miércoles, 28 de noviembre de 2012

"El placer de la lectura", siguen las aventuras.



 
 

Regreso al relato de mi aventura con los libros, “el placer de la lectura” que nos propuso Pedro Ojeda. Lo dejé en "Viene la adolescencia y María Ángeles no sabe qué leer".

Y recuerdo a
un ilustre y poco convencional profesor, tanto que hoy la plaza del Instituto lleva su nombre, en el momento justo de preguntarme “¿qué libros lees?”. Y todavía chirría en mis oídos el eco de mi contundente respuesta: “ninguno”. Verdad o mentira a medias, estaba atravesando un breve desierto lector; pero había oasis: mis libros de siempre, manoseados y releídos. ¿Cómo hablar de ellos a un señor tan serio e intelectual?

Instituto Cardenal López de Mendoza, en Burgos. Plaza de Luis Martín Santos.
Se imponía un cambio de rumbo en mis lecturas. Algunas compañeras de clase leían a José Luis Martín Vigil, un jesuita autor de “novelas de formación adolescente” o novela social: “La vida sale al encuentro”, “Cierto olor a podrido”, “Los curas comunistas”. Ni siquiera un vistazo, aquello no me atraía nada, no era el espejo en que yo quería mirarme.


En clase de Literatura, le dábamos al comentario de texto, nos devanábamos los sesos con la adecuación fondo forma y memorizabamos el obeso libro de texto, con su lista interminable de autores y obras. Debíamos leer también algunos libros, para los que no nos daban orientación ni guión alguno. Lo tenéis que leer y ya está. Vais a la librería, compráis "El conde Lucanor", por ejemplo, y a leer lo que "fablaba" el señor conde con su fiel ayo Patronio, en castellano del siglo XIV. Es un libro fácil, unos cuentecillos...pensarían. Todavía lo conservo, es de la colección Austral, edición de 1971. El tiempo ya se ha puesto amarillo en sus páginas.


La animación a la lectura era inexistente, se sobreentendía. Deberíamos recordarlo cuando alguien idealiza aquel bachillerato, aquella forma de aprender. Ahora, los de la ESO comienzan con libros como "Campos de fresas" de Jordi Sierra, donde los personajes son tan adolescentes como los lectores y viven problemas de drogas, conflictos con los padres...lo actual. Todo muy blandito para que lo mastiquen bien.


Más tarde, les encargan leer las primeras obras literarias, han de hacer un "trabajo". Si no les "mola" leer, siempre hay algo que pillar en Internet, control más C, control más V, mira aquí hay alguien que escribe sobre las leyendas de Bécquer, "chachi"...Afortunadamente, existieron y existirán jóvenes hambrientos de letras. Encontré, entre ellos, por fin, el espejo lector en que mirarme.

Sigo mi aventura lectora. Voy echando sus cimientos.
 El Lazarillo y sus tretas para poder comer. Beatriz muerta de horror ante la banda azul que perdió en el Monte de las Ánimas y al mecer las azules campanillas de mi balcón creo que suspirando pasa el viento murmurador. Júrame tan solo que me amas, Romeo, y yo dejaré de ser una Capuleto, pero no jures por la luna. Y los niños de Macondo contemplan atónitos un trozo de hielo.  Que de noche le mataron al caballero, la gala de Medina, la flor de Olmedo.
Y , qué angustia, Dios dejará un día de soñarme, porque soy "un ente de ficción" como Augusto Pérez, el protagonista de "Niebla" de Unamuno.


Las huellas de nuestras primeras lecturas adultas son las más profundas, claro, he dicho que son cimientos.

Más tarde, descubrí a Delibes. Fue un encuentro casual, tuve que ayudar a alguien, el libro era "Las ratas", vaya titulito, pensé.  Contemplo los tesos mondos con pueril fruición, junto al Nini, un niño sabio. En campos de corregüelas, oímos la algarabía de los grajos, pisamos barbechos y nos asomamos a las huras. Después, ya no era por casualidad, me fui al encuentro de Daniel el Mochuelo y de casi todos los demás. El día en que murió don Miguel, quise reunirlos en mi blog.



