ir de paseo tranquilo. Pues no, oigan, que yo fui a paso ligero, acabé con la lengua fuera, llegando para ver el ayuntamiento por la noche, y volverme con el penúltimo tranvía (no iba a cometer dos veces el error de irme a pata)


Hay dos ayuntamientos: el antiguo y el nuevo. Están uno al lado del otro. Al antiguo se puede acceder al patio interior, que es también muy bonito.


Me gusta el transporte público, pero tiene sus problemillas. Cada país tiene sus costumbres, y claro, llega un guiri y le puede pasar que se monte gratis sin querer. En España, como somos desconfiados por naturaleza, tenemos torniquetes u obstáculos que nos obligan a tener un billete o a comprárselo al conductor. No suele ser así en países como Alemania o Austria, que confían en la honradez de sus ciudadanos. Así que existen máquinas expendedoras automáticas, pero no torniquetes. Luego hay máquinas de picar dentro de los tranvías y los autobuses, pero en estos días no he podido descubrir si el billete hay que picarlo o no en la máquina. Había gente que lo hacía, y otros no. Lo único que tengo claro es que me monté dos veces gratis en el tranvía. Afortunadamente, el revisor no pasó, porque sí, serán todo lo confiados que quieran, pero la multa por no tener billete era de 400 €.

Como siempre, servidor no ha viajado por turismo. Otra cosa es que la parte de trabajo no la cuente en estas crónicas porque la reuniones son aburridas por definición. Hoy sólo comentaré sobre el menú. Parábamos las reuniones para comer a las 12.30, que para un español como Dios manda es todavía la hora del desayuno. Si a eso le sumamos que el menú consistía en un triste puré de calabaza... entenderán que ya por la tarde, paseando por la ciudad, aprovechando una pertinaz lluvia y un cansancio de pies, no tuviera más remedio que entrar a cenar a horas tan intempestivas como las 7.00.

El mesón, por cierto, era curiosón y la comida estaba rica. El camarero también era muy simpático, andaba de risas con un grupo de señoras maduritas ya (las 'chicas de oro', pa que me entiendan). No hice foto alguna, pero les describo el garito. Sea una sala con varias mesas de madera maciza, alargadas (para unas 6 u 8 personas). Entonces llegabas tú diciendo que eras uno, y te invitaba a sentarte en una mesa donde ya había una pareja o un trío. Así que con cara de circunstancia te sentabas en el extremo opuesto para no molestar mientras farfullabas un tímido guten abend.
El tiempo me ha respetado. Excepto esa tarde, apenas ha llovido. Friburgo es una ciudad bonita. Tiene una catedral con una buena torre, aunque la he pillado en obras. Está en una plaza muy amplia donde durante el día colocan un mercadillo.

 
Detrás de ésta, esta el casco más antiguo de la ciudad. Calles empedradas, estrechas, lindando con una montaña llena de árboles y más árboles. Friburgo es la puerta de la 'Selva Negra' , y debe comenzar justo en esa montaña. Luego, la penumbra de las calles mal iluminadas también le daba su punto.

 
¿Han visto alguna vez un McDonald's con tranvía?:

Y los canales. En la mayor parte de la ciudad hay pequeños canales. Muy pequeños para meter góndolas, pero lo suficientemente grandes como para meter la pata y partírsela. Llegué a la conclusión de que sirven como 'desagüe' de la montaña tras la ciudad, para canalizar el agua cuando llueve y evitar riadas gordas.

Al día siguiente conocí a un vasco. Tambié sufría de síndrome de Willy Fog, pero más grave. Había tenido que cogerse un tren para ir al aeropuerto de la provincia vecina, volar a Bruselas, transbordo para ir a Basilea, y luego ya el autobús desde Francia a Alemania. Sólo le faltaba el viaje en elefante, y llevar mayordomo.

¿Se acuerdan de unos párrafos más arriba lo que decía del transporte público...? Pues el vasco lo sufrió en sus carnes. Nos subimos al autobús, yo pido mi billete al conductor, pago y entro (puedo presumir de tener un "Nivel Superviviencia" en alemán, obtenido cum laude al conseguir que en un taller de la República Checa me cambiaran la batería del coche... Mein wagen ist kaputt!. Una batallita que algún día contaré)... pero el vasco la lió en el bus. Bueno, se lió en conductor, que esperaba 2.20 € por el ticket, pero el vasco que no llevaba suelto le dio un billete de 5 y 20 céntimos. Cualquiera entiende que le facilitas que te devuelva el cambio de 3 euros. Pero no, el conductor creyó que le pedía dos billetes... que sólo quiero uno... ¿Uno de 24 horas?... que sólo quiero ir al centro... pero ese billete ya te le he dado... pero yo sólo quiero uno...

No sé que le fastidió más al conductor, si el lío que le montó, o perder unos minutos que le hicieron ir fuera de horario (porque si en la parada del bus pone que pasa a y 47, el bus pasa a y 47, que para eso es Alemania). Y para colmo, en la siguiente parada se subió el revisor. Que iba de incógnito. En España, van con su uniforme, y es fácilmente identificable. También sabes que viene en el Cercanías cuando ves a varias personas desfilar sin prisa pero sin pausa hacia el fondo del tren. En Alemania el revisor iba de calle, con una gorra. Pasaría por un viajero cualquiera,sólo que llevaba un carnet de revisor que enseñaba para que le mostraramos el billete. Afortunadamente, el vasco ya había resuelto sus problemas con el ticket.

A la tarde quedamos a cenar, junto con un navarro (que ya sabía que venía y habíamos medio quedado) en el mesón del día anterior. Les gustó el lugar. Acogedor, buena comida, y por supuesto, buena cerveza, que para eso es Alemania. (Y las salchichas, claro)

 
Y luego nos fuimos a un bar a arreglar el mundo alrededor de unas cervezas.Hay otros que arreglan el mundo a otras horas, como los rumanos que esperaban el bus a las 8.30 de la mañana con sus botellas de cerveza. Sería eso lo que me despistó para coger mi autobús en sentido contrario al que debía. De pronto me vi viajando hacia donde no debía. Por una autopista, para más señas, que cruzaba un canal y que tras 10 minutos me dejó a tomar vientos de donde estaba en la primera parada que pude encontrar. Menos mal que había tranvía, que pasaba con más frecuencia que el bus, y en 30 minutos pude volver al lugar de inicio para coger el mismo autobús, esta vez en el sentido correcto.

Al tercer día nos despedimos del vasco, y nos quedamos el Navarro y yo para arreglar el mundo, esta vez acompañados de una buena sopa de gulash. Y unos tés. Porque al día siguiente el navarro madrugaba y no era plan de llegar a las 12 al hotel. Yo también viajaba al día siguiente, para hacer la ruta inversa: Alemania, Francia, Suiza, España, pero sin madrugar.

Así que si hoy es Sábado, y son las 3 de la mañana, esto debe ser Carabaña... Picaporte, abra la puerta por favor.