A la vista del contenido de este blog, tal vez os parezca raro que todavía no haya nombrado a Cervantes. El Quijote lo leí más tarde. A los veintitantos años, compré un ejemplar de la edición de Martín de Riquer, comencé su lectura y no me desagradaba pero...es un libro que se lee mejor en la madurez. Tal vez porque don Quijote sea un cincuentón metido en aventuras, tras haber pasado años y años de vida hidalga y apacible en su aldea. Porque es un personaje que ya está de vuelta, puede ser eso. Sí, con el de la Triste Figura he pasado muy buenos ratos. Y no digamos en nuestra lectura colectiva, la de "La acequia". Placer de la lectura y de la escritura. ¿Y qué es la escritura sino el leerse a uno mismo?


Leo el Quijote, en mi viejo libro.
 ¿Cuántos libros habré leído? ¿Cuántas horas habré pasado leyendo?  Leer, leer, en el tren, en el autobús, en la cama, en el sofá, en el banco de un parque, sentada en un césped, deliciosos refugios.
 
Pedro Ojeda nos habla de "la soledad del lector", de un "tiempo solitario" que nos prepara para el tiempo que sucede al cerrar el libro.
 
 Nos reprochan nuestro aislamiento, dicen de nosotros, los ávidos lectores, que estamos en las nubes.  Subimos a las nubes, sí,  para ser capaces de afrontar y entender lo de aquí abajo. Porque conocemos muy bien el mundo real, demasiado lo conocemos.

Y no somos, de ninguna manera, "
el príncipe que todo lo aprendió en los libros".

Un abrazo de la lectora:
 
María Ángeles Merino

jueves, 15 de noviembre de 2012

Un relato de cuarenta y siete palabras...y un revólver.

Marina, nuestra amiga del blog "En el umbral de la noche" nos propone un juego, junto con su amigo Tomae, del blog Tarracoferma. Se trata de publicar un texto que tenga, como máximo, cincuenta palabras, el día 15 de noviembre, a las veintidós horas. Nuestro escrito ha de basarse en la siguiente foto:


Ahí va, y son cuarenta y siete.


“Anoche soñé que volvía a Manderley”

El ama de llaves entre ruinas abrasadas.

¿Vestido negro? ¿Severo moño?

No. Zapatos picudos, ropa de marca.

Proclama mi delito: ¡bloguera!

Abre un bolso con úrsidas siluetas y extrae un áureo revólver.

Blog, blog, blog, muero.

Miss Danvers es una pija."



Un abrazo para Marina y Tomae y para todos.

 
 María Ángeles Merino  se lo dedica a su Miss Danvers particular.

"El placer de la lectura", primeras aventuras.

"El placer de la lectura" nos propone Pedro Ojeda. Cada lector tiene su aventura, contaré la mía.


Comienza el día que cumplo cuatro años, mi madre tiene un importante regalo para mí. Me lo  ha contado muchas veces, la semana que viene  cumple ochenta y nueve.

Cuenta que me dijo: "siéntate ahí,  tienes que aprender a leer,  ya tienes cuatro años". Y añade la intervención de una espontánea vecina que, desde el patio de luces, replica: "María Ángeles, deja en paz a la niña, que es muy chica". Y mi madre empecinada: "mi hija no va a dar guerra a ninguna maestra".

¿Por qué esa prisa  en entregarme la dorada llave de la lectura? Quiere lo mejor para mí, sin duda. Y es una  maestra apartada prematuramente del magisterio, ahora no tiene plaza en la capital, imposible ejercer en un pueblo, casada, con dos niños. No recuerdo mis sentimientos de aquel día, ante la cartilla "Rayas". Tampoco mi memoria  guarda registros de arduos silabeos. Un año después, en el colegio, el regalo adquirido  me evita sinsabores, la "mano dura" y el "palo largo" no siempre son metáforas, bien lo recuerdo.


Se hace la luz. Tengo en las manos mi primer libro, es mío y  no es una blanda cartilla de niña pequeña. Tiene las pastas duras y se titula "Un regalo de Dios". Flores, pajaritos en sus nidos, mariposas, un buzo bajo el agua, abejas, toscos dibujos, qué bonito. Una visión religiosa de la Naturaleza, evolucionismo, no, por Dios. 



Los niños de hoy, borrachos de imágenes, no prestarían ni un minuto de atención a un libro así.

Nunca olvidé este buzo, no sé por qué.
Dicen que los de mi generación, que aprendimos a leer sin televisión, espoleamos  más la imaginación cuando leemos, tal vez. La radio siempre encendida, en aquella cocina, si hablaban de un negrito del África tropical yo tenía que imaginar al negrito.



Pasa el tiempo. Estoy en el colegio, la maestra abre el armarito, se reparten cuarenta libros todos iguales, una niña lee, las demás siguen la lectura, no sabes cuándo te va a tocar a ti, María Ángeles se adelanta como el almendro y puede tener problemas. Cuentos, muy moralistas, historias patrióticas, historias sagradas, un Quijote adaptado, todo me gusta. Por Dios, que se olvide la maestra de los ángulos obtusos y del punto de cruz. Toda la tarde leyendo, qué gusto.



En casa, leo lo que de vez en cuando cae. Leo y releo. ¿Qué leemos las niñas de los sesenta y setenta? "Mujercitas", Jo es nuestra heroína, "Corazón" de Edmundo de Amicis, aquella escuela italiana llena de niños tan heroicos como Garibaldi, Alicia y el conejo que teme que la reina le corte la cabeza, "Sissi" y sus pesadumbres con su odiosa suegra, adaptaciones de Dickens, huérfanos a los que persigue la desgracia, Celia de Elena Fortún, una niña de Serrano que quiere ser libre, cuentos de Grimm, de Perrault, fábulas de Esopo y de Samaniego...Aquella colección de Bruguera, "Historias  selección", con las cabecitas de los personajes a la vista. Yo miraba y remiraba mi pequeña estantería.


Y la de mi hermano, Moby Dick, la isla del tesoro, Julio Verne, Ben Hur, Alejandro Magno...Esos también los devoro, aunque no sean míos. Ven, capitán Trueno, haz que gane el bueno. Sí, también tebeos, no conocíamos los cómics.

Y, un poco más adelante, los de Enid Blyton, muy ingleses, muy clasistas, llenos de colegialas que beben cerveza de jengibre, qué será esa porquería, y juegan al lacrosse, yo juego a campos quemados, no creo que sea lo mismo. Me los zampo. Como veis, leo lo  bueno y lo malo. De mayores, analizamos.


¿Cuándo me doy cuenta de que, en los libros, no sólo cuenta lo que se cuenta sino como se cuenta? Eso me viene de la mano de Juan Ramón Jiménez. En mi colegio, antes "Generalísimo etc, etc", ahora "Río Arlanzón", se lee y se dicta "Platero y yo". Y Platero se bebe un cubo de agua con estrellas, y los higos tienen una cristalina gotita de miel, y la niña Chica era la gloria de Platero, pequeño, peludo, suave, tan blando por fuera que se diría todo de algodón que no lleva huesos. ¡Qué palabras tan bonitas las de ese señor tan serio y con barbas! Y la niña más lista de mi clase, la del puesto número uno, que va y me dice que no le gusta ese libro porque, en realidad, no cuenta nada. Bueno, para ella los obtusángulos, que le aprovechen. Yo me quedo con Platero, platerón, platerillo, platerete.


Seguiré contando mi aventura lectora. Viene la adolescencia y María Ángeles no sabe qué leer.

Un abrazo para todos los lectores que pasáis por aquí de:

María Ángeles Merino que dedica esta entrada a Penélope Gelu, la del blog "Penélope aguarda en Ítaca", que tuvo su primera aventura lectora en los mismos pupitres que yo, con las mismas "señoritas".

Y todo el cariño para mi madre que me entregó la llave. Y para mis maestras: Esperancita, Casilda, Clementina, Marina, Felicidad, Carmen y Lorenza. Un recuerdo muy especial para Felicidad Portillo que nos hizo llorar a moco tendido el día en que se murió Azorín.

jueves, 8 de noviembre de 2012

"El lector de Julio Verne". "El único pecado interesante".


Como ya eres amigo, personaje amigo, te hablo de tú a tú. La semana pasada  salí a tu encuentro en un momento clave de tu infancia, cuando Pepe te revela el misterio de tantos “cállate". Todo encaja ahora, pero te sientes débil para cargar con secreto tan terrible“  y lloras. Es mucha carga para un niño de diez años, ánimo,valiente.



Detalle del "Descendimiento" de Van der Weyden.
Pepe desea aliviar tu sufrimiento con un relato divertido y algo picante. Y te doblas de la risa. Tetas, culos y el Putisanto en la casa de lenocinio. Te pinta  un mundo completamente nuevo para ti, tan poco hollado como las selvas de los libros de Julio Verne: el del sexo. Las tijeras jactanciosas de Paula y  el chivatazo del "capillitas" más putero de toda la sierra de Jaén. Consiguen romper el hielo.
Ayudas a Pepe en su reconciliación con Paula, el paquetito de tabaco y las palabras adecuadas, las aguas volverán a su cauce, está cantado.  Las mujeres son complicadas, es mejor seguirlas el juego. Así lo hace un hombre tan hombre como el Portugués, tomas nota.
Porque ya no sabes vivir sin leer, recibes con pesar la noticia de que Doña Elena se va a Oviedo una temporada. La maestra disipa tus temores, la llave te espera siempre, en un hueco entre el marco de la ventana y la pared.  Puedes coger los libros que quieras.
"El capitán de quince años" no fue suficiente para un noviembre frío y lluvioso. "Miguel Strogoff", lo devoras en cuatro días.

Subes otra vez a la casilla, la llave no está. Humo en la chimenea, qué extraño. Doña Elena te dijo que también podías subir por el ventanuco, no hay escalera, trepas por los restos de unos viejos travesaños, te cuesta mucho, está lloviznando, tus suelas de goma resbalan. Llegas arriba, un empujón al ventanuco y adentro. Aventurero en busca de aventuras de tinta.
La casa está caliente y en penumbra, la luz de dos velas encendidas apenas permiten identificar los contornos. Si Julio Verne dice que los ojos se acostumbran a ver en la oscuridad, tú adelante.
Cuando ya empiezas a ver algo, escuchas el chirrido de una cerradura y descubres a Filo que enciende una lámpara. Tienes que esconderte y lo haces bajo el saco que cubre un extraño bulto metálico muy grande y con manivela.



Ella se quita el abrigo, qué guapa se ha puesto. Un vestido de lunares, absurdo en una noche de lluvia. "Se había adornado el pelo , rizado, brillante, con una cinta verde. Estuvo mirándose un rato, se pellizcó las mejillas, se pintó los labios...empezó a hacer cosas raras con los labios...como si quisiera besarse uno con otro".

La puerta se abre, "una figura oscura y presurosa". ¡Elias el Regalito! Ella le regaña, se hace la ofendida, vino ayer y antesdeayer, ya se iba. Él apoya en la pared un fusil más alto que tú, "como se enteren arriba...me fusilan". Filo se quita el abrigo, Elías la coge por la cintura. "Luego besó a la Rubia muchas veces, en el cuello, en el pelo, en la cara y yo lo vi todo". ¡Lo viste todo! Y una sorpresa aún mayor. Filo le dice "menudo Cencerro estás tu hecho". Y él contesta tolón, tolón. Ahí tienes al nuevo Cencerro.

Y recorre "con las manos abiertas los pechos, las costillas, la cintura más deseada de Fuensanta de Martos". Elías la coge en brazos, se la lleva a la cama y no ves nada más. Siempre te pasa lo mismo. La suerte traidora te lleva "hasta el borde del único pecado interesante" y te deja "abandonado a la condena de una curiosidad sin recompensa". Sanchís pintando las uñas de los pies a Pastora, Pepe reconciliándose con Paula tras la puerta cerrada y tú tecleando las consultas de "don Wenceslao el quiropráctico".
Vuela el vestido de lunares, chirria el colchón, el cabecero golpea la pared y tú escuchas "sus besos, sus palabras, sus risas". Quieres asomarte sólo un poco, agarras la palanca de aquel extraño bulto metálico, intentas moverla, no cede. Lo único que puedes ver es "una esquina de la colcha roja, luego un pie, después dos y al final ninguno".
 
Lo que sí contemplas con claridad es el fusil de Regalito, apoyado en la pared. Inmóvil, sudas y te congelas, cierras los ojos, son las siete, es de noche, le dijiste a tu madre que ibas a volver enseguida. Te buscarán, te encontrarán con Filo y Regalito, moriréis todos. Y no es una película.


Imaginas tu muerte mientras ellos se cansan. Un silencio y Elias salva la vida de los tres. Tiene que irse, allá arriba empezarán a preguntarse dónde se ha metido.

Un último crujido de muelles y Filo salta desnuda de la cama. Ves sin ver, increible: "yo nunca había visto a una mujer desnuda, quizás ninguna de las que podría ver en mi pueblo sería tan hermosa como ella, pero tenía tanto miedo...la vi sin mirarla, sin darme cuenta de lo que estaba viendo, como si me estorbara, como si me sobrara, porque en aquel momento no deseaba nada, no me importaba nada excepto verla vestida otra vez".

De aquí.

Se van, cuentas hasta cien, te agarras a la palanca para levantarte, abres el ventanuco y bajas tan deprisa que te caes. No llueve, te sientes tan feliz de seguir vivo que no dejas de correr hasta tu casa y sólo entonces te das cuenta de que te duele la pierna.

Te peinas con los dedos, te recibe tu hermana, de dónde sales con esa pinta, tienes suerte, papá y mamá están en casa de Rodillaspelás, que se les ha muerto la abuela. Uf, menos mal.

Te miras las manos, la palma de la derecha muy negra, como pintura. Recuerda que te agarraste a aquella palanca. Te lavas en la pila, chorrean unos hilos negruzcos, frotas y frotas con el jabón de lavar.



Vacias la pila, la vuelves a llenar, ahora el agua es cada vez más limpia y piensas "en doña Elena, en su casa blanca y bonita, tan pequeña, tan limpia como su dueña".

Se te representa la imagen de la completa felicidad, con los personajes de todos tus libros hablándote al mismo tiempo, mientras la boca se te llena del sabor a vino de Málaga y a pestiños. Y ves la cara del Portugués, el rostro del hombre a quien elegiste como modelo.

Y, entonces, ahora sí, te acuerdas de Filo y vuelves a verla desnuda y sonríes. Es una pena que no puedas contárselo a Paquito.

Y otro descubrimiento, otro secreto que deberás guardar. La mancha de tu mano
"no era más que tinta negra, ni más ni menos que tinta de imprimir". Nada por aquí, nada por allá, haces desaparecer la imprenta de la guerrilla, tú no has visto nada. Te quedan libros por leer y parajes por explorar, junto a Pepe el Portugués.


"No está mal", en tres horas has descubierto la identidad de Cencerro y la imprenta de sus hombres. Y el "único pecado interesante". Y el amor. Vas a dormir de un tirón.

De momento, vas a tener a Elenita, que vuelve muy rara de Oviedo. Te costó reconocerla en "aquella señorita vestida con un abrigo azul marino con botones y solapas de terciopelo...guantes de punto azul celeste, leotardos de lana  a juego, una bufanda de rayas rematada con pompones...unos zapatos de charol tan brillantes..."

Mariquita Pérez, en un escaparate burgalés (Chapero).

Muy cambiada, sí, y muy guapa. Elenita parece una muñeca, con razón su abuela le llama ahora Mariquita Pérez. Tendrás un disgusto por algo tan inocente como invitarla a churrros, pero si es por amor merecerá la pena recibir una bronca.

Me encantaría, como a ti, que todos los personajes de todos los libros que he leído me hablaran al mismo tiempo. Tú también, estás invitado. Don Quijote no será mala compañía. Y muchos más.

 


Un abrazo de:


María Ángeles Merino




jueves, 1 de noviembre de 2012

"El lector de Julio Verne". Nino Sísifo.




Esta entrada pertenece a la lectura colectiva de "La acequia", dirigida por Pedro Ojeda. Es un comentario acerca de algunos contenidos de la novela "El lector de Julio Verne", de Almudena Grandes.

"...un callejón sin salida, un punto sin retorno, un pozo oscuro y hondo, de paredes lisas, desnudas, sin asideros en los que apoyarse para trepar hacia la luz." Hasta ahí le conducen las palabras de su amigo Pepe, el Portugués.

 Ahora entiende los "cállate , Mercedes, que te pueden oír, y calla, Antonino, que te puede oír alguien". Palabras que "hieren, golpean, pinchan, queman los tejidos del cuerpo y del espíritu", las que no se dicen, las que no se pueden decir.

Pepe lanza una piedra plana al río. Cuatro veces rebota.

"...Nino... Tendrás que pensar cómo quieres vivir a partir de ahora y calcular bien las consecuencias, ¿no?"



Si ayer no hubieras subido al cortijo no habría pasado nada, Nino. Las palabras hirientes y acusadoras  de Catalina, tu padre es un asesino, se hubieran quedado en el limbo de las palabras no pronunciadas.

 Pero pasó.  Un niño de diez años, no sabe nada, no es responsable de nada. Nino llora, Pepe le arropa con  su primer abrazo.

Ahora tiene que pensar en la cadena que puede provocar. Pepe se la explica. Si le dice a su padre que no quiere volver donde las Rubias, él preguntará, se enterará, se sentirá mal, se sentirá culpable, tal vez decida vengarse de Catalina, acosarla, humillarla. Pagará, por mala,  y pagarán todos: Chica, Paula, Filo, Manoli con sus hijos, Elena con su nieta.

Nino se siente como aquel griego del que le habló doña Elena, condenado por los dioses a transportar una enorme roca toda la eternidad. Se siente inútil para sostener la carga que Pepe acaba de depositar sobre sus hombros.

http://www.elrincondesisifo.es/
Y lo más importante, le asegura,  no es eso; con serlo mucho: poner a salvo a unas mujeres inocentes. Nino, tienes que pensar en ti, en qué clase de persona quieres ser. Hay quien piensa que la Guardia Civil no tiene por qué dar explicaciones, que es la ley, injusta pero ley. Hay quien tiene miedo y se calla. Hay quien corre el riesgo de pensar por su cuenta, a pesar de todo ¿Qué clase de persona vas a ser tú, Nino?

Nino será "un hombre valiente, que a los diez años fue capaz de cargar con un secreto terrible". Bueno, sí, pero ahora tiene ganas de llorar. Llora por su padre, por todos, llora hasta aburrirse, piensa que lleva toda  la vida mintiéndose a sí mismo y a los demás, viviendo "una vida fea, áspera, pestilente". Toda la vida aprendiendo a vivirla.

Detalle del "Descendimiento" de Van der Weyden.

"Así que decidir no era tan difícil". Cuando se cansa de llorar, comprende que Pepe conoce de sobra la respuesta .Y le pregunta si va a ver luego a Paula, para que avise a doña Elena que "mañana, a las cinco, estaré arriba". Todo vuelve a la normalidad.

Nino confía en el Portugués, mas "aquel discurso impecable, tan bien armado, tan bien estructurado...por un instante sospeché que Pepe no me lo había contado todo".

Pepe da un giro total a la conversación, hace diez días que Paula no le habla.

Porque hace un mes, cuando fue a Jaén, se encontró con uno de su pueblo, acabó en una venta, había unas tías que...no te lo cuento, que eres pequeño, que no soy pequeño, cuando se empieza a contar una historia hay que terminarla. Es verdad, no se lo cuentes a nadie, una rubia, el culo así, "las tetas como dos sacos de arena", me sacó a bailar, me metió una pierna entre los muslos, qué iba a hacer yo, a qué no sabes quién estaba en el mostrador, ¡el Putisanto!", el capillitas más ferviente", el que pasea escapularios y reparte estampitas por las casas de putas de todo Jaén. De procesión en procesión, con los pantalones subidos o bajados. "¿Qué tendrá él que ver con Paula?" Sí, porque Paula se ha enterado, cómo coja al que le ha ido con el cuento.


Estampitas
Nino ríe hasta que el estómago le duele de reírse, de doblarse, mientras se imagina el encuentro de Pepe y el Putisanto.

Sísifo deja de pensar en su piedra, el Portugués lo ha conseguido. Saca una cajetilla de tabaco, a Paula le gusta mucho el tabaco, un vicio mal visto entonces en una mujer. Nino se ofrece,  se la dará "a doña Elena para que se lo dé a Paula de tu parte".


De aquí.
Aquella noche, no consigue aterrizar en la India con Phineas Fogg, Su hermana le obliga a apagar la luz. Entonces intenta pensar en la rubia despampanante de la venta, en Paula amenazando la virilidad de Pepe con las tijeras del pescado. Las imágenes divertidas se le escapan. En su lugar, un pasodoble, un hombre flaco avanza de espaldas, el eco de un disparo le derriba, cae una y otra vez. "El Pesetilla murió muchas veces aquella noche, y moriría muchas otras veces". Sísifo otra vez.


¿Ley de fugas?

Al día siguiente, "la cuesta que subía hasta la casilla vieja se me hizo más dura que nunca aquella tarde". Comprenderá por qué. La puerta abierta, doña Elena sentada a la mesa, como de costumbre. Tan ordenado que parece falso: el tapete estampado en el centro exacto de la mesa, la máquina de escribir "en posición equidistante", tres lápices sobre una libreta, las cuartillas, los brazos de la maestra, su impecable moño, "armonía geométrica", pulcritud como siempre, pero hoy más.

"Desde que te fuiste, ando buscando una historia que contarte mi cabeza, en los libros, en todas partes...Pero no la encuentro. Eso es lo que pasa con España...lo que pasa aquí ya ha pasado otras veces, en otros sitios, pero no es igual,  nosotros siempre llegamos a todo más tarde o más temprano que los otros...La verdad es que no sé qué decir. Que siento mucho lo de la otra tarde...Nino."


Nino tampoco sabe qué decir, se queda parado, doña Elena se levanta y, al hacerlo, desbarata todo aquello tan matemáticamente colocado.  Le abre los brazos, le aprieta contra su cuerpo, él se mete dentro del abrazo, la cabeza en el pecho de su maestra, hasta que los dos se serenan por completo.

"Gracias...Me contó una vez la historia de un griego al que los dioses condenaron a cargar con una roca inmensa por una cuesta."

"Claro...Sísifo. ¡Eso Sísifo!" Nino no recuerda por qué le castigaron, doña Elena se lo cuenta otra vez. Aquella clase cerró un paréntesis de horror. Aquella clase fue el principio de una vida nueva  adulta, "bajo el peso de un secreto y de su precio tan alto, tan insoluble, tan duradero como la condena de Sísifo".

Después de esto, Nino descubrirá los secretos del amor, del sexo...y de unas manchas de tinta. Será Sísifo, pero Sísifo enamorado. Es lo único que puede endulzar nuestra condena.

Un abrazo de:

María Ángeles Merino



Las palabras en letra color naranja están extraídas directamente de la novela "El lector de Julio Verne", de Almudena Grandes, editorial Tusquets, primera edición, marzo 2012.

Esta entrada incluye una foto tomada, con la cámara del móvil, en una exposición con motivo del centenario de la Guardia Civil en Burgos, en el Consulado del Mar, paseo del Espolón, en Burgos